Jugger, el quidditch terrenal que triunfa en Avilés

Noelia Rodríguez AVILÉS

AVILÉS

A medio camino entre el rugby y el deporte favorito de Harry Potter esta modalidad, procedente de Alemania, conquista a los adolescentes

26 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Harry Potter  persigue el snitch en los partidos de quidditch en Hogwarts y en el parque de Ferrera de Avilés lo que más valor tiene es el jugg, una pelota rectangular de espuma que ha de colocarse en un soporte que se coloca a cada uno de los extremos de un campo ficticio. Desde hace meses el pulmón verde de Avilés se ha convertido en el espacio en que más de una treintena de adolescentes practican jugger, una modalidad deportiva procedente de Alemania, donde cuenta hasta con una federación propia, que cada vez tiene más adeptos en nuestro país. En lugar de escobas, tienen otra serie de armas con las que bloquear al equipo contrario y conseguir que su corredor coloque el jugg en el extremo del campo. El jugger llegó a Avilés después de que varios jóvenes lo descubrieran en ferias de anime y manga y lo ha hecho con gran popularidad. Participan en competiciones en Cantabria, donde este verano se celebrará una competición que durará varios días. En Asturias, de momento, no hay campeonatos pero sí grupos de seguidores tanto en Avilés como en Oviedo y Gijón.

El jugger es un deporte más físico y duro que el quidditch -salvo que los magos se caigan de la escoba, porque las caídas en el Ferrera parecen a simple vista menos dolorosas que desde las alturas-, probablemente porque tiene ciertas similitudes con el rugby americano. Entre sus seguidores hay quienes incluso le encuentran parecidos con la esgrima. «Tiene que ver con luchas medievales», asegura Pablo Muñiz. Pero lo cierto es que en cuanto uno se fija en el sistema de juego es imposible no acordarse del deporte de los magos de J. K. Rowling y ellos mismos lo reconocen. Es un quidditch sobre el suelo, moviéndose sobre sus propios pies y no en escobas y cuyos partidos duran mucho menos que los que se disputan en el colegio de magos. La medida de tiempo son los pitidos y un encuentro tiene 200 -cada pitido equivale a 1,5 segundos-, sin contar los tiempos que se paran cuando hay faltas o los jugadores tienen que recuperar posiciones. Los partidos duran cinco minutos, aunque se extienden más por las continuas interrupciones, y en ese tiempo a algunos equipos les da tiempo a marcar hasta 20 puntos, «si son muy buenos», apunta Nacho Vale.

El jugger se juega entre dos equipos -aunque también hay duelos entre participantes- y cada uno de ellos tiene a cinco jugadores. Cuatro son defensores y el quinto es un corredor, cuyo papel es fundamental para ganar el partido, cuyo protagonismo es tanto como el del buscador en el quidditch. Él es el encargado de llevar el jugg hasta el final del campo -que tiene las mismas dimensiones que una cancha de fútbol sala- y colocarlo en un pequeño soporte, algo que guarda paralelismos con el rugby. La labor de los defensores es evitar que los miembros del equipo contrario le impidan llegar hasta allí y para hacerlo cuentan con una serie de armas.  A falta de escobas voladoras ellos tienen palos de bambú recubiertos con espuma (las que se usan en las piscinas cuando se aprende a nadar) de modo que los golpes no resulten tan dolorosos.

Armas en lugar de escobas

Se trata de bastones que pueden medir dos metros o espadas cortas de apenas 85 centímetros. Igual que no es lo mismo jugar al quidditch sobre una Nimbus 2001 o una Saeta de Fuego no es lo mismo un Q-tip (el arma más larga) que una mandoble. Según el tipo de arma elegida cambia lo que se puede considerar falta -las penalizaciones son tiempos muertos para el jugador que debe permanecer arrodillado. También tienen escudo y cadenas, a la que se sujeta el kette, una bola de 20 centímetros de diámetro y la que tiene que girarse 180º antes de impactar sobre el contrario para que sea válido. ¿Qué tiene de especial el jugger para atraer a los avilesinos? Sus propios jugadores no saben explicarlo bien, aunque apuntan a razonamientos tales como que «es una forma de hacer ejercicio», según Pablo Muñoz o que «se practica al aire libre», tal y como apunta Nacho Vale.