Billetes de diez mil pesetas

OPINIÓN

21 jun 2017 . Actualizado a las 19:42 h.

Hubo un tiempo, no hace mucho, en el que parece ser que en este país nadábamos en billetazos, de aquellos de diez mil pesetas con la cara de Don Juan Carlos, y nuestros padres, los vuestros y los de todos, pagaban sin problemas la hipoteca, tu carrera universitaria, un coche o incluso dos, un apartamento en la playa y qué sé yo, que para eso éramos ricos. Desde Lehman Brothers para acá, eso se ha roto, dicen, y ahora ni hipoteca, ni coche, ni nada, que los hijos de aquellos de los billetes no se guardaron ninguno y hasta hemos cambiado de Rey. No han heredado aquellos apartamentos, ni tan siquiera uno de los dos coches, y con su carrera universitaria a cuestas han tenido que largarse de España a buscar un sitio en el mundo que les ofrezca todo aquello que en su día, parece ser, sus padres tuvieron.

Como si fuera una ley no escrita, un contrato tácito entre los jóvenes y sus padres y el capitalismo, en el que se prometía un futuro en el que vivirían todavía mejor que sus padres, pero sin billetes de Don Juan Carlos, nuestros jóvenes están viendo que alguna de las partes ha roto el contrato, tal vez sus padres votando mal, pero una estafa en cualquier caso.

Conozco a un padre y un hijo que no saben qué fue aquello de Lehman Brothers, ni saben nada de rescates a la banca, ni en su día vieron el rostro de Don Juan Carlos en un billete en sus carteras. La última vez que tropecé con ellos, el hijo llevaba un radiador en la mano y junto a su padre pedía chatarra en un taller mecánico de coches, algún trozo que pesara bastante y que fueran a tirar. Ese chico tiene menos de treinta años, pero llevo viéndolo hacer eso desde que era un niño, junto a su padre, y hoy los dos tienen casi el mismo rostro, surcado por el hastío, ennegrecido por la losa del sol de verano, y uno no sabe ya si el que pide un trozo inservible de un vehículo al que jamás podrán acceder es el hijo o el padre, tanto da, los dos pobladores de un abismo eterno de incertidumbres.

Mientras nuestro mundo se deteriora y nuestros jóvenes más brillantes tienen que irse a otro país a vivir mejor, para algunos no ha cambiado nada, y ese mundo de otro tiempo sigue ahí para los buscadores de chatarra, una burbuja que no se puede atravesar, desconocida e innacesible, que de vez en cuando abre una puerta para regalar lo que ya no le sirve. Nuestro joven chatarrero nunca tuvo un futuro, y su pasado y su presente son indistinguibles. No poblará las páginas de los principales medios del país, ni estos solicitarán su testimonio, pues no conoce otra realidad que su estanque y posiblemente ni sepa explicar su experiencia vital. Nadie le preguntará si tiene pensado emigrar, pues no tiene sitio donde ir, y esta es la parte del problema que nadie quiere ver: quizá la lucha está en que el chatarrero padre pueda ver a su hijo buscando lo mejor en otro lugar, y que ese lugar no sean los despojos de la opulencia y un tal vez comer. El peso del radiador es el ancla que lo retiene aquí. Habladle a él de pobreza energética, pobreza laboral, pobreza habitacional. Las tiene todas.