Susanistas: donde dije digo, digo Pedro

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

26 may 2017 . Actualizado a las 07:59 h.

Estaban tan seguros de ganar los muchos dirigentes que apoyaron a Susana Díaz en las primarias y lo consideraban tan decisivo para el futuro del PSOE, que en un ejercicio contradictorio con el habitual patriotismo de partido desvelaron el temible ser de su adversario: un político populista enfermo de ambición, oportunista e irresponsable. Un político dispuesto a pactar con el diablo con tal de verse en la Moncloa y tan veleidoso como falto de criterio, capaz de decir una cosa hoy y mañana la contraria. Un político que montó su candidatura sobre una absoluta falsedad (que era un mártir de la casta socialista en defensa de la gente militante) dirigida a disimular sus desastres electorales. 

Todo esto y más dijeron en público de Sánchez los líderes históricos del partido (empezando por González), los barones territoriales y locales y los dirigentes que se alinearon con Díaz en contra de quien, si ganaba, podría, según ellos, acabar con el PSOE. Es fácil imaginar cómo se despacharían en privado quienes no querían ni pensar en que su enemigo venciese las primarias.

Pero hete aquí que Sánchez gana y que, de la noche a la mañana, todo lo dicho se lo lleva el viento. Los perdedores aceptan no solo su derrota, que es lo que exige el juego limpio, sino también pactar con el ganador el próximo congreso y, es de suponer, apoyar su candidatura a la presidencia del Gobierno. Todo ello sería lo normal es unas primarias planteadas en los términos en los que suelen celebrarse: candidatos del mismo partido, al que guardan lealtad, y que ponen de relieve sus diferencias para que los militantes decidan con su voto.

Todo parecido entre tal descripción y las recientes primarias socialistas es pura coincidencia. Sánchez no era, para el susanismo, el otro candidato del PSOE sino el que competía, de hecho desde fuera del PSOE, contra el PSOE, para, apoyándose en «la gente», acabar de una vez por todas con «la casta» socialista. Esa es la razón por lo que resulta incomprensible que los perdedores (la mitad del partido) se hayan plegado sin rechistar al vencedor y renuncien a intentar ganarle el congreso y la candidatura a la presidencia del Gobierno y, en todo caso, a colocar a Sánchez los frenos y contrapesos para evitar que haga lo que sus detractores no se cansaron de denunciar que haría si ganaba.

Es tal la tomadura de pelo que ello supone para los millones de españoles a los que el PSOE convenció de la importancia fundamental de sus primarias que solo cabe verlas como una farsa, donde nada es verdad ni mentira y todo una mera lucha de poder. Porque, digan lo que digan ahora los derrotados, el PSOE acaba de asumir un riesgo mucho peor que el de perder las próximas generales: ganarlas. Es decir, obtener un resultado que permita a Sánchez llegar a la Moncloa con el apoyo de Podemos y el secesionismo sublevado… que era justamente lo que sus adversarios juzgaban, con razón, nefasto para el PSOE y para España.