Homenaje sentido a Ana Echeverría

Xosé Luis Barreiro Rivas
Xosé Luis Barreiro Rivas A TORRE VIXÍA

OPINIÓN

12 jun 2017 . Actualizado a las 08:21 h.

Entre los españoles es muy frecuente que familiares, amigos o desconocidos arriesguen la vida -que a veces pierden- en momentos de extrema dificultad. Incendios, naufragios, accidentes e intervenciones de mediación entre contendientes dan frecuente noticia de ciudadanos generosos que entregan su vida por cumplir su deber, por ayudar a una persona conocida o desconocida, o para cambiar su suerte por la de un niño pequeño o una persona desvalida. Esto es lo que hizo Ignacio Echeverría en el Borough Market de Londres, el sábado día 3, cuando, sin pensárselo dos veces, y armado con un patinete, se enfrentó con esos yihadistas que paralizan de miedo a Europa entera, para ayudar a una mujer que nadie sabe quién es.

Ignacio Echeverría era un gran ciudadano y un héroe admirable, pero no es una excepción. La excepción estuvo en su hermana Ana -la portavoz- y en toda la familia Echeverría, que lejos de subirse al victimismo, o de aprovechar el momento para arremeter contra los Gobiernos y todo lo que se mueve, describió las actitudes del Gobierno británico con esta inmensa generosidad: «Esas cosas que han salido en la prensa no las compartimos. Están haciendo desde un punto de vista personal todo lo que pueden para ayudarnos y para que podamos reunirnos cuanto antes, especialmente mi madre, con el cuerpo de mi hermano». Y para que nadie pudiese ir más allá de lo que tan atribulada familia consideraba justo, remató la comparecencia con esta colosal maravilla: «Algo muy triste y muy duro se está convirtiendo en algo más bonito y muy grandioso, que nos hace querer más, apreciar más a nuestro hermano, a nuestra familia y a nuestros amigos, y a nuestro país».

Estas palabras son heroicas, porque van contra los hábitos y el sentir de la opinión pública, en un momento en que la incontinencia verbal e intelectual es la norma, y el uso del victimismo está considerado como una pauta automática que con demasiada frecuencia rebasa los límites de lo razonable y de lo justo. Las palabras de Ana Echeverría, y la admirable serenidad con que las dijo, frenaron un alud de victimismo y populismo que estaba punto de arrasar la ladera, y pusieron de manifiesto -más que las manidas proclamas y los minutos de silencio- en qué consiste la respuesta de los ciudadanos libres a la amenaza irracional y cruel que estamos padeciendo. Antes y después de las palabras de Ana, la dignidad de la familia Echeverría fue conmovedora, al poner de manifiesto para qué sirven los valores éticos y espirituales arraigados en el corazón de las personas. Y por eso me gustaría que el recuerdo de tan ejemplar familia no quedase ligado al saber morir de Ignacio, sino al excepcional saber vivir de su madre y hermanos, que explican mejor que el heroísmo por qué entregó su vida -por alguien- en el Borough Market.