Tras la tormenta, el viento sopla a favor de este coruñés que ha sido capaz de afrontar esta enfermedad con decisión y optimismo. Superada la tempestad, la vida se ha convertido en una agradable travesía

Manuel Seco tuvo la gran fortuna de dar un golpe de timón a su destino. La casualidad hizo que en una revisión rutinaria en el 2007 le detectaran una pequeña mancha en el páncreas: «Fue en una ecografía de abdomen, en una revisión de próstata. Me encontraron una mancha diminuta. Me lo cogieron muy a tiempo. Eso me salvó la vida».

Pero Manuel no se amilanó. Acostumbrado a navegar con tempestades después de haber sido jefe de máquinas de la Marina Mercante durante varios años y ahora como empresario, este coruñés supo que venía marejada y la afrontó como se tiene que combatir la mala mar. De frente y con decisión.

Solo vivió dos momentos en los que cree que perdió el norte. El primero fue cuando tuvo que comunicar la noticia en casa: «En el momento en el que me lo dijeron creo que no lo asimilé. Fue más tarde, cuando se lo comuniqué a la familia. Se me vino el mundo encima. Era el fin. Yo pensaba que no salía. Cuando llegué a casa y se abrazaron todos a mí...», aún se le quiebra la voz al pensarlo. El segundo, cuando se puso a buscar por Internet qué supone tener un tumor en el páncreas y sus efectos: «Cuando me operaron le pregunté al cirujano: ‘¿Cuántos años me quedan?’. Él me respondió: ‘Tú has leído mucho Internet. Te prohíbo que lo vuelvas a hacer. Ese no es tu problema ahora. A la persona que acaba de salir de la consulta la he mandado irse a casa para que prepare a su familia. Pero ese no es tu problema. Las condiciones son distintas’. Y eso me dio mucha confianza».

La operación fue todo un éxito. Le hicieron un Whipple, que consiste en extirpar la cabeza del páncreas, la primera parte del intestino delgado (duodeno), la vesícula, parte del estómago y los ganglios. Y a partir de ese momento, la brújula de Manuel ya no volvió a perderse. Todo fue viento en popa a toda vela: «El cirujano me dijo que hablara con el oncólogo, pero que él creía que no necesitaba quimio. Fue cuando conocí al doctor Antón Aparicio, jefe de oncología del Chuac. Él me atendió desde el primer momento y siempre me fue aconsejando muy bien», explica este vecino de A Coruña, natural de Fene, que finalmente sí se sometió a un proceso de quimioterapia en el Materno. Manuel solo tiene palabras de agradecimiento para el equipo profesional que lo atendió: «Fabuloso no, más. No sabes lo que lo agradeces en un momento así. La seguridad que ves y que te dan es increíble».

Él es un trabajador incansable, a sus 78 abriles sigue en activo. Ni siquiera abandonó sus obligaciones durante todo el proceso: «Es muy importante mantenerse ocupado. Para mí, durante todo el proceso, también lo fue. Llegué de la operación y me puse a trabajar. Fui a quimioterapia. Vino siempre mi mujer conmigo porque no sabíamos a lo que nos enfrentábamos, pero salía del Materno y ya me iba a la oficina», comenta quien está hecho de otra pasta porque durante las sesiones solo sintió algunas náuseas al principio.

Ahora que sabe que ese episodio está cerrado, es consciente de lo afortunado que ha sido: «Mi oncólogo me dice que soy ese 3 %», explica él, que sabe que aquella ecografía de abdomen en la consulta del urólogo, del doctor González Martín, fue determinante para que ahora siga capitaneando su vida: «Encima es uno de mis mejores amigos. Pero, claro, ahora con mucho más motivo», bromea.

"Que hay que luchar. Que nunca tiren la toalla. Yo nunca la tiré". 

Manuel también piensa en todas las personas que están pasando por esta enfermedad y a todos ellos les manda un mensaje claro: «Que hay que luchar. Que nunca tiren la toalla. Yo nunca la tiré», dice mientras envía un aviso a navegantes: «Durante muchos años fui fumador de 60 cigarrillos al día y a pesar de que lo dejé 20 años antes de tener el cáncer, mentalmente siempre lo relaciono».

Trece años después

En todo este proceso, su familia ha sido siempre un gran pilar al mostrarse muy serena en todo momento: «Yo creo que les transmití seguridad porque no pensé en lo peor, nunca. Siempre tuve una actitud positiva». Ahora, trece años después de todo esto, la perspectiva le ha cambiado. Vive más el presente y disfruta de los pequeños placeres de la vida. Tiene dos grandes pasiones. Una es su familia, con los que disfruta todo lo que puede: «A mis nietos les dedico más tiempo de lo que les he dedicado a mis hijos. A pesar de que a la mayor parte de ellos los tengo fuera». Y la otra es la vela. Siempre que puede aprovecha para soltar amarre y perderse por la ría, donde lo lleve el viento: «No sé si la frase sería vivir al día. Vivo más el presente, pero en el mañana también pienso, porque yo sigo haciendo planes de futuro y sigo teniendo mis cosas. Para mí es muy importante vivir el presente y disfrutar más tiempo con mis hijos. Con la familia».

Manuel ha llegado a buen puerto sin apenas resentirse. Tan solo tuvo que afrontar una pequeña contraindicación por la intervención a la que tuvo que someterse: «Una piedra en el conducto vesicular». Del resto, la nave está estupenda. No presenta ningún desperfecto a pesar del temporal y navega con rumbo fijo: «Pregunté si tenía que seguir algún tipo de dieta especial y me dijeron que la que estaba llevando hasta ahora. Así que nada. Solo noto que no puedo tomar ajo porque me sienta mal, y me gustaba horrores», sonríe.

Al echar ancla y mirar hacia atrás, Manuel es consciente de que ha salido fortalecido de la travesía. Sabe que todavía le quedan muchos mares que surcar a bordo de Nordés, su velero. Y no descarta que puedan surgir nuevas tempestades, pero se siente seguro de afrontarlas porque en el viaje le acompaña lo más importante, su familia. Buena mar, capitán.