Un fauno para un cisne

Yolanda Vázquez REDACCIÓN

CULTURA

Exitosa gala-tributo a Maya Plisétskaya en el Jovellanos, dirigida por el bailarín asturiano Álvaro Rodríguez Piñera, solista del Ballet de la Ópera Nacional de Burdeos

26 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Era grande la responsabilidad y también eran grandes los nervios, la expectación y las ganas de ver a uno de la tierra bailar (y disfrutar) en su propia casa, entre los suyos. Las galas de danza es lo que tienen: por un lado, uno se expone donde más ansía, mientras convergen todas las emociones acunadas en los ensayos, a la vez que se vive cómo se hace realidad lo que hace un tiempo no era posible. Por el otro, siempre merodea el pensamiento inevitable del y si algo sale mal. La primera gala que organiza el bailarín asturiano y solista del Ballet de la Ópera Nacional de Burdeos Álvaro Rodríguez Piñera no solo no salió mal, sino que demostró que en Asturias se pueden organizar representaciones de danza clásica de gran factura ejecutoria.

Abrió noche el paso a dos de El Carnaval de Venecia, Satanela, una pequeña joya poco vista, llena de alegría y desenfado, que sus dos intérpretes, el propio Rodríguez Piñera y Sara Renda, llevaron a escena correctamente. Ejecución sujeta, sin errores, y llena del espasmo del inicio de una velada cuyos primeros compases abordaba el bailarín gijonés, que también ejercía de director artístico, con ese rictus en la sonrisa tan característico que proporciona el exceso de tensión; ése que, luego, a medida que van pasando las piezas, se va relajando poco a poco. Su pareja, Sara Renda, estrella de la Ópera de Burdeos, ofreció un buen trabajo de puntas para una variación muy técnica. La coreografía es una delicia, como un capricho: ballet clásico lleno de gracejo para jugar y jugar. La que no resultó buena fue la grabación musical, que sonó un poco a lata de hojalata.

El programa siguió con el totémico paso a dos del segundo acto de Giselle, y a partir de aquí las grabaciones y cortes musicales ya sonaron a otra cosa. Estupendo fue el desmayo del developpé de Léonore Baulac, primera bailarina del Ballet de la Ópera Nacional de París, uno de los más icónicos del ballet de repertorio, y del que se piensan miles de imágenes por miles de interpretaciones a lo largo de la historia de la danza. Si hay que poner un pero (que no es exactamente tal), quizá se quedó algo corto el allongé de algún port-de-brass. La intensa suavidad de esta Giselle se cierne blanca sobre el etéreo extractado de esta gran obra de ballet. Digna de mencionar fue la ejecución de los entrechat de Sébastien Bertaud, no muy altos pero trenzando las piernas desde arriba. De libro.

Tiempo para El Lago de los Cines, momento mágico donde los haya y claro tributo al cisne de todos los cisnes y razón de ser de la gala: el homenaje a Maya Plisétskaya. A Claire Teisseyre no se le oyeron las puntas durante su intervención. Buenas y largas extensiones, gran trabajo dorsal para delimitar la prolongación de los arabesque, acompañada en todo momento por los buenos apoyos de su partenaire, de nuevo Rodríguez Piñera. Momento para la seducción de la mujer-ave. Ovación cerrada y sólida del público para los dos. Evidente momento para el recuerdo. Sentido.

La primera parte se cerró con una pareja de ballet de esas que son especiales. Itziar Mendizábal y Jean Sébastien Colau ofrecieron Jeune homme, una pieza deliciosa de gran precisión en la ejecución para movimientos cortados. La bailarina vasca, en un excelente momento de forma técnica y con ese punto de cocedura artística tan de agradecer por parte del buen aficionado, deleitó al público con su interpretación y con su figura. Maravillosa. Para repetir. Es la mujer de las manos que no cuestan. Su pareja, Jean Sébastien Colau, estuvo a la altura y trabajó bien su intervención.

El aparte del fauno

Llegó después uno de los momentos más esperados de la velada: la puesta en escena del solo de Preludio a la siesta de un fauno, a cargo de Álvaro Rodríguez y con el encomiable trabajo de caracterización y maquillaje de Annie Lay Bardon, artífice invisible de la noche, no menos importante, por más anónima, de este buen solo, sin la que hubiera sido imposible imaginar la figura humana como medio hombre medio animal. Y es que los asturianos de faunos sabemos algo; nuestra mitología rica en personajes de cuento, nos hace mostrar, de mano, simpatía y empatía por estos seres.

La versión que se vio en el Jovellanos es la creada por el coreógrafo francés Serge Lifar en 1932, veinte años posterior a la de Nijinsky, aunque también se aborda desde esa frontalidad lateral que tan iconográfica ha sido durante décadas para el mundo del arte, pese a la supresión de elementos como las ninfas, la flauta y la fruta. Tan solo se deja en escena el fular.

Pudiera decirse que, de momento, Rodríguez Piñera ha encontrado su rol: lo vive, lo entiende; y esto sucede porque le interesa todo lo que tiene que ver con él, es decir, la historia del poema sinfónico que gira en torno a este gran personaje de ballet. Solo estudiando se llega a saber cómo hacer, cómo interpretar. Y el asturiano lo ha aprendido. A lo que hay que sumar que posee un físico muy adecuado para la interpretación de este fauno juguetón y enfático. No es ni grande ni pequeño, sino de un tamaño que se postula canónico y que define más que bien la estética de este personaje mitológico. Claro que a todo esto debe acompañarlo una gestualidad de cara, torso y brazos, hecho físico fundamental para desarrollar la transfiguración. Rodríguez Piñera puede estar orgulloso. Empezó la gala de una manera y aquí soltó su bien interiorizada aura interpretativa. Se nota el enorme y profundo respeto que tiene por el personaje y por la obra.

Y no es para menos, ha bebido de fuente directa. El director de la Ópera Nacional de Burdeos y su maestro, Charles Jude, trabajó con él durante varios meses este personaje para su estreno en octubre de 2014 en la ciudad francesa. Pero Jude también esconde su propio secreto, el que ha recogido Rodríguez Piñera y que, de momento, cuida como un tesoro; en realidad, como lo que es: Jude, discípulo directo de Nureyev y estrella de la Ópera de París en los años 70 del pasado siglo, ha encarnado al fauno y recibido el premio Nijinsky (1976) y el premio Lifar (1988). Y todo ello coronado por el contacto directo que tuvo con Attilio Labis, otro grande de la Ópera de París que, a su vez, tomó tótem de la raíz del fauno ideado por Lifar. Como se ve la conexión del asturiano es total. Es de desear que cuide y mime mucho este personaje.

Así que no hay que contraponer versiones, la de Nijinsky con la de Lifar, o viceversa; ni tampoco hay que contraponer méritos, por mucha historia que tengan detrás. Tan solo hay que evidenciar, nada más. No hay que buscarle más cosa, ni más comparación, por lo menos en una representación. Cuestión aparte es la importancia histórica que supuso esta obra a comienzos del siglo XX. Eso lo sabe bien Mijail Baryshnikov que este pasado mayo trajo a Madrid su propia visión, no del fauno, sino de la vida de quien lo hizo enteramente universal, Vaslav Nijinsky, a través de Letter to a man.

Fin de programa y respetable

La velada del Jovellanos prosiguió con el solo de Carmen, de la mano de Claire Teisseyre, en la adaptación coreográfica del propio Rodríguez Piñera, basada en la original de Alberto Pacheco, quien la creara ex profeso para la Plisétskaya. Otro guiño a la gran bailarina ruso-española. También buena actuación de la francesa. Interpretación y ejecución solventes.

Tras el ambiente español, llegó Fugitif, una pieza preciosa, creada por Bertaud, con una hermosa plástica en las evoluciones de Léonore Baulac. Un ballet para la carnalidad neoclásica que también deviene en estándar. Baulac es una cocada como bailarina. Jolie.

El momento más francés (no olvidemos que Rodríguez Piñera vive en Francia) vino con la música de la gran voz de Edith Piaf, la nostalgia alegre hecha sonido humano. Itziar Mendizábal y Sébastien Colau, todo solvencia escénica, se metieron al público en el bolsillo con este juego a dúo. Más jolie.

La velada concluyó con el paso a dos del balcón de Romeo y Julieta, donde la tensión de una gala de estas características hizo ya algo de mella. Se dio algún que otro desequilibrio para rematar las ejecuciones, pero no pasó de ahí. Fue, quizá, la interpretación más floja, pero bien solventada. El asturiano y su compañera, Sara Renda, remataron la función con el público entregado.

Mención aparte merece el respetable, que en la primera parte no lo fue tanto. Ruidos de teléfonos móviles constantes (pese a que la locución de cortesía del teatro solicitaba desconectar los terminales) y voces y charlas sin interrupción se sucedieron hasta, más o menos, la parte de El Lago de los Cisnes. Estos comportamientos son preocupantes, pues hacerse el selfie para salir en las redes sociales parece ya imprescindible. Ya no solo denotan la falta de respeto a lo que va a ocurrir en escena, sino que no importa quién se tiene a la derecha, y quién a la izquierda. Y no es algo que solo suceda en ciudades pequeñas. En Madrid, en plena temporada de ópera, ocurre otro tanto de lo mismo. De seguir así, llegará un momento en que lo artístico sea secundario.

El logro

Pero lo más importante de este espectáculo, al margen de que por fin algo así, y de la mano de un asturiano, se haya hecho realidad, es la buena disposición mostrada por todas las partes: desde la implicación del teatro al acoplamiento de la organización artística en la propia ocupación del coliseo, unido a las agendas de artistas procedentes de diversas compañías y con los compromisos muy marcados; algo nada fácil. Eso por un lado.

Por otro, amén de poder visualizar el buen momento de algunos jóvenes bailarines en excelente estado de forma y madurez, debe resaltarse como se merece el nivel de calidad expuesto en el Jovellanos, pero, ante todo, el logro de la homogeneidad de esa calidad. Una exhibición homogénea en la ejecutoria de ballet clásico no es sencilla de reunir en una iniciativa así, en la que no sobresalga en exceso una cosa más que otra, por lo menos en lo que concierne al ballet académico. Todas esas cuestiones ayudan al espectador a concentrarse en la danza, en el sentido del ballet, aunque sea a través del fragmento de una obra larga, porque bien distinto es que estuviera realizado para exhibir vestuario, que a veces esto también se da. En este sentido, el poder de los clásicos es evidente, porque el gran público, así en general, suele conocer lo elemental. Eso ayuda.

Así que estos propósitos son los que hacen espectadores, pero también contribuyen a conservar de buen modo la tradición. Fue una estupenda velada de danza, una de esas funciones de ballet que ya quisieran para sí otros teatros situados más alto en el escalafón escénico.

Ficha

I Gala Internacional de Danza. Homenaje a Maya Plisétskaya

Dirección artística: Álvaro Rodríguez Piñera

Primera Parte:

 «El Carnaval de Venecia».  Satanella paso a dos (Marius Petipa)

Stanella: Sera Renda  -  Conde Fabio: Álvaro Rodríguez Piñera

 «Giselle». Paso a dos del II Acto (Jean Coralli y Jules Perrot)

Giselle: Léonore Baulac ? Príncipe Albretch: Sébastien Bertaud

 «El Lago de los Cisnes». Paso a dos del II Acto (Petipa ? Ivanov)

Odette: Claire Teisseyre ? Príncipe Sigfrido: Álvaro Rodríguez Piñera

 «Jeune Homme» (Scholz)

Itziar Mendizabal y Jean Sébastien Colau

Segunda Parte:

«Preludio a la siesta de un fauno» (Serge Lifar, 1932)

Fauno: Álvaro Rodríguez Piñera

Caracterización y maquillaje: Annie Lay Bardon

 «Carmen» (Rodríguez Piñera sobre la versión original de Alberto Alonso)

Carmen: Claire Teisseyre

 «Fugitif» (Sébastien Bertaud)

Léonore Baulac y Sébastien Bertaud

«Piaf a Deux» (Chalmer)

Itziar Mendizabal y Jean Sébastien Colau

 «Romeo y Julieta».  Paso a dos de la escena del balcón (Jude)

Julieta: Sara Renda ? Romeo: Álvaro Rodríguez

Duración aprox: 120 minutos

Teatro Jovellanos, 21 de julio de 2016. Gijón