Refugiadas

OPINIÓN

16 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace unos días asistí a una charla sobre personas refugiadas que tuvo lugar en la universidad con la participación mayoritaria de estudiantes. Acudí más por compromiso hacia un asunto olvidado que por saber algo nuevo, aunque, también he de decirlo, tenía cierta curiosidad.

La mayor parte del tiempo la ocupó la narración de la experiencia de los dos componentes -hombres- de un equipo de salvamento enviado a las islas griegas por la organización Human Rescue Asturias, acompañada de la proyección de alguna de las fotos que tomaron durante su estancia.

Según avanzaba el minutero, crecía en mi interior un sentimiento de ira y frustración.

Esperé al final de la exposición para agradecer a los ponentes que compartieran con todas nosotras su testimonio, pero también para hacer varias puntualizaciones sobre el contexto:

-El concepto de «persona refugiada» viene establecido en el Derecho Internacional y recogido en la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 y el Protocolo de 1967, más conocidos como Acuerdos de Ginebra, que han sido firmados por todos los estados europeos.

-Aunque mostré mi desacuerdo con la diferenciación entre los términos «inmigrantes económicos» y «refugiados», destaqué que en los tiempos recientes nos han hecho asimilar ambos conceptos, añadiendo el significante «terrorista».

-Que la Unión Europea ha firmado un acuerdo con Turquía por el que este país recibe el estatus de «seguro» en términos de derechos humanos y recibe la friolera de 6 billones de euros para ocuparse de los refugiados que quieren venir a Europa.

-Que se estiman en más de 10.000 los menores inmigrantes extraviados en el continente europeo.

-Que solamente el estado español dedicó 55.000 millones de euros al rescate de bancos en apuros.

-Que el gobierno español ha incumplido sus compromisos de reubicar al contingente de personas refugiadas al que se comprometió en virtud de los acuerdos de la UE .

-Que la totalidad de los asistentes a la charla tenían la edad para participar en la elección de sus representantes políticos y, por consiguiente, de pedirles explicaciones por las decisiones que toman en sus respectivos ámbitos, independientemente de otras actuaciones colectivas que lleven a cabo.

Pero lo que más me sorprendió fue el rechazo a todo lo que sonase a «política». A la pregunta de una de las asistentes sobre si su organización se había puesto en contacto con algún partido para promover algún tipo de movilización, uno de los integrantes de la organización que daba la charla le contestó, sin dejarle acabar la pregunta, que ellos no hacían política.

Lo mismo me ocurrió al oir alguna de las preguntas de las personas que intervinieron al final de la charla. La más recurrente fue ¿qué podemos hacer? Pero las respuestas no se dirigieron hacia la acción colectiva en las instituciones, responsables en último extremo de dar solución a esta crisis, sino a acciones individuales o colectivas guiadas por las buenas intenciones, a pesar de que los propios ponentes reconocieron la dificultad de ayudar in situ, dadas las circunstancias existentes en la segunda mitad de 2016 en la frontera greco-turca tras el vergonzoso acuerdo UE-Turquía para frenar la llegada de inmigrantes por esa vía.

Me di cuenta de lo profundamente que han calado los valores del neoliberalismo: el individualismo como motor de la transformación social; la negación de la acción política, entendida como representación de la ciudadanía en los asuntos colectivos, que lleva a un alejamiento total entre las instituciones y sus representadas.

Sin duda hay mucho que objetar a la acción de nuestros gobiernos, pero no será dándoles la espalda y centrándonos en nuestra realidad particular como consigamos solucionar los enormes retos que tenemos por delante, sino reclamando una verdadera participación democrática en las decisiones colectivas.

Hay un clamor callado de buena parte de la ciudadanía a favor de la acogida a tantas personas que huyen de sus hogares por la persecución y la guerra, aunque también de aquellos que quieren que Europa se convierta en una fortaleza con el fin de conservar nuestros privilegios.

Sin perder de vista la obligación moral de acoger a todas aquellas personas que huyen de la guerra, conviene tener muy presente la previsible evolución de la población asturiana para darse cuenta de la necesidad de incorporar personas migrantes. Asturias perderá ma? del 6% de su población en los próximos diez años y será una de las regiones más envejecidas de Europa.

Este es el ruido de fondo que nos va a acompañar en los próximos años. Por eso es tan importante hablar de ello en voz bien alta antes de que las fuerzas del egoísmo, el miedo y la inhumanidad ganen más terreno y nos hagan callar.