ETA contra «los enemigos de la paz»

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

09 abr 2017 . Actualizado a las 09:34 h.

Leer en la última homilía de ETA que quienes no apoyan lo que los pistoleros llaman «proceso de desarme» son los «enemigos de la paz» es nauseabundo, vomitivo. Mucho más de lo que cualquier persona de bien debería tener que soportar a los cuatro pelagatos que le quedan a una banda de asesinos cuya aportación a nuestra historia es sobrecogedora: sesenta años de terror.

Pero sea: fiel al delirio político con el que ETA justificó la comisión de miles de crímenes, nadie podía esperar que los malhechores fueran a aceptar que han sido vencidos por el Estado de derecho y la sociedad española, que, dando al mundo un admirable ejemplo de coraje, fue capaz de resistir durante más de medio siglo la cobarde acometida de los encapuchados sin ceder a su chantaje. ETA, claro está, vive una alucinación: vender su derrota como un armisticio entre dos ejércitos que finalmente se avienen a pactar una paz digna para ambos combatientes.

Tal ha sido el objetivo de esa mascarada -la «entrega de las armas»- que ayer tuvo lugar: echar tierra sobre la carnicería etarra mediante una especie de nuevo abrazo de Vergara, como el que puso fin a la Primera Guerra Carlista en 1839. Ello permitiría a ETA, reducida por el Estado de derecho a un mero fantasma que pasea sus cadenas, no solo tratar de conseguir ventajas para sus presos y fugados, sino de reconstruir la historia de la banda, presentando su desvarío -el de un atajo de fascistas- como la hazaña patriótica de los mejores hijos de un pueblo en lucha por su libertad.

Que los etarras estén en esa estrategia de manipulación obscena del pasado para asegurarse algún futuro solo extrañará a quienes desconozcan la naturaleza esencialmente totalitaria de su acción: imponer a tiro limpio sus ideas. Que hayan encontrado para ello los etarras el apoyo de Bildu, los sindicatos nacionalistas y el PNV no puede tampoco escandalizarnos, pues, pese a sus diferencias, mientras unos ayudaban a ETA a agitar el árbol otros se dedicaban a recoger sus nueces. Pero que a ese juego, indecente para las víctimas y la sociedad que resistió la intimidación de la goma 2 y las pistolas, se haya unido el PSE, perseguido por ETA con verdadera saña y dejado a su suerte por los cómplices y amigos de los criminales, es algo que a quienes hemos admirado y aplaudido el coraje durante tantos años de los socialistas vascos nos llena de tristeza, de indignación y de dolor.

La imagen de Otegi (¡Otegi!) sentado tras una militante socialista en el acto de presentación de un documento sobre el desarme de ETA constituye sin duda una gran victoria de la banda: los victimarios y sus víctimas, codo con codo, en la defensa de una supuesta paz, tras la que los terroristas tratan de esconder el inmenso mal que han hecho, la ignominia de su historia y la radical inutilidad de los crímenes de unos canallas que jugaron a la guerra con armas de verdad.