21 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En 2010 un grupo de personas reventaron una conferencia en la Universidad Complutense donde iba a participar Rosa Díez, entonces líder de UPyD. Entre ellos se encontraban Pablo Iglesias Turrión e Íñigo Errejón. Uno de los gritos más coreados aquel día era «Fuera fascistas de la Universidad». En 2016 un grupo de enmascarados han reventado una conferencia en la Autónoma de Madrid donde iban a participar Felipe González y Juan Luis Cebrián al grito «Fuera fascistas de la Universidad». 

Más allá de obvios parecidos, condenas tibias, consignas exactas a las lanzadas por líderes de Podemos (ese «González tiene las manos manchadas de cal viva» que dijo Iglesias en la tribuna del Congreso y que se repetía ayer) o la amplia aprobación, respaldo y hasta alborozo en las redes sociales por parte de seguidores de Podemos celebrando lo sucedido, hay algo que meditar y es a dónde nos lleva esto. No es ya que se haya perdido el más mínimo respeto al adversario político o que el sano y necesario debate político se vea limitado al golpe de tuit, al meme graciosete y a ver cuántos compartidos o visionados tiene mi último vídeo. Es que la toxicidad se va extendiendo por la esfera pública.

Si un lugar debe ser amante de la libertad de expresión es la Universidad. Allí todas las voces que se expresen con respeto deberían ser escuchadas con respeto. Impedir hablar a un conferenciante no sólo viola el derecho de éste a expresarse sino también el del oyente a escucharle. ¿En qué queda el derecho a la libertad de expresión si se impide hablar a los demás? Hechos como estos en el ámbito universitario no sólo perjudican a los estudiantes y a un ambiente de tolerancia donde nuevas ideas surjan de la confrontación pacífica de opiniones distintas, sino que atenta contra los propios fundamentos de una sociedad democrática y libre. La Universidad tiene que servir para desafiar y expandir nuestras mentes, no para atrincherarnos en nuestras propias convicciones tratando de imponerlas por la violencia a los demás. ¿Cuántas ideas hoy mayoritarias lo serían si se hubiese acosado, intimidado, acallado y perseguido a quienes las defendían?

La realidad es que la violencia en la Universidad hace más difícil la educación, la aparición de nuevas ideas y el progreso humano. Y la intolerancia e intimidación frente a quienes no piensan como nosotros daña la construcción de una sociedad más justa, democrática y libre. Eso es lo que hicieron ayer los enmascarados en la Autónoma de Madrid. Y a quienes les haya gustado deberían reflexionar si realmente preferirían vivir en un mundo donde un puñado de exaltados pudiese decidir qué nos está permitido decir o pensar. Porque la historia nos muestra unos cuantos ejemplos. Y ninguno bueno.