La pachorra y los savonarolas

Luis Ordóñez
Luis Ordoñez NO PARA CUALQUIERA

OPINIÓN

23 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Es el estilo de Rajoy, y lo reconocen por igual quienes le alaban que sus detractores, dejar los asuntos pudrirse hasta que se olvidan o se resuelven por sí mismos con el paso del tiempo. No han sido pocos los que han visto en esta estrategia una virtud providencial que, al menos para él, ha sido enormemente beneficiosa; al fin y al cabo, le ha permitido no sólo sobreponerse a las múltiples crisis que ha esquivado en su mandato interno en el seno del PP sino también repetir como presidente del Gobierno viendo desfilar uno a uno los cadáveres de sus adversarios en la oposición sentado, no en un umbral, sino detrás de una pantalla de plasma.

Pero la carcoma en sí es igual de paciente, de pertinaz e indiferente y termina por fundir los cimientos más robustos cuando la desidia es generalizada. Hasta encumbrada como si fuera un mérito. Tenemos aquí al presidente llamado a testificar en un caso de corrupción, mientras avanzan nuevas investigaciones que implican a altos cargos del partido, a relevantes empresas del país e incluso la sospecha suficiente y aterradoramente veraz de que miembros de la fiscalía actuaron de forma parcial en la investigación. Ha sido así también porque otros jueces y otros fiscales no se dejaron vencer ante ninguna presión; lo que sucede y lo que se va sabiendo es posible porque no todo en la Justicia es pachorra. Menos mal.

Hay una diferencia fundamental entre preocuparse por lo que es muy grave, signo de prudencia, y extender la preocupación y la sospecha a todo en general, lo que es inútil y poco práctico. Si el pasotismo de Rajoy ha salido triunfante en tantas ocasiones es porque en todas ellas sus contrincantes han sido negligentes, egoístas, porque han preferido dar batalla en otros asuntos antes que plantarle cara en serio y con firmeza. En las elecciones de diciembre de 2015, Rajoy ni siquiera se presentó a la investidura (que es algo que se ha asumido con una naturalidad para mí pasmosa porque fue un escándalo de consecuencias que todavía no podemos medir). La opción de formar entonces un gobierno alternativo fracasó porque Podemos apostó a que en una segunda mano le salieran mejores cartas. Y esto es así, y se puede vestir la mona con todas las sedas del mundo, que mona se va a quedar.

En los segundos comicios, en los que el PP aumentó aún más su porcentaje de voto, Ciudadanos ya no estaba por ninguna labor de pacto alternativo, el PSOE se disponía a abrirse en canal en una guerra en la que todavía no se han librado las batallas más sangrientas y Podemos jugó a ofrecer ahora ya una mano tendida al pacto con la tranquilidad que da saber que no es posible en absoluto. En la guerra socialista de octubre pesaron desde las más mezquinas cuitas de poder interno a visiones muy distintas de la organización del partido. Una parte de la opinión pública, y también de la publicada, asegura que hubiera sido factible un acuerdo con los grupos independentistas que es muy impopular señalar que no hubiera podido fraguar en absoluto. Pero cada cual se engaña con lo que prefiera, por su puesto.

Quizá enésimo se haya quedado insospechadamente pequeño para definir el número de veces que nos escandaliza la actitud del presidente y todo lo que le acompaña. Pasada una semana de rasgarse las camisas, de fuegos de artificios y voces en alto muy indignadas ¿qué se ha hecho? ¿es posible un acuerdo para sumar 176 diputados en una moción de censura? ¿a qué estarían dispuestos a renunciar los que podrían promoverla para alcanzar un acuerdo de mínimos? Como no hay respuestas para ninguna de estas preguntas, todo lo demás es inútil.

Es cierto que en nombre de la estabilidad, los más sesudos, los moderados, los señores serios han hecho doctrina de que no hay otra alternativa a este cenagal. Cuando es el verdadero peligro para el Estado, que amenaza cada día con desprestigiar todo hasta que se derrumbe en un clima de desconfianza justificada o no. Es cierto.

Pero no lo es menos que en frente sólo hay enanismo político, que la eficacia, el realismo de asumir el verdadero reparto de los votos y hacer lo posible (no lo ideal) con ellos se desdeña como si fuera debilidad. Que no hay verdaderos líderes para templar una alianza que la lleve a cabo porque los elogios son para maximalistas y savonarolas de tertulia y quien lo dude es un traidor y un vendido. No será siempre así.  No pierdo la esperanza de que nuestros hijos o nietos vean otra cosa. El presente es desolador.