La ilusión del 77 y la liturgia de ayer

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

29 jun 2017 . Actualizado a las 09:04 h.

Acudo a Madrid atraído por la nostalgia. Dispuesto a revivir, cuarenta años después, uno de los momentos más emotivos de mi vida personal y más decisivos de nuestra vida colectiva. El día en que aprendimos -a ciegas: nunca lo habíamos hecho- a votar. El día en que, desde la tribuna de prensa, observamos el paso vacilante de Dolores Ibárruri, del brazo de Rafael Alberti, caminando ambos hacia la presidencia del Congreso. El hemiciclo que solo conocíamos por la televisión en blanco y negro, atiborrado de sotanas y uniformes militares, resplandecía aquel día con los colores del arco iris.

Todo aquel caudal de ilusión, que sin duda sirvió para regar las vegas agostadas del país, se ha evaporado. El rey con su discurso y los supervivientes con su presencia -y sus ausencias- entonaron ayer el réquiem. Concelebraron un acto litúrgico a medio camino entre el mensaje navideño del monarca y el responso por un hito que ya es historia o pieza de museo. La prensa informará hoy del mensaje real, pero obviará el responso. Pueden comprobarlo. ¿A quién importa ya el voto del abuelo?

Felipe VI habló -no sé si con voz propia o como ventrílocuo de Rajoy- de Cataluña y del imperio de la ley. Su aportación innovadora consistió en introducir una cita de Emilio Castelar, el último presidente de la Primera República: «El menosprecio a las leyes es el más incurable de nuestros defectos». La cultura republicana se desploma -la res pública de los romanos, no la forma de gobierno-, pero los viejos republicanos aún sirven para según qué. En compensación, el rey llamó dictadura al régimen de Franco. Cuarenta años duró la dictadura y otros cuarenta tardó un rey en llamarla por su nombre.

Pero lo más significativo del acto litúrgico no fueron las palabras del rey, sino la nómina de los ausentes. Unos murieron, algunos rehusaron la invitación y a otros los ocultaron. Y son precisamente estos últimos los que, con su ausencia, delatan el carácter fúnebre del acto. El modelo muestra síntomas de agotamiento no porque lo diga Pablo Iglesias, que aún no había nacido la primera vez que votamos, sino porque los albaceas esconden a protagonistas significados de la transición. Sospechan con fundamento que si estos se han degradado a ojos de la opinión pública, tampoco el modelo gozará de buena salud.

¿Estaba invitado al acto Jordi Pujol? A un joven parlamentario que le hice esa pregunta aviesa se mostró sorprendido: desconocía que el expresidente de la Generalitat fuese uno de los diputados constituyentes más destacados. En 1977 estaban los nacionalistas catalanes y ahora solo asisten los independentistas. Y estaba el PNV, que ahora también hizo mutis por el foro.

Pero la ausencia más rechamante es la del rey emérito Juan Carlos. Se encuentra navegando en Sanxenxo, tenía previsto asistir, pero la casa real se negó a darle el plácet. Dicen sus allegados que está irritado por no participar en los responsos.

Vuelvo de Madrid con la misma quemazón de la nostalgia, pero bastante más deprimido.