Lecciones francesas sobre populismo

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

09 may 2017 . Actualizado a las 09:06 h.

Como cualquier demócrata, solo puedo felicitarme por la victoria de Emmanuel Macron, porque su derrota habría supuesto la tragedia de que Francia quedara en manos del fascismo. Dicho esto, que es sin duda lo más relevante, no secundo el entusiasmo global con el escenario político surgido de estos comicios. Y mucho menos, la idea generalizada de que el triunfo de Macron salva definitivamente a Francia de la lacra del populismo. Muy al contario, el populismo está más fuerte que nunca en el país vecino, en donde condiciona absolutamente todo. Y estas elecciones lo demuestran.

El auge populista en Francia y la torpeza de los partidos tradicionales para hacerle frente son las únicas razones que explican que Macron vaya a presidir la República. Terminó siendo la única opción votable para un demócrata en unos comicios en los que se puso a los franceses ante la tesitura de escoger entre el fascismo del Frente Nacional, el delirio bolivariano -¡en Francia!- que representaba Mélenchon, el voto a un candidato corrupto de la derecha o el apoyo a un aspirante socialista en el que no creía ni su propio partido. Sin restar méritos a Macron, en esas condiciones habría ganado cualquiera que representara una alternativa razonable a semejante tropa. Como cualquiera también habría vencido a Le Pen en la segunda vuelta, porque en Francia aún queda un número suficiente de demócratas que ponen el interés y el futuro del país por encima de sus fobias.

Pero que en la primera vuelta el populismo de izquierda y derecha obtuviera un 40 % dibuja un escenario inquietante. De hecho, Francia ha estado a un paso de la catástrofe máxima que habría supuesto una segunda vuelta entre Le Pen y Mélenchon, de la que no había salida democrática posible. Macron también debe gobernar ahora para esa mitad de Francia abducida por el discurso populista, que no se lo va a poner fácil a la hora de afrontar los inmensos retos que tiene pendientes en materia de seguridad, inmigración y europeísmo. Las inminentes legislativas aclararán qué posibilidades tiene este presidente sin partido de llevar adelante su programa regeneracionista y proeuropeo.

La vileza de un Mélenchon que se negó a pedir el voto a Macron en la segunda vuelta contra Le Pen demuestra que los extremismos se retroalimentan entre sí y son capaces de colaborar porque coinciden en sus fines: destruir el sistema, acabar con los partidos tradicionales y con la Unión Europea. Una lección que nadie debería olvidar no solo en Francia, sino en toda Europa, incluida España, porque también aquí el populismo empieza a contaminarlo todo.

La mejor prueba de ello es que Pedro Sánchez esté en disposición de liderar el PSOE con un discurso que bebe directamente de las fuentes de Podemos. Para saber adónde conduce ese camino suicida, basta mirar el 6 % cosechado en Francia por el socialista Benoît Hamon, que pretendió, como Sánchez, combatir el populismo con populismo. Francia ha ganado la primera batalla contra el extremismo radical. Pero ni mucho menos lo ha enterrado. España, tampoco.