Un racismo mutante

Luis Ordóñez
Luis Ordóñez NO PARA CUALQUIERA

OPINIÓN

16 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El racismo no mola, tiene una (muy bien merecida) mala fama que hace que se difumine y se diluya todo lo posible para tratar de colarse en los debates, algo que es muy frecuente y cada vez de forma menos sutil. Por ejemplo, esta semana el presidente del grupo municipal del PP de Barcelona, Alberto Fernández, reclamó que la ciudad priorice la acogida de refugiados cristianos frente a las de otras religiones (quería decir específicamente musulmanes pero no lo aclaró hasta un poco más tarde) y además puso el ejemplo de los atentados que sufren los coptos en Egipto. ¿Han oído muchas peticiones de cristianos coptos para venir a España desde Egipto? La verdad que yo no, pero a lo mejor Fernández tiene alguna información al respecto.

Los coptos son egipcios que hablan copto, y los hay católicos y ortodoxos pero a parte de eso hay muy poco que les distinga del resto de los egipcios que, para un racista español, son unos moros más. Ser racista es bastante más complicado de lo que parece porque enseguida hay que meterse en matices, es un lío y se puede llegar a tremendas contradicciones. Por ejemplo, el hoy presidente del PP de Cataluña, Xavier García Albiol, siendo alcalde de Badalona publicó un folleto en el que se vinculaba a los gitanos rumanos con la delincuencia. Y eso que los gitanos rumanos son cristianos, no como los moros, menos los coptos claro. A veces el racismo español carga contra los inmigrantes procedentes de latinoamérica, que también son cristianos, pero es que son sudacas. Además, algunos son evangélicos, unos herejes en suma. Los gitanos españoles no sé cómo llamarán a los rumanos pero a los latinoamericanos los denominaron pronto «payos ponis» porque el racismo, en realidad, es una cosa universal. Lo que pasa es que unos son más peligrosos que otros. Fernández criticó además que «los países musulmanes no acogen a refugiados cristianos y, de hecho, tampoco a musulmanes, sus propios hermanos de fe, que también han de buscar acogida en Europa»; y la verdad es que no es cierto: los países que acogen a un mayor número de refugiados sirios son Turquía (2,7 millones), Líbano (más de un millón), Jordania (más de 600.000) e Irak (con más de 240.000), pero ¿qué importa el raciocinio y los datos tangibles en una discusión de este nivel?

En antropología se estudia que un rasgo habitual de las sociedades es el etnocentrismo, es decir, considerar a su propio grupo como los seres humanos y no a los otros. Se ve en los nombres con los que se denominan los Ainu en Japón (que significa los humanos), los Guna de Panamá (que son la gente) lo mismo que los Inuit (que son también los humanos), a los que les molesta que les llamen esquimales. Los japoneses tienen un antiguo sesgo racista hacia los coreanos que a un racista español debe de resultarle del todo alucinante pues considera a todos los habitantes de Asia en general «chinos». Son extremadamente racistas las naciones más ricas de la península arábiga con los inmigrantes del sudeste asiático, como aquí se equipara «moro» con musulmán o magrebí, cuando el país de religión islámica más poblado es Indonesia. También se distingue a los «moros» de los «negros» de procedencia africana aunque en Nigeria también son musulmanes. A veces, los españoles se sorprenden cuando en foros de internet un escandinavo les pregunta si se consideran blancos, y también ocurre en EEUU donde se distingue a los «hispanic» entre «white» y «non white» porque son «latinos», que en rigor deberían ser los procedentes del Lacio, en Italia. En el siglo XIX, en norteamérica, los nativistas anglosajones (que se llamaban así ellos mismos porque los nativos americanos, es decir los indios, recibieron ese nombre por la confusión de los europeos del nuevo continente con La India, la del curry, la de Ghandi) no consideraban blancos a los irlandeses que eran católicos. De todos los racismos, seguramente el europeo contemporáneo sea el peor porque sólo aquí se aplicó la capacidad industrial para el exterminio de poblaciones enteras y es algo que no debemos olvidar.

Un «moro» puede ser terrible si llega huyendo de la guerra pero será recibido con alfombra roja si se trata de un jeque dispuesto al dispendio extremo durante sus vacaciones en la costa mediterránea porque el racismo es por encima de todo desprecio a los pobres que no se nos parecen mucho. Ningún racista jamás, bajo ninguna circunstancia, renunciará a que le done sangre u otros órganos por una grave necesidad médica un humano con el que comparte la práctica totalidad del ADN pero al que considere de una raza distinta. No se conoce ni un caso de objeción de conciencia para eso y no estaría mal preguntarlo, por las risas.

Quiero decir con todo esto que el racismo no sólo es sólo una expresión de enorme miseria moral, sino que también demuestra un grado de estupidez supina y no creo que haya ninguna ocasión buena para callarlo. Esta tampoco.