Entre borbonear y ungir, ¡vaya tropa!

OPINIÓN

31 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Mariano Rajoy ha asumido el papel de candidato a la investidura a Presidente del Gobierno, trascurrido más de un mes desde la celebración de las últimas elecciones generales, y lo ha hecho a su estilo, es decir, sin prisa y sin garantizar que, al final, si no tiene asegurados los apoyos suficientes para salir elegidos, vaya a someterse a la preceptiva votación. Lejos queda la pretensión de algún dirigente popular de que el Pleno de investidura comenzase el dos de agosto.

Esta última pirueta, que pone en entredicho las previsiones del artículo 99 de la Constitución culmina un periodo lamentable en el que Rajoy ha hablado poco y hecho menos (la inacción como estilo de vida que, curiosamente, hasta ahora le ha dado resultados positivos) propiciando que otros se retratasen expresando sus miedos. Albert Rivera demandando públicamente del monarca que cuando recibiese a Pedro Sánchez le pidiese que el PSOE se abstuviese para facilitar el Gobierno al PP. Es evidente que Ciudadanos le tiene pánico a unas terceras elecciones en las que sería muy probable que otra porción de su electorado retornase a dar su respaldo a los candidatos populares. Tampoco estuvo fino Pedro Sánchez, para quien la repetición de las elecciones significaría nuevos quebraderos de cabeza y el riesgo de seguir perdiendo votantes, al pedir que el rey exigiese a Rajoy que se presentase a la investidura.

El Ministro de Asuntos Exteriores en funciones definió tales pretensiones, con acierto, como borbonear, la intervención del monarca en política extralimitándose en sus funciones constitucionales. Lo hizo Alfonso XIII cuando alentó el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923 para frenar las exigencias de responsabilidades, que le alcanzaban, por el desastre de Annual y, como es sabido, ello contribuyó de forma decisiva a la caída de la monarquía.

En el fondo, tan poco edificante espectáculo demuestra la baja calidad de nuestra cultura democrática. Una vez más, como en otros momentos de la Historia, hay que hablar de la «peculiaridad española». En otras democracias, el partido que gana unas elecciones y pretende gobernar pero carece de una mayoría suficiente para ello, inmediatamente inicia una negociación y acepta una parte de los compromisos electorales de aquellos a los que corteja como socios. En este país, no. El PP exige que se le apoye y se asuman sus políticas, de tal manera que Mariano Rajoy, más que elegido, resulte ungido Presidente del Gobierno. Es este el planteamiento que vertebra su último movimiento: o los demás le garantizan votos suficientes o, finalmente, no se someterá al proceso de investidura y se abrirá el escenario que más temen sus opositores, otras elecciones.

Estamos ante una partida de mus  en la que, antes de repartir las cartas, Rajoy ya contaba con la rendición de Ciudadanos, que tras el correctivo que les supuso el resultado del 26-J, han olvidado rápidamente que hacía a aquél responsable de los fenómenos de corrupción que salpican al PP. Pero como la complicidad con los populares tizna, aspira a involucrar al PSOE a través de la transformación en abstención del anunciado voto negativo.

En las próximas semanas veremos cómo los populares incrementan el chantaje sobre el resto valiéndose, en primer lugar del llamado desafío soberanista (habrá quien acabe respaldando el «Catalexit» sólo para terminar con la dependencia de la agenda política española de los equilibrios políticos catalanes); y, después, por las exigencias de la Comisión Europea que no impondrá sanciones a nuestro país por los reiterados incumplimientos del objetivo de déficit, pero que exige un ajuste adicional de unos quince mil millones de euros en los dos próximos ejercicios y que, a la espera de que se presenten los Presupuestos Generales del Estado para 2018, ha tomado como rehenes los Fondos Estructurales que le corresponden a nuestro país. Todo apunta a que la no-sanción nos va a salir carísima.

Con este escenario es imposible no recordar a Romanones y afirmar ¡vaya tropa, los constitucionalistas!