Dos enfoques para un solo atentado

OPINIÓN

23 mar 2017 . Actualizado a las 08:52 h.

A pesar de que el atentado de Londres se produjo en una fecha simbólica -primer aniversario de los atentados de Bruselas-, en un lugar emblemático -el corazón de la democracia y del Imperio británico y en los aledaños de la opulenta City-, que tiene marchamo islamista -conflicto de civilizaciones radical y suicida-, y que repite una cadencia endemoniada de hechos similares -que tiñeron de sangre a Madrid, París, Niza, Berlín, Bruselas, el propio Londres y otras ciudades menores-, el atentado perpetrado ayer en Westminster admite, sin embargo, dos enfoques, entre los que podemos y debemos elegir, y de cuya elección pueden derivarse grandes consecuencias para el futuro. 

El primer enfoque es la magnificación del riesgo y la amenaza, en la que va implícita la toma de decisiones bélicas orientadas a erradicar, de una vez y ya mismo, el terrorismo islamista. De este enfoque y esta decisión se derivaría una hipertrofia -seguramente inútil- de las medidas de seguridad, un inevitable coqueteo con la xenofobia y el encastillamiento de las sociedades opulentas, la quiebra de nuestro modelo de vida y de nuestras libertades, el oportunismo rampante de las opciones políticas extremas, y la frustración derivada de la imposibilidad de vencer a corto plazo, y sin secar las fuentes, este terrorismo cutre que habita y se arma entre nosotros, que habla nuestras lenguas y compra en nuestros supermercados, que mata sin sofisticaciones y con cualquier cosa que tenga a mano, y que se radicaliza y se inmola en los centros neurálgicos de nuestra vida social y política. Y por ese camino vamos muy mal, porque acabamos colaborando con los que quieren destruirnos.

El segundo enfoque es la adopción de una perspectiva amplia, que presentaría nuestros problemas en el marco de un mundo atiborrado de guerras, miserias y tensiones, en el que a nosotros nos toca la parte más insignificante de la violencia liberada, en el que disponemos de los mayores recursos morales, políticos, militares y económicos para gestionar esta crisis, y en el que, si no perdemos el control ni nos ponemos histéricos, no tenemos riesgos de ver comprometida la seguridad y estabilidad de nuestros países y de sus sistemas de libertades y bienestar.

En este supuesto podríamos afrontar esta amarga y dolorosa situación con razonable serenidad, sin tirar piedras contra el propio tejado, y con tiempo para secar las fuentes ideológicas y estructurales -pobreza, dictadura, guerra, fundamentalismo y desigualdad- de esta oleada de terror.

Mi opción, desde siempre, es el segundo enfoque, ya que soy consciente de que en el desorden que enseñorea el mundo de hoy, siempre hemos tenido un protagonismo muy activo, depredador e imperialista. Pero lo que de verdad me huelo, y me temo, es que los jinetes del Apocalipsis ya están cabalgando otra vez.