Democracia a la francesa

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

01 may 2017 . Actualizado a las 09:33 h.

Los cinco aspirantes que se enfrentaron en las elecciones francesas -tres de ellos ya eliminados- coincidieron en definirse como «candidatos del pueblo». Discrepaban, sin embargo, en sus dicterios contra casi todo, con diferentes mensajes de descalificación contra algunas instituciones, algunos medios de comunicación y, sobre todo, contra el sistema. ¿Qué sistema? Aquel en el que justamente ellos crecieron y fueron elegidos.

Ahora ya solo quedan dos en liza. Y los dos se proclaman, ¿cómo no?, herederos del futuro y no del pasado, como si nunca hubiesen vivido en Francia antes de ahora. Comparecen así como representantes directos del pueblo y no como candidatos contagiados por las muchas pestes de un pasado del que abominan. Ellos, los puros.

Como era inevitable, en las elecciones del pasado 23 de abril cayeron tres. Y el domingo 7 de mayo caerá otro. Así llegaremos al final de la partida y Francia tendrá un nuevo presidente. Y espero que este sea Emmanuel Macron, simplemente porque creo que viene de nuestro propio pasado y defiende un futuro dentro de la Unión Europea.

La pregunta que cabe formular es qué le pasa a estas democracias que tanta insatisfacción y tanta inquietud nos generan. ¿De dónde sale tanta disputa y tanto encono? Sean cuales sean las respuestas, el hecho me parece preocupante. Porque la democracia es la gran conquista de los pueblos que tienen el privilegio de gozar de ella, y no se entiende que alguien en sus cabales se canse de disfrutarla y de defenderla.

Lo dijo bien George Washington: «Cuando un pueblo se ha vuelto incapaz de gobernarse a sí mismo y está en condiciones para someterse a un amo, poco importa de dónde procede este». El lamentable espectáculo de algunos candidatos franceses tratando de desconectarse de un pasado que -se pongan como se pongan- es el suyo, me ha producido inquietud. Porque creo que no es así como se defiende la democracia. No creo que descalificar el pasado o intentar renunciar a él sea el mejor camino para asaltar los cielos de un futuro perfecto que, por definición, no existe. Mejor defender lo bueno conocido, porque la Historia demuestra que lo malo puede llegar y luego no querer irse.