Pablo Iglesias o el radicalismo antidemocrático

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

21 oct 2016 . Actualizado a las 08:33 h.

Creer de verdad en la democracia es más difícil de lo que parece a simple vista. Y ello por una razón fundamental: porque creer en la democracia como forma de gobierno significa aceptar y defender el pluralismo político y social.

Los demócratas consideramos ese pluralismo un componente esencial de toda sociedad abierta y libre. Los que no lo son parten, muy por el contrario, de que el pluralismo es una enfermedad que debe curarse mediante la aplicación de un método infalible: extirparlo de forma radical. Los demócratas creemos que las elecciones son la expresión más solemne y fiel de la pluralidad política e ideológica. Los que no lo son ven las elecciones como un mero instrumento para construir desde el poder una sociedad a imagen y semejanza de la propia ideología. Los demócratas defendemos la libertad de prensa sin dudarlo, pues sin ella una opinión pública libre es imposible. Los que no lo son consideran la libertad de prensa una molestia que hay que tolerar mientras no sea posible meter en cintura a radios, televisiones y periódicos.

Cualquiera que, teniendo claro todo lo que acaba de apuntarse, haya venido siguiendo lo que dice y hace Pablo Iglesias desde que irrumpió, como elefante en cacharrería, en la política española, habrá podido comprobar que detrás de toda la hojarasca de sus gestos y de toda la palabrería con la que el líder de Podemos trata de envolver su forma de pensar se esconde un radicalismo profundamente antidemocrático.

Su absoluta falta de respeto a la libertad de expresión de los demás (impidiendo en su día hablar en la Universidad a Rosa Díez o defendiendo que otros hayan imposibilitado que sea Felipe González quien lo haga); su consideración de que todo vale contra el adversario político, al que considera, en realidad, un enemigo; su concepción puramente instrumental del proceso electoral, sagrado cuando él gana e insignificante cuando él pierde; o, en fin, su descarado desprecio a los medios de comunicación que no reflejan sus ideas, a los que acusa desde siempre de vendidos, manipulados y corruptos, arrojan la perfecta imagen del radical (de izquierda en este caso, aunque podría serlo perfectamente de derechas) que no es capaz, pura y simplemente, de entender los fundamentos sobre los que se asienta la verdadera democracia: la afirmación de que sin la insobornable defensa de la libertad de los demás no podrá existir nunca la de uno.

No es de extrañar, por eso, el apoyo a ultranza que Iglesias viene prestando al régimen de Chávez y Maduro. Más allá de que con ello esté pagando algún tipo de dádiva o favor, el líder de Podemos defiende el autoritarismo chavista porque cree firmemente en sus principios y sus métodos, que él querría aplicar en España si tuviese la fuerza necesaria para ello. Porque Iglesias no ve la democracia como un fin, sino solo como una oportunidad para la toma del poder.