Los malos «whatsapps»

Pablo Batalla Cueto REDACCIÓN

ASTURIAS

Conversaciones en whatsapp
Conversaciones en whatsapp

El uso del popular sistema de mensajería instantánea en el ámbito educativo despierta críticas de profesores y psicólogos debido a que favorece el acoso entre alumnos y a los profesores y la sobreprotección de los hijos por parte de sus padres

30 may 2016 . Actualizado a las 11:59 h.

1.000 millones en todo el mundo; más de 20 millones en España: tales son las mareantes cifras de usuarios enganchados a Whatsapp cinco años después de la puesta en marcha de este popular sistema de mensajería instantánea, con el cual se enviaron diariamente en 2014 nada menos que 30.000 millones de mensajes. El crecimiento de la empresa creada en 2009 por el ucraniano Jan Koum ha sido vertiginoso y hoy ya no se puede entender la comunicación entre los seres humanos sin ella, pero ya los antiguos griegos advertían, a través del mito de Thamus y Theuth, que toda tecnología beneficiosa para el hombre contiene también peligros que, deslumbrados por la novedad, solemos ignorar. En lo que respecta al Whatsapp, como en general a todas las redes sociales, son muchas las voces que se están alzando ya para advertir que las estamos utilizando con la misma temeraria falta de mesura con que los primeros fumadores consumían tabaco antes de saber que producía cáncer de pulmón.

Esta cuestión del reverso negativo de la tecnología se está apreciando ya con especial intensidad en el ámbito educativo. Los psicólogos alertan de que favorece fenómenos como el bullying o la violencia de género y el Defensor del Profesor critica que ciertos grupos de padres de alumnos, creados para compartir información útil, acaban redundando en muchas ocasiones en burlas y maledicencias hacia ellos y su trabajo. La sobreprotección de los niños por ciertos padres también es motivo de preocupación, aunque las asociaciones de padres procuran rebajar el alarmismo con respecto a ese fenómeno y al de las burlas hacia los maestros.

Bullying y violencia de género

Las llamadas de atención de psicólogos y asistentes sociales sobre cuánto favorece un uso incontrolado de los nuevos gadgets fenómenos como el bullying o la violencia de género entre adolescentes arrecian en los últimos tiempos. La Fundación ANAR, siglas de Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo, es en España una de las más activas a la hora de formularlas.

Según expone Diana Díaz, una de las psicólogas de la fundación, «a través de los móviles de última generación los jóvenes tienen una nueva herramienta para controlar, amenazar o insultar a otros. El acoso ha existido siempre, pero antes el niño descansaba al salir del colegio. Hoy no descansa: el que sufre acoso lo sufre las 24 horas y allá donde vaya». Pero ése, bien conocido, no es el único daño que las nuevas tecnologías, y particularmente los teléfonos móviles de última generación, pueden causar a los estudiantes. Otra modalidad de acoso especialmente preocupante es el grooming, consistente en que un adulto establezca contactos inapropiados con un menor a través de las redes sociales.

Así describe Díaz el proceso habitual que siguen los groomers: «El menor acepta en Facebook como amigo a una persona que es amigo de un amigo de un amigo y detrás de esa persona que a lo mejor utiliza una foto falsa puede haber una persona peligrosa o un pederasta que sigue un plan preconcebido. Al principio el contacto es un contacto normal: la persona se acerca al menor y empieza a interesarse mucho por su vida y sus problemas. Con el tiempo, pasados varios contactos y establecida la confianza, le pide alguna foto. Primero son fotos normales y luego son fotos con mayor contenido sexual. Finalmente, cuando el adulto obtiene esas imágenes de carácter sexual, puede chantajear al o la menor diciéndole que si no accede a tener un contacto presencial o una relación sexual con él enseñará esa foto comprometida al resto de sus contactos, a sus amigos e incluso a sus padres. El menor, por miedo a que eso pueda pasar, a veces denuncia la situación y pide ayuda, pero a veces cede y acaba estableciendo ese contacto con el riesgo que ello supone».

Preocupa también, y mucho, lo que las nuevas tecnologías están posibilitando en materia de violencia de género. Esta, lejos de ir remitiendo entre las generaciones más jóvenes y en teoría mejor educadas, parece haber vivido un repunte gracias a los nuevos aparatos, que posibilitan un control inédito de las víctimas. «Los agresores pueden utilizar las nuevas tecnologías para acercarse a la víctima una vez ésta se aleja y cuando las otras vías están cortadas. El agresor establece contacto y hace referencia a los momentos más románticos vividos en la relación para poder manipular a la víctima y que vuelva con él», ilustra Díaz, que alerta también sobre el sexting, consistente en pedir en el contexto de una relación de pareja fotos comprometidas que, cuando la pareja discute o se rompe, pueden ser difundidas como venganza.

ANAR dispone de dos servicios telefónicos de ayuda totalmente gratuitos y en funcionamiento las 24 horas: uno acoge las llamadas de niños y adolescentes que solicitan ayuda y otro las de adultos preocupados por sus hijos. Según cuenta Díaz, entre ambos se responde a más de mil llamadas diarias.

Problemas también para los profesores

La lista de riesgos del Whatsapp no se agota, en cualquier caso, en las relaciones tóxicas entre alumnos. Otro fenómeno sobre el que se formulan quejas en los últimos tiempos es el del mal uso de los grupos de Whatsapp que se ha vuelto habitual que creen los padres de los alumnos de una clase o curso. Según explica Montserrat Fernández García, coordinadora del Defensor del Profesor de ANPE Asturias, «los grupos se crean para compartir información, pero a medida que avanza el curso es muy frecuente que deriven hacia otras cosas: por ejemplo, a burlarse del aspecto físico o de cuestiones íntimas de un profesor o a criticar su labor y sus métodos docentes en base a cosas que el niño cuenta en casa y que pueden ser verdad o pueden ser mentira, porque los niños cuentan las cosas a su manera».

Que los docentes sean objeto de burlas y maledicencias no es algo nuevo, pero sí lo es la difusión que pueden alcanzar amplificadas por el altavoz de las nuevas tecnologías. Tal como argumenta Montserrat Fernández, «antes las burlas iban de boca a oreja y se las llevaba el viento, pero hoy quedan registradas, y siempre hay un padre entre los veinte o treinta que componen el grupo que, por amistad hacia el profesor afectado o por honradez, acaba enseñándole lo que se dice de él. Eso puede afectar gravemente a la autoestima del profesor o condicionar su manera de trabajar, y al final el afectado es el alumno», añade. En ello está de acuerdo Elena González, presidenta de la Federación de Asociaciones de Padres de Asturias y vicepresidenta de la federación nacional CEAPA, que condena este mal uso del Whatsapp y opina que «las críticas a lo que hace un profesor o una profesora deben ser formuladas a través de otros medios: si hay alguna queja, lo que hay que hacer es ir a Dirección a ponerla y que Dirección dé la respuesta que considere adecuada».

Tanto Fernández como González subrayan en todo caso que no estamos ante un fenómeno generalizado. «Lo que suele suceder es que hay un padre o varios que intoxican al resto», opina la profesora. Pero tampoco hay que desentenderse de él considerándolo anecdótico. Así, por ejemplo, el número de quejas que recibe el Defensor del Profesor en la Comunidad Valenciana por esta cuestión supera ya al de las relacionadas con faltas de respeto de los alumnos, que hasta hace poco lideraban incontestablemente el ranking. En tanto las redes sociales no hacen sino crecer y refinarse, es de esperar que el problema vaya en aumento en lugar de disminuir.

Padres dron

Otra manifestación del problema es la cierta sobreprotección que parece darse en algunos padres con respecto a sus hijos. También ella ve favorecida por el uso de redes sociales. Los grupos de padres de Whatsapp se utilizan asimismo, explica Fernández, para compartir información sobre los deberes y tares que deben hacer los alumnos y otras cuestiones que, como los horarios de las excursiones, deberían ser responsabilidad del alumno y no de unos padres convertidos en sus secretarios. «Antes, si el alumno no hacía los deberes era su problema: no estaba tu padre ahí detrás preguntándote si tenías deberes o no los tenías. Hoy en cambio, al tenderse a controlar todo lo que hace el hijo, esa responsabilidad se está empezando a dejar de lado», lamenta la coordinadora asturiana del Defensor del Profesor.

El antes y el después es, como en los anuncios de crecepelo, un recurso habitual para ilustrar estas críticas a la mala utilización de las redes sociales. Antes, claman también los críticos, los estudiantes participantes en excursiones a la naturaleza o campamentos no se comunicaban con sus padres durante el tiempo que la actividad duraba: imposible como era hacerlo, los progenitores de los chavales, incluso si eran especialmente protectores, se veían obligados a confiar en la capacidad de los profesores y monitores de la actividad en cuestión para cuidar correctamente de los niños bajo su custodia, y sólo había comunicación si surgía algún imprevisto. Hoy esa imposibilidad para establecer contacto ya no existe, y la edad cada vez más temprana a que se permite a los niños utilizar sus propios smartphones -éstos son ya un regalo habitual de Primera Comunión- da rienda suelta a las pulsiones controladoras de los padres preocupados. Para estos existe ya un término informal: padres dron.

Según apuntan los psicólogos que se ocupan de la cuestión, las consecuencias negativas de esa sobreprotección y ese descargo de responsabilidades no son baladí: la autonomía personal, explican, es fundamental para que los niños adquieran la seguridad en sí mismos derivada de resolver satisfactoriamente sus propios problemas, y que no la tengan puede redundar más tarde en problemas graves de autoestima.

Las asociaciones de padres procuran, de todas formas, rebajar el alarmismo en este sentido. Al decir de Elena González, «se buscan problemas donde no los hay. A las familias se nos dice muchas veces que nos despreocupamos de la educación de nuestros hijos, y sin embargo cuando se controla de forma normal también se nos critica. Situaciones compulsivas las hay en todas partes, pero no son una cosa general, y en todo caso las ha habido siempre. Antes no había teléfonos móviles, pero algunos padres iban a ver a sus hijos al campamento cada dos días».

Los problemas son, en fin, muchos, pero las soluciones, en opinión de todas las partes consultadas, pueden reducirse a una: formación, formación, formación. «Hay que formar al alumnado, a las familias y al profesorado», opina Elena González. «También», prosigue, «al profesorado: hay centros educativos que tienen absolutamente prohibidos los teléfonos móviles pese a que los teléfonos móviles se podrían utilizar como herramienta de formación. El problema es que los profesores no están educados de forma adecuada en esta cuestión. Debería formarse a toda la comunidad educativa para que se haga de los móviles y las redes sociales un uso habitual y lógico».

Del mismo modo, en opinión de Díaz «la prohibición de las nuevas tecnologías no es la solución, y menos con adolescentes. Es importante que la familia y el colegio negocie todas sus reglas. La prohibición absoluta jamás va a funcionar. Cuando hablamos de niños pequeños, sí que hay que hacer una supervisión mucho más directa, porque los niños por debajo de los once años no tienen la madurez suficiente para poder manejarse, y es importante que los niños que empiezan a usar las nuevas tecnologías lo hagan de la mano de sus padres, pero tampoco en este caso cabe hablar de prohibición total. Lo más importante la educación en valores: ésa es la base de todo».