J. K. Rowling, de cero en mates a autora millonaria

CULTURA

NEIL HALL

Un viaje en tren cambió su vida, el que la llevó de la desperación al éxito. J. K. Rowling ha visto crecer, volar y convertirse en padre de tres hijos al mago de la saga más leída de la historia. ¡Arriba escobas!

08 oct 2016 . Actualizado a las 10:13 h.

Quién iba a decirle a Joanne Rowling, esa niña insegura y propensa a la angustia que sacó un cero en su primer examen de matemáticas, que daría con la fórmula del éxito. Ni por asomo Mrs. Morgan, la profesora que la marcó con 9 años. La historia de Jo, que había comenzado un 31 de julio, nueve años atrás, podría por capricho de un cuentista empezar aquí. Cuando la familia Rowling hizo al fin realidad su sueño de mudarse al rural. Fue por el trabajo del padre, ingeniero de la compañía Rolls-Royce, que se movieron desde Yate a Winterbourne, un pueblo del suroeste inglés en el que Joanne conoció no solo a la profesora que luego le inspiraría a uno de sus villanos, sino al mismo Potter. Bueno, no exactamente al mismo, sino a un chico, de apellido Potter, que ella llevaría años después al andén 9 y 3/4 de King’s Cross, para dar juntos el salto del mundo muggle al mágico.

Un viaje desde la infancia

En esa infancia en los suburbios de Bristol, que Jo vivió devorando libros sin parar y contando historias a su hermana Di, empezaron a hacerse los recuerdos de los que tiraría la escritora para crear al niño mago que la ha llevado al top del mundo, a la lista Forbes de las cien mujeres más poderosas del mundo, y ahora, a alcanzar el título de la escritora más influyente de Hollywood. A ella no parece habérsele subido gran cosa a la cabeza. Echen un ojo a sus redes sociales, miren en su cuenta en Twitter la taza que uno de sus hijos le regaló, en plan guiño cómico trash, por su 51.º cumpleaños. Vean el mensaje que el búho le da a la gran J.K. desde una taza de desayuno: «Fuck off!».

Ella se animó a compartirlo con sus 7,8 millones de seguidores confesos, comentando: «Creo que todos estamos de acuerdo en que este es el regalo más inaceptable que un hijo le puede hacer a una madre por su cumpleaños».

El humor, con ese punto de acidez que suele inyectarle la realidad, sigue siendo una de las bazas de la mujer que ha reventando marcas exprimiendo el potencial de la literatura para niños que sobrevive a la adolescencia y tienta a los adultos más curiosos, y a esos otros a los que ha impresionado la novela Una vacante imprevista, la primera para adultos de J. K. Rowling, que firma como Robert Galbraith una exitosa saga de novela negra que empezó con El canto del cuco.

La música del éxito sigue sonando. Es como si Joanne Rowling siguiese hoy, a sus 51, en ese tren que cambió el rumbo de su vida, en marcha. En ese del que la vieja del carrito (por la saga la conocerás) no deja apearse a nadie antes de alcanzar su destino, el que la llevaba de Manchester a Londres cuando en su cabeza empezó a gestarse el peculiar e inagotable Harry Potter. Hoy adulto, padre de tres hijos y empleado del Ministerio de Magia, tras el salto al teatro que ha dado con El legado maldito.

Giratiempo. Gira el tiempo hacia atrás. «De repente, la idea de Harry apareció en mi imaginación, simplemente. No puedo decir por qué, o qué la desencadenó, pero vi la idea de Harry y de la escuela de magos muy explícitamente. De pronto, tuve la idea básica de un niño que no sabía quién era, que no sabía que era mago hasta que recibió una invitación para asistir a una escuela de hechicería y magia. No he estado nunca tan entusiasmada con una idea», dijo la autora en su día al Boston Globe. «Comenzó con Harry, y luego todos los personajes y situaciones afloraron en mi cabeza», reveló quien coincide en tantas cosas con el hijo más pródigo de su imaginación.

El debut de la escritora fue precoz, por más que tardase años y un cúmulo de dificultades en ver la luz del éxito. Jo, la primera J.K., la que aún no sabía que le aconsejarían esconderse en un par de iniciales para omitir su identidad de mujer y tener más opción al éxito, escribió su primer relato cuando tenía 6 años, aunque no para el público, sino para la familia. Era Rabbit, la historia de un conejo que, enfermo de sarampión, era visitado por sus amigos, entre ellos una abeja gigante llamada Miss Bee.

Con el tiempo, de la misma chistera que ese rabbit saldría el huérfano Harry Potter. A veces, ¿no creen?, solo magia puede ayudar a atar cabos, a entender un poco cuando se resisten los porqués.

Busquemos esa varita especial. Volvamos al andén 9 y tres cuartos, a esperar el tren con destino a la escuela de magia en que Harry educó su talento, y de paso nos descubrió la pasión por el quidditch, el imbatible Harry Potter. El que llevó a su autora a dar con la piedra filosofal tras haberlo visto todo negro.

La nube negra

Algunas de las frases para el recuerdo de las historias firmadas por J.K. Rowling van como un guante a su vida: «Cualquier cosa es posible si tienes suficiente valor», «Son nuestras decisiones las que muestran lo que podemos llegar a ser. Mucho más que nuestras propias habilidades» o «No necesitamos magia para cambiar el mundo, llevamos todo el poder que necesitamos dentro de nosotros». Los esfuerzos de J.K. Rowling por salir adelante en los momentos duros y llegar a vivir de su vocación ayudaron mucho al viento a mover la veleta de la buena suerte en su dirección. Lo mejor llegó tras unos negros noventa. En esa década, en la que la que Rowling llegó a quedarse en paro, a afrontar un divorcio y a perder a su madre tras una larga enfermedad, las dificultades económicas y sentimentales estuvieron a punto de abatirla. Pero había una luz que alcanzó a ver. «Estaba deprimida, y lo que me hizo ir a buscar ayuda fue mi hija», compartió Rowling, que se llegó a confesar a punto del suicidio. Su primera hija, Jessica, la salvó («Ella mantenía mis pies en el suelo», dijo Rowling), también el poder de su imaginación y el salto al vacío desde el andén 9 y 3/4 de la estación de King’s Cross. J. K. sigue sin apearse del tren que le cambió la vida como por arte de magia.

Un Harry que asegura su legado

El niño del rayo en la frente, el mago huérfano que sobrevivió para salvar al mundo de la oscuridad, es hoy un hombre de 37, un animal de oficina entregado al papeleo y las investigaciones de su empleo en el Ministerio de la Magia (así me lo advirtió ante esta nueva entrega un joven lector fan de la serie, Fran Fafián). Estamos ante un Harry maduro y familiar que acusa ciertos problemas de conciliación, al que los marrones del trabajo roban tiempo para el cuidado de los niños. El mago que ha superado la infancia tiene tres hijos, como su autora. James, Albus Severus y la pequeña Lily. Ojo con Albus. Porque él desata el conflicto que detona la intriga en el libro, primera pieza teatral que se hace sobre Potter, que sale airoso del escenario. Y eso que Albus Severus va a poner en serios aprietos a su padre. Pero tiempo al tiempo. Aguardemos sin prisa el expreso a Hogwarts en la estación de King’s Cross. ¿Empanada de calabaza, ranas de chocolate para amenizar la espera?

Fans o no, sabréis que el potterviaje ha sido largo. Y ha dado, por lo de ahora (que habrá más), para siete novelas de una saga, tres libros complementarios sobre el universo Potter, que la autora publicó con fines benéficos, siete películas, y otra a punto de estreno que supone el debut de Rowling como productora, parques temáticos, rutas turísticas y, por ir poniendo ya un punto, esta obra que ofrece ahora el sello Salamandra.

La lucha entre las fuerzas del bien y el mal manda en el Legado, pero es más compleja, pierde intensidad para ganar matices, y permite ir atrás y adelante en el tiempo. ¿Magia? En este caso, tecnología punta. Artefactos llamados giratiempos que sirven un Back to the future y hacen que Hermione y Ron, por ofrecerte un ejemplo, se distancien en edad para convertirse en profesora y alumno. Todo va transcurriendo en este tiempo bajo la capa del padre, así que nos conducimos por un mundo bien conocido pero explorado por la nueva generación Potter. Albus (que se parece al padre en el pelo y poco más...) es el que toma el relevo en este título de John Tiffany y Jack Thorne en el que, en un sagaz gesto de consideración con la marca del éxito, sale en grandes mayúsculas (no es redundancia) J. K. Rowling, la firma que convierte en oro cuanto toca. A veces la magia tiene truco. En este Legado que se centra en las difíciles relaciones humanas y las sombras que esconden las mejores y más mágicas familias la idea es de Rowling, pero no es ella la que escribe. Y esto invita a jugar a las diferencias.

La aventura que cambiará la vida del común de los muggles arranca una vez más en esa estación en la que las maletas desaparecen por arte de magia. En el Legado volvemos a subirnos al tren. Regresamos otra vez a Hogwarts, pero ¿a qué casa? ¿A Gryffindor? ¡No spoilers!

Aunque tiene a veces tics de culebrón, la lectura está viva, merece la pena. Entre otras cosas, por la nube negra que se cierne sobre los Potter y por las palabras de Harry a su hijo: «Durante mucho tiempo he pensado que no era un padre lo bastante bueno para ti porque no te caía bien. Hasta ahora no me había dado cuenta de que no es necesario que te caiga bien. Lo que hace falta es que me obedezcas, porque soy tu padre y sé mejor que tú lo que te conviene. Lo siento, Albus. Las cosas han de ser así». ¿Puro teatro o ley de vida?