Rivera se consume. Y la moral pública

OPINIÓN

27 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

A mí las palabras acumuladas en el diccionario siempre me recordaron a los espermatozoides de aquella película de Woody Allen, como una especie de paracaidistas preparadas para saltar cuando alguien las pronuncie y lanzarse a un destino desconocido. Leí libros de lenguaje que tenían la mala costumbre de insinuar que las palabras aparecen en las frases con el significado que tienen en el diccionario, y que sólo después algo llamado contexto estira, encoge o especifica esa idea que llevan consigo. Como si las palabras fueran las reinas y fuera el contexto el que las trabajase. Como digo, a mí se me parecen más a los espermatozoides asustados de Woody Allen. Cuando saltan, lo hacen llevando consigo un concepto muy débil y apenas esbozado, porque ya hay un contexto, ellas son las recién llegadas y tienen que acomodarse a lo que hay como mejor puedan, y para eso es mejor saltar más ligeras de equipaje conceptual de lo que dice el diccionario. Eso sí, a base de dejarse malear por los contextos, las ideas van cogiendo holgura dentro de las palabras y, a poca mala fe que tenga, digamos un político, pueden bailotear tanto que ya no se sepa qué quieren decir cuando se pronuncian.

El problema no es el destrozo que hagan en las palabras, que siempre tiene arreglo, sino el que hacen en la moral, porque es la moral lo que se busca retorcer creando estrés en las palabras. Este es un episodio al que ya estamos acostumbrados, el que los representantes públicos hagan lo que les da la real gana nombrando sus actos con las palabras que les salen de sus reales asesores. ¿Se acuerdan de la «prisión permanente revisable» incluida en aquel pacto que firmó Pedro Sánchez con el PP? ¿Y de la «afloración extraordinaria de activos ocultos» de Montoro? Esta manida manipulación del lenguaje incluye en sí misma la mentira, pero es más perniciosa que la mentira. La mentira deja intacta la moral. La moral dice que es injusto que un gobierno le quite derechos y asistencia a la población, mientras autoriza a los ricos a no pagar sus impuestos. Si el gobierno hace eso y lo niega, miente, pero al menos el bien y el mal no se movió de su sitio: el gobierno niega haber hecho la injusticia, pero la idea de dónde está la injusticia quedó a salvo. Con la ingeniería lingüística la cosa empeora. El hecho injusto no se niega ni se oculta. Sólo se busca una manera de asociarlo con palabras inocentes, con lo que además de la mentira en sí misma, tenemos afectada la moralidad pública porque no es el hecho lo que se niega, sino su condición de injusto. No se entiende que algo sea justo porque sea conforme con ciertos valores, sino porque hay una manera «limpia» de nombrarlo.

Ahora le tocó el turno a esa tragedia nacional que es la corrupción: el saqueo de dinero público, el derroche desmesurado, el nepotismo y las estructuras parásitas a cargo del Estado. Abert Rivera quiere pactos con el PP. Es lo primero que se le ocurre a un centrista, pactar y que diga González de él en El País que es una persona responsable. Le pasó a Pedro Sánchez en su día con lo de la prisión permanente revisable. Como las encuestas decían que el PP era extrema derecha, Podemos extrema izquierda y PSOE centro, ejerció de centrista buscando pactos. La cuestión es que ni entonces ni ahora Rajoy quiere pactos con nadie. A estas alturas Rajoy ya no sabe pactar, ni el PP puede pactar. No se puede retirar la corrupción del PP ni su extremismo ideológico, porque sería como deshuesarlo. Así que cuando a algún político le da por el centro y se pone a pactar con quien ni sabe ni puede pactar, hay que estresar el lenguaje, encajar los mismos hechos en distintas palabras y dejar la moral pública hecha unos zorros, en los dos sentidos. En el sentido del avance de la inmoralidad y en el sentido del avance del desánimo. Ahora ni Caunedo ni Baltar tienen que ver con la corrupción, después del último meneo al diccionario. Ahora a Rivera le resulta inaceptable un político que diga que el País Vasco es una nación, pero aceptable uno que cambie puestos con sueldo público por favores sexuales (¿cómo será ese tipo de escena exactamente? ¿Andaría Baltar con una gabardina por la Diputación como dicen que se hacía en los parques o ahora se hará de otra manera?).

Pero no hay que cebarse con Rivera. Cuando dijo que no se había formado Ciudadanos para acabar apoyando a un Gobierno de Rajoy no creo que mintiera. Lo que ocurre es que con tanto decir que no era el candidato del Íbex llegó a creérselo y a pensar que podía ponerse gallito. Llegado el caso, está haciendo lo que quienes tiene detrás le dicen que tiene que hacer y Rajoy, más experto en fontanería que él, le está concediendo lo que necesita concederle: nada. Rivera intenta parecer un interlocutor, poniendo fechas y dando ultimátums, pero en realidad Rajoy no se tomó nunca en serio su resistencia. Rivera utiliza un lenguaje de diálogo y entendimiento, pero se trata siempre de que se entiendan los buenos, es decir, de subrayar la frontera con los malos. El papel de Rivera en la situación política actual es repasar y acentuar bien las líneas que separan a los independentistas de los que no lo son y a Podemos de todo lo demás. Lo que queda, según él, en el lado bueno es la Constitución, la unidad de España y el rechazo al terrorismo. Como si el terrorismo no conmoviera a todo el mundo, como si querer modificar la Constitución fuera un alegato contra el sistema constitucional y como si sólo él quisiera la unidad de España y no hubiera incluso entendimientos posibles con independentistas dentro de esa unidad (como hay, por ejemplo, entendimientos con republicanos dentro de un sistema monárquico).

El papel de Rivera está siendo, en definitiva, el de cizañar y hacer lo posible para que crezca el desencuentro. Lo que sí podía aportar es ese soplo tan necesario de limpieza y regeneración. Pero ni tiene votos, ni tiene bases, ni tiene estructura para que el PP se lo pueda tomar en serio. Y, como por encima de todo quiere pintar algo y ser centrista y pactar, pues su soplo regeneracionista se queda en un avance más de la inmoralidad y la impunidad. Para solucionar el contraste grosero entre lo que está haciendo y lo que decía en las campañas, está ahora dialogando con el mejor maestro. Que te pillen en una mentira es siempre un momento de tensión. Puedes concentrar la atención en el estado emocional en sí mismo y presentar tu agobio personal como un precio doloroso que estás pagando por una responsabilidad superior asumida. Rajoy mintió todos los días y presentaba cada mentira como un acto de responsabilidad, seguro que Rivera aprenderá mientras se lo desayuna Rajoy. Mientras se lo desayuna a él, a la moralidad pública y al aliento de la nación.