ETA, en el estercolero de la historia

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

19 mar 2017 . Actualizado a las 09:32 h.

Los matones de ETA practicaron durante décadas el terror del tiro en la nuca, el coche bomba, el secuestro y la extorsión, convencidos de que así obligarían al Estado democrático a dar la independencia al País Vasco. En tal delirio estuvieron flanqueados por todos sus amigos del nacionalismo antiespañol, para quienes ETA era la expresión de un conflicto territorial que debería resolverse negociando. 

Ninguno reconoció su inmenso error de cálculo político y la inmundicia ética y moral en el que aquel se sostenía, cuando la acción del Estado democrático (legislativa, policial y judicial) derrotó a ETA de un modo estrepitoso: esa fue, de hecho, la única razón de su renuncia al terrorismo. ETA dejó de matar porque, judicial y policialmente acosada, estaba acabada, y porque la ley de partidos puso fin a la enorme vergüenza de que los terroristas pudiesen matar hoy y votar mañana en las instituciones.

Tras su derrumbe, los pocos pistoleros que le quedan aún a la banda pretenden, en un nuevo delirio, enmascarar, tras la entrega de sus armas, su fracaso colosal. Ya no se trata, como antaño, de negociar independencia y cese del terror, sino de obtener, a cambio de nada en realidad, ventajas para los etarras presos y huidos y de ocultar su rendición incondicional bajo la épica de un ejército que entrega las armas para acabar con una guerra.

Como era de esperar, de esa oferta se han hecho eco de inmediato los mismos que decían que sin negociación no acabaríamos con ETA. Unos piden «altura de miras», sin explicar para qué, aunque es fácil suponerlo. Otros -los que azuzan la memoria incivil de una guerra que finalizó hace 78 años-, reclaman cerrar ya las heridas de una guerra, esta inventada (pues no la hay donde unos matan y otros mueren), cuya última víctima se produjo hace apenas siete años.

También ahora, claro, se equivocan, aunque tampoco lo reconocerán: lo único que el Estado tiene pendiente con ETA es juzgar a los huidos y esclarecer los muchos crímenes que no lo han sido todavía. La democracia se ha ganado a pulso ese derecho resistiendo heroicamente al terrorismo y a los obscenos propagandistas de la negociación.

Cuando tal victoria culmine con la desaparición total de ETA, que no habrá conseguido ni uno de sus objetivos, solo quedará un inconmensurable rastro de dolor: más de ochocientos muertos, miles de heridos y extorsionados, viudas y viudos, huérfanos, familias destrozadas, pérdidas económicas multimillonarias y, como balance final, una sociedad, la vasca, que ha vivido con la ignominia de dejar a su suerte a los no nacionalistas -durante casi medio siglo perseguidos, humillados y aterrados- mientras unos nacionalistas miraban, sin parpadear, para otro lado y otros hacían de chivatos para ETA. Una cloaca, esa es la contribución de una banda de asesinos que ha acabado donde merecer estar: en el estercolero de la historia.