De qué se puede hablar

Luis Ordóñez
Luis Ordóñez NO PARA CUALQUIERA

OPINIÓN

24 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

No hay que confundir un acuerdo para constituir la Mesa del Congreso con un acuerdo de investidura. Demasiado a menudo, en sucesivas legislaturas, los pactos para repartir los asientos de la dirección de una cámara se han utilizado por los que quedan fuera del acuerdo, o no están contentos con él, como arma arrojadiza en una prolongación a veces innecesaria de la campaña electoral. Sin embargo, y dicho esto, el pacto (casi clandestino) entre el PP y los grupos nacionalistas para asegurar la presidencia del Congreso para Ana Pastor y garantizar los dos asientos de Ciudadanos en esa distribución, ha sido tan llamativo que merece un comentario.

Nada indica, en realidad, que el PNV, tampoco ERC o la antigua Convergencia vayan a dar paso a nuevo mandato de Rajoy; a pesar de que estos sean tiempos en los que de lo único que podemos estar seguros es de que no podemos estar seguros de nada. Hay un precio, constatable, para el repentino apoyo de los nacionalistas a los conservadores centrípetos y es la capacidad que tienen los populares de facilitar que los convergentes tengan grupo propio en el Congreso al igual que han permitido que el PNV forme el suyo en el Senado. Puede que haya pesado también el cálculo de ambos grupos nacionalistas en sus estrategias de cara a sus respectivos comicios autonómicos a medio plazo; por arte de magia, los fondos bloqueados por el Ejecutivo en funciones para mitigar la deuda catalana se han concretado esta semana. Bien por los populares y el nihilismo de sus actuaciones, lo que para los demás es pecado mortal (reunirse siquiera para dialogar con los independentistas) es para ellos un asunto trivial que se despacha con un comentario de Rafael Hernando. No habrá matraca en las tertulias contra este renovado entendimiento, ya no hay aquí ninguna traición a la patria que merezca la condena del oprobio. El triunfo absoluto del conservadurismo hispano supera ampliamente sus raquíticas victorias en las urnas porque se extiende a marcar a fuego entre los demás de qué se puede hablar y con quién, qué asuntos son tabú y cuáles permitidos. Al resto sólo le queda asentir a lo que diga el señorito. Pero si es así es porque se dejan.

Los socialistas se vetaron a sí mismos el diálogo con los nacionalistas en parte por ese temor que ha calado hasta los tuétanos de sus huesos a lo que les vaya a ladrar la jauria mediática de la carcunda nacional y también (quizá mucho más fundamentalmente) porque no han terminado sus batallas internas sobre qué quieren ser y quién debe liderar eso que serán cuando lo decidan. Debe de ser un asunto harto complicado porque la solución se retrasa ya desde que fuera elegido Rubalcaba como secretario general. En Podemos se pasó en apenas unas horas de definir a los nacionalistas como aliados de las fuerzas del cambio a denominarlos «las élites catalana y vasca» sin ningún rubor porque los morados tienen aún un concepto redentor de la política, lleno de misticismo vacuo en el que se declaran constantemente a favor del bien y en contra del mal como si las palabras pudieran pesarse no ya en gramos sino en toneladas. En IU están a lo que diga Alberto Garzón, que está a lo que diga Pablo Iglesias y este optó por negociar por su cuenta el intento de llevar a Xavier Domenech a la presidencia a espaldas de los socialistas y como si su candor fuera más apetecible para los nacionalistas que la jugosa subvención que apareja tener grupo parlamentario.

Hay una diferencia muy grande entre ser estratega de un juego de mesa y desplegar tropas en un campo de batalla de verdad. Una vez más, como en diciembre cuando la cuestión territorial se impuso a cualquier otro debate, han quedado apartadas para el «vuelva usted mañana» las cuitas de los derechos laborales, la gigantesca desigualdad creciente y todos esos asuntos del montón de desharrapados que malviven encadenando contratos laborales o directamente en la economía sumergida porque el mercado laboral es un imperio de la fraude y la impunidad empresarial. Esos problemas menores, que es que la gente se empeña en tenerlos entre sus principales preocupaciones porque no son proactivos, ni saben vehicular sinergias, tendrán que esperar a que las fuerzas que se definen de izquierda o del cambio o de abajo qué sé yo, decidan primero como definirse, luego terminen su particular duelo a muerte sobre la hegemonía del erial por el que pelean, y ya finalmente, un día de estos, apuesten por decidir por sí mismos qué pueden hacer, y con quién hacerlo sin temor a que les riña el padre autoritario que les manda a las diez a casa.