«Good bye», Mas

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

15 mar 2017 . Actualizado a las 08:35 h.

Si la sentencia que condena a Mas y a sus dos exconsejeras se hubiera dictado a los seis meses del referendo ilegal del 9 de noviembre y no dos años y medio después de producirse es muy probable que las cosas marcharan hoy en Cataluña bastante mejor de lo que van.

¿Por qué? Fácil: porque muchos de los que se han puesto al servicio del motín de las instituciones contra el Estado democrático se lo habrían pensado antes de pasar a engrosar alegremente las filas de la sublevación. Y es que todas las ideologías sectarias, con el nacionalismo a la cabeza, acaban por producir un efecto perverso entre quienes las comparten: convertir en verdad irrefutable, que solo se atreven a poner en duda los traidores, las propias fantasías y mentiras.

Entre las alucinaciones más necias de los nacionalistas catalanes está la que sostiene que en realidad las instituciones del Estado democrático son una coña, que ellos, verdaderos patriotas, pueden tomarse a cuchufleta, ninguneándolas, como si fueran el pito del sereno. Para el nacionalismo catalán, echado al monte pese a haber gobernado durante tres décadas, ni España existe, ni su Estado es otra cosa que un nido de cagones que tiene la batalla perdida de antemano frente a un (supuesto) pueblo que (supuestamente) se levanta para alcanzar su (supuesta) libertad. El nacionalismo catalán está convencido de que los Estados (todos, salvo aquel que él pretende construir) suponen una reliquia decadente, arcaica, reaccionaria y que las naciones -las que no tienen Estado, claro está, porque las otras son una invención- constituyen el futuro del mundo, una cosa fetén de la lerén y las únicas garantes de la felicidad de los pueblos asoballados por Estados que los odian.

Por supuesto es igual que la historia de la humanidad durante las dos últimas centurias sea el más rotundo mentís a tales majaderías. De hecho solo a partir de toda esa catarata de espejismos, partera de auténticos desastres, cabe entender la ciega confianza del nacionalismo catalán en que puede echarle un pulso al Estado democrático que a buen seguro ganará. Sí, sí, que ganará porque ese Estado acabará por arrugarse frente al desafío de los amotinados que, pese a su actuación penalmente delictiva y constitucionalmente desleal, son una fuerza arrolladora.

Pues ha sido que no. Ha bastado con que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, en uso de sus atribuciones, dicte una sentencia de inhabilitación, incomprensiblemente más benévola que la que los hechos que en ella se dan por probados exigían, para que a un expresidente de la Generalitat que traicionó con alevosía sus promesas de cumplir la ley y la Constitución se le hayan ido los humos de gallito de la secesión a hacer puñetas. Good bye, Mas. Que tomen nota sus compinches. Porque eso, el imperio de la ley, es lo que a todos ellos les espera si se empecinan en violarla.