Javier Fernández en concierto

OPINIÓN

27 feb 2017 . Actualizado a las 08:09 h.

Cuando Javier Fernández se acercaba al atril del foro España 2020, todos esperaban un buen discurso, porque sus tablas están probadas, su madurez intelectual es espléndida, su socialdemocracia no tiene dudas y su diagnóstico sobre España y el socialismo se puso de manifiesto cuando asumió la dura e ingrata tarea de evitar el suicidio del PSOE. Lo que nadie esperaba es que, en vez de dar un espléndido mitin, protagonizase un concierto político memorable, pues solo así puede calificarse un discurso exacto en su tono y en su fuerza, sin una sola estridencia, con disonancias de la escuela de Stravinski, y que repartió sus mensajes al 50 % entre su propia parroquia y todas las parroquias que hay en España. La partitura que interpretó servía a su letra con la misma perfección que con la que Beethoven se adaptó a la oda de Schiller. Su estilo y su mímica fueron los propios de quien no necesita ni gestos ni teatro para colocar sus mensajes. Y en todo momento dio tal sensación de plenitud, que puso su pieza entre las mejores del decenio. Un prodigio para politólogos, y un gozo para ciudadanos.

En un contexto político asolado por el populismo, la banalidad y el cortoplacismo, y consciente de que detrás de él estaba agazapado el «no es no» que amenaza otra vez la estabilidad de España, Fernández se atrevió a decir -«más allá de lo que esperan los convencidos», y «más allá de los socialistas más fervorosos»- que «la credibilidad económica de hoy es la que mañana nos dará credibilidad gubernamental». Y, enfrentando con deliciosa clarividencia el contexto social y político en que vivimos, identificó -con la precisión del ingeniero que es- en dónde se ubica el centro del abanico al que todos los socialistas dicen aspirar: «Tanto mercado como sea preciso, y tanto Estado como sea necesario».

También se atrevió a decir que «lo que diferencia hoy los proyectos económicos es la idea de realidad», que ese realismo político -la verdad de lo que se promete- no merma la «superioridad ética, económica y cultural de la socialdemocracia», y que esa ética social obliga a preservar desde el realismo el Estado del bienestar, «rompeolas de todas las crisis, patrimonio de los que no tienen patrimonio, y patrimonio identificador de los socialistas».

Para terminar, Fernández aún tuvo tiempo para dejar otras tres perlas: que ser realistas no significa apostar por el capitalismo como si fuese «natural»; que el PSOE tuvo y tiene un objetivo social; y que el sentido del Estado debe evitar los riesgos antisociales de una innovación o reforma sin acierto. Por eso cabe decir de Fernández que, si con él se puede gobernar, también él podría gobernar con otros; y que bien merece que se le atribuya, puesta del revés, la alabanza que el Cantar le hizo al Mío Cid: que buen señor sería si buena audiencia tuviese.