Infierno coacher

OPINIÓN

31 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Los romanos tenían augures que leían las entrañas de las aves para predecir el futuro, los cristianos medievales recurrieron a ordalías (los juicios de dios) para probar la inocencia de un acusado que debía meter la mano en agua hirviendo, aún los hombres decimonónicos se hicieron espiritistas y lectores de cartas astrales, y los empresarios contemporáneos recurren al coaching, porque la tontería muta a lo largo de los siglos pero siempre permanece. 

Coaching es un anglicismo bastante estúpido que se refiere al entrenamiento. Todo es como más moderno y tecnológico si lo decimos en inglés, sobre todo si se lo decimos a alguien con pocas o nulas nociones ni de inglés ni de español. La semana pasada un grupo de jóvenes empresarios asturianos celebró un encuentro de coaching con caballos que (no podía ser de otra manera) se denominó Power Horse. Podrían haberlo llamado el poder del caballo, o incluso el poder equino pero eso ya es para nota, la palabra equino, que sabe dios de dónde vendrá, no suena nada moderna, ni proactiva, ni genera sinergias. Los detalles de la cita del Power Horse son hilarantes, una de las participantes describía sus dificultades para guiar al animal con los ojos vendados (ella, no el cuadrúpedo) y ante la pregunta de los coachers de qué había aprendido, contestaba que era demasiado perfeccionista. En otro episodio, los emprendedores (o entrepreneurs, que esto ya es galicismo) trataban de llamar al caballo todos a la vez pero no les hacía caso ante tal tumulto desordenado así que aprendían que debían delegar. 

Nadie ha reparado en lo extremadamente ofensivo que puede resultar establecer analogías entre la gestión de una empresa y el trabajo de sus empleados con llevar un rocín por las riendas, como si el ámbito laboral pudiera comandarse a ritmo de so y arre, cosa que, por otro lado, es lo más frecuente en España para nuestra desgracia. Hay coaching también para parados, debidamente subvencionado por la administración autonómica, en la que se enseña a los pobres desempleados, no nuevos conocimientos ni habilidades, sino a tirarse de espaldas para que los recoja el resto (que esto es una cosa que te enseña a tener confianza para toda la vida) y también a deshilar una madeja de lana por toda la habitación para que vean lo interconectados que estamos todos. 

Los coacher, dignos herederos de los vendedores de crecepelo ambulantes de las películas del Oeste, proliferan sin freno desde que comenzó la crisis, dispuestos a dar las explicaciones más absurdas sobre cómo alcanzar el éxito a quienes estén dispuestos a pagar para oír exactamente lo que quieren oír. Así tenemos a gente que nos anima a pensar cada mañana cómo podríamos reinventar nuestro oficio en un mundo líquido y cambiante (lo que me hace pensar en qué reflexión de este tipo podría elucubrar un soldador de una empresa auxiliar subcontratada en una gran industria al llegar a casa deslomado después del turno de noche ¿cómo reinventarse?); también los que nos aseguran que no existe la suerte porque todos los afortunados lo son gracias a su tesón y su esfuerzo. La lectura oculta es que los que fracasan es porque se lo merecen, porque son gandules que no saben usar los recursos a su alcance (pensemos en un niño hijo de una padres parados de larga duración, que depende de ayudas para comer cada día o tener libros de texto. Que se esfuerce un poco más, el muy vaguete). El colmo de este papanatismo que hoy goza de tanto predicamento, llegó de la mano de Daniel Lacalle cuando queriendo elogiar a Emilio Botín en la fecha de su muerte nos aseguró que el banquero había empezado de cero. 

Todo esto no es más que un síntoma, desde luego. Es cierto que la patronal española tiene un nivel de formación extremadamente bajo para los estándares de un país desarrollado, pero la tontería es global y se da en casi todas la naciones desarrolladas. Se trata de hacer literalmente cualquier cosa menos lo que necesita ya de forma urgente el mercado laboral para prosperar. Ya hemos probado a regalar el despido, a destruir los convenios colectivos, a dar plena impunidad por pagar en negro o no abonar las horas extra, por hacer contratos temporales para jornada completa, a amnistiar el fraude fiscal, de todo. Cualquier cosa antes que dar sueldos dignos y trabajo estable lo que, dicta la razón, facilitaría que se incrementara el consumo y que ante la perspectiva de una cierta estabilidad la gente pueda hacer planes a largo plazo. Eso puede permitir invertir (to invest) o prosperar (to achieve) a la población. Se lo digo en inglés a ver si les suena más moderno, more modern.