La pataleta y las expectativas salariales

Luis Ordóñez
Luis Ordóñez NO PARA CUALQUIERA

OPINIÓN

12 jun 2016 . Actualizado a las 17:26 h.

Saben bien todos los padres la importancia de educar correctamente a los hijos desde pequeños, ya que si crecen malcriados y llegan a la adolescencia tras años de ser consentidos con todos los caprichos resulta ya muy difícil, si no imposible, enderezarlos. Pensemos en la patronal española como en un grupo de púberes a nuestro cargo, al fin y al cabo se trata de un peculiar sector social del que todo el mundo está pendiente, se escuchan todas sus ocurrencias como si fueran hitos del pensamiento racional, sus sobornos son inocentes porque se los exigen «los políticos», todos los partidos quieren ofrecer propuestas para las pymes y no para los trabajadores e, incluso, ya es tabú habla de obreros y nos hemos inventado una nueva «clase media trabajadora». Sobre este erial, esta derrota absoluta, se vive la batalla por la hegemonía de la izquierda. Eso dicen.

Nuestros empresarios, los que menor nivel de estudios tienen de la UE, han vivido la recesión como un chollo. En el breve espacio de tiempo en el que ZP se opuso a llevar a cabo su reforma laboral, la patronal no tuvo más que sentarse a esperar ver pasar el cadáver de su enemigo sindical. No le hizo falta ni fingir que tenía intención de negociar nada, sabía que bastaba esperar a la presión europea y el pánico generalizado en el mercado de trabajo para que en 2009 les cayeran llovidas del cielo buena parte de sus ansiadas reivindicaciones. Cuando el PP les entregó la negociación colectiva debió parecerles que se les abrían las puertas del paraíso. Así llevamos casi una década ya con cuatro o cinco millones de desesperados dispuestos a hacer las horas que sea por el salario que sea. Sin atreverse a preguntar por el contrato, por las condiciones laborales, sin soñar con exigir que se abonen las horas extra regaladas a la empresa, con un fraude sistemático en las cotizaciones (obligando a centenares de miles a comprarse un trabajo como falsos autónomos) que junto a la precariedad masiva amenaza con arruinar definitivamente nuestro sistema de prestaciones. Les escuchamos sus demandas sobre irse a trabajar a Laponia o nada, sobre si las mujeres no deberían quedarse embarazadas, que las amas de casa se apuntan al paro por si les cae una prestación, que si la Universidad debe orientarse a sus demandas aunque los universitarios españoles que se marchan fuera encuentran trabajo sin problema en el exterior. En fin, son un grupo de malcriados a los que nadie les ha tosido durante años y están muy mal acostumbrados.

La última ha sido un informe que asegura que en 2015 hasta el 32% de las empresas tuvieron dificultades para cubrir puestos por las «altas expectativas salariales» de los candidatos. Es increíble. Pensaba que incluso estos señores entenderían que la ley de la oferta y la demanda funciona igual en todos los casos, que si la mayor parte de las empresas españolas pueden multiplicar sus beneficios exprimiendo a sus currelas porque hay 20 en la puerta esperando, cuando para un puesto la gente te reclama mayor sueldo es porque ocurre lo contrario. Que hay poca oferta, que tienes que ofrecer un salario mejor. El mismo informe detalla que apenas un 11% de las empresas se planteó esa posibilidad, sólo un 3% consideró ofrecer otro tipo de incentivos.

Dado que la mayor parte de la economía española se dirige al mercado interno quizá dentro de una década o dos, al fin nuestros consentidos comprenderán que sus trabajadores son también, ¡oh sorpresa!, sus consumidores. Que los empleados a los que se racanea hasta el último céntimo a final de mes son los mismos clientes que a los que no les llega para comprar el producto a la venta.

¿Cómo se brega con los malcriados? ¿Cómo se enseña el valor de lo que se ha logrado con esfuerzo a los que sólo han tenido que tender la mano para que se les dé? Algún día habrá que decir un no tajante. A pesar del berrinche y las pataletas. Es por su propio bien, aunque aún no lo entiendan.