Algunas preguntas a la sombra de Trump

OPINIÓN

21 ene 2017 . Actualizado a las 08:52 h.

¿Qué diría usted si el juramento de los cargos del Estado se hiciese sobre la Biblia -como Donald Trump- e invocando la protección, la bendición y el juicio de Dios sobre la nación y el Gobierno? ¿Cuál sería su concepto de democracia laica si el jefe del Estado fuese también jefe de la Iglesia, como en el Reino Unido? ¿Qué opinión tendría del resultado electoral si el presidente entrante -Trump- tuviese 3 millones de votos menos que su oponente derrotada? ¿Cómo lo llevaría si el sistema electoral forzase -como en Inglaterra y Estados Unidos- un bipartidismo estructural? ¿Y qué legitimidad le daría a un presidente que tomase posesión en medio de inmensas manifestaciones de protesta, afectado por un conflicto de intereses y con una desafiante apuesta por el nacionalismo, el machismo, contra el cambio climático, y por la asunción de una identidad nacional blanca, anglosajona, cristiana y plutocrática?

Vayamos ahora con Barack Obama. ¿Qué pasaría en España si en el período de Gobierno en funciones se tomasen constantes decisiones sobre condecoraciones, vetos, acuerdos internacionales e intervenciones militares? ¿Cómo entendería el relevo si, en vez de hacerse bajo el control de los entrantes, fuese el presidente saliente el que hablase de su vigilancia personal sobre los derechos fundamentales, los procesos democráticos y las discriminaciones étnicas y raciales? ¿Estaría tranquilo si un futuro presidente, antes de tomar posesión, forzase -mediante presiones- el cambio de estrategias de las grandes corporaciones? ¿Existe independencia judicial cuando el presidente saliente firma cientos de indultos la víspera de su cese, invocando, además del perdón facultativo, la desproporción de las penas impuestas por los tribunales? ¿A qué nivel de escándalo se sumaría usted si el proceso de la infanta Cristina terminase en un elegante carpetazo como el que la Justicia francesa le regaló a Christine Lagarde?

¿Qué opina usted del brexit? ¿Y de la reforma constitucional de Renzi? ¿Y del giro liberal de Tsipras? ¿Y de los coqueteos ultraconservadores de Francia, Austria, Holanda, Hungría y Polonia? Ya sé que Suiza, Canadá y Dinamarca van bien. Pero, ¿está justificado nuestro nivel de derrotismo y desprecio sobre nuestra cultura democrática, nuestro sistema constitucional y la gestión de la crisis?

Nuestro mayor problema es el complejo de inferioridad política y cultural derivado de la mala digestión de una historia nacional cuya magnitud se evidencia por igual en sus glorias y miserias. Nuestras opiniones sobre la democracia se están forjando en abierta reacción contra esos estériles complejos. Y por eso es frecuente que estemos muy satisfechos de nuestros errores e intensamente deprimidos por nuestras virtudes. Y así será mientras una parte importante de las élites sigan siendo paletos acomplejados.