El chico de Minnesota

OPINIÓN

20 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El músico, compositor, cantautor y  poeta estadounidense, Bob Dylan, es el reciente galardonado con el premio Nobel de Literatura. El jurado ha destacado: «por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición de la canción norteamericana». Parece que algunos se muestran muy ofendidos entrando en disquisiciones de todo tipo. En ambos bandos: a favor y en contra, hay escritores de todo pelaje, algunos hasta con aureola de consagrados. Seguro que todos ellos tienen su parte de razón, otros está claro que nunca han leído, escuchado y sobre todo, ignoran lo que representa Bob Dylan. Con todo el respeto para todos ellos, y porque cualquier premio debe estar abierto a las críticas, mi opinión es una de tantas que, como admiradora, no será objetiva, ni se pretende.

Hacer arte a pesar de todo y contra todo es una categoría a la que llegan unos pocos capaces de repensar el mundo y exponerlo bajo sus coordenadas. Bob Dylan es uno de ellos. Aquel chico de Minnesota  especialmente dotado para la música y la poesía, construyó un mundo propio al margen de modas y convicciones sociales, un estilo a partir de la recuperación de la música folk, escribiendo unas letras cargadas de simbolismo y reivindicación. Canciones como Blowin’ in the Wind, Blonde On Blonde y tantas otras, siguen siendo  himnos de una época y de una juventud con ganas de cambiar el mundo. Las letras de sus canciones son poemas lúcidos y ácidos a veces, otras son crónicas narradas con la voz cínica, necesaria y urgente de los tiempos. Pero literatura en estado puro, al fin y al cabo,  la que enseña los dientes y muerde si es preciso la yugular de una sociedad dormida. Dylan despertó esa América profunda a bocados de folk, blues narrado, rock-blues, country, folk-rock ? Sus poemas cantados, narrados, sonaban desde la Región de los Grandes Lagos hasta Nuevo México, y de Este a Oste cortaban el viento anunciando que los tiempos estaban cambiando. La crónica de aquellos convulsos y esperanzadores años sesenta y setenta en EEUU, quedaría escrita. Salió de aquel vasto territorio derribando fronteras idiomáticas, portando una nueva forma de hacer y entender la música, unas letras que desafiaban toda autoridad, desvelándonos que el sueño americano estaba lleno de agujeros de bala, de perdedores, injusticias, de segregación racial, de guerras, de soledad, de hastío, de amor, de belleza. Fue la voz de una generación que, a día de hoy, resulta imposible contemplar imágenes de esa época sin que suene de fondo una de sus gloriosas canciones-poemas. Recuerdo que en este lado del mundo, en algunos ámbitos, se pasaban folios con sus letras traducidas, eran palabras sin música y para algunos, esa primera lectura deslumbrante ante unos poemas. A los 25 años ya era un mito, sin necesidad de morirse, una leyenda que nunca dejó de perpetuarse en el tiempo siendo fiel a sí mismo, a la construcción de su propio lenguaje ¡nada menos! Logró algo que muy pocas veces ocurre, y es que siendo un gran individualista encerrado en su mundo, sus mensajes fueron y son universales. Quizás porque sus letras entrañan esos códigos en los que reconocernos de algún modo, como seres contradictorios, sarcásticos, cáusticos, frágiles, sensibles, erráticos, fragmentados, canallas, crueles, ganadores, derrotados, reivindicativos, sociales? Puede que sea el músico contemporáneo más versionado e influyente entre los grandes, los músicos le llamaban el poeta, y poetas y escritores de la Generación Beat como Jack Kerouac, Burroughs o Ginsberg, no tenían la más mínima duda en reconocerle como uno de ellos ¿Cómo voy a  dudar yo de que sea un poeta?  

Y mientras en medio mundo se discute sobre si merece el Nobel o no, el señor Dylan no ha dicho ni palabra, como acostumbra, se dedica a ser  Bob Dylan como ha hecho a lo largo de más de cincuenta años: recluirse, escribir, componer, aparecer en conciertos en los que actúa y desaparece sin más, sin explicaciones, entrevistas; ajeno al mundo mediático y frenético de estos nuevos tiempos. Se dice que no vino a recoger el Premio Príncipe de Asturias en 2007 porque tenía un concierto en Buffalo, es sabido que nunca anula un concierto, según su representante da gran valor a la palabra. En 2008 le dan el Pulitzer y va a recogerlo uno de sus hijos, ese día también tenía un concierto. Se ha ganado la fama de antipático porque no asiste ni corresponde a esos eventos sociales que siempre van cargados de toda una parafernalia no exenta de hipocresía. Aun así le han concedido todos los premios habidos y por haber, la lista es interminable. No sé si irá o no a recoger el premio sueco, o puede que ese día tenga un concierto, lo cierto es que me importa un bledo, haga lo que haga, mi admiración por el chico de Minnesota (que no era poca) ha crecido estos días de manera  inconmensurable, mientras esos grandes premios como el Nobel, cada vez me resultan más indiferentes e insignificantes.