«Gorgeous» Veranes

Pablo Batalla Cueto

CULTURA

Fundación Princesa de Asturias

Mary Beard, Premio Princesa de Ciencias Sociales, imparte una clase magistral sobre la vida cotidiana en la antigua Roma en la villa romana de Veranes, en Gijón

19 oct 2016 . Actualizado a las 11:29 h.

«La obra de Mary Beard demuestra un extraordinario talento para convertir un saber especializado en conocimiento accesible y relevante para el gran público»: así justificó el pasado mayo la Fundación Princesa de Asturias la concesión de su premio de ciencias sociales a la historiadora británica, especialista en el mundo clásico. Que su talento como divulgadora de los saberes a veces abstrusos propios de su disciplina es efectivamente extraordinario, Beard se ocupó de demostrarlo ayer en la villa romana de Veranes, en la zona rural del concejo de Gijón. Allí la llevaron sus anfitriones de la Fundación y allí impartió una improvisada clase magistral sobre la vida cotidiana en la antigua Roma para el centenar de visitantes congregados en el yacimiento, entre ellos autoridades como Carmen Moriyón, alcaldesa de Gijón, o Pedro Sanjurjo, presidente de la Junta General del Principado. Lo hizo con el desparpajo y el carácter risueño que le son característicos, y que obran la alquimia de convertir en grandes éxitos de audiencia los documentales históricos que, como la miniserie Meet the Romans, presenta en la BBC.

Carmen Fernández Ochoa, la historiadora naviega que dirigió las excavaciones de la villa en los años ochenta y noventa, le fue presentando las ruinas tardorromanas como uno presenta su hogar cuando acoge en él a un huésped: aquí estaba la cocina, aquí el frigidárium, allá el triclínium. Y una Beard genuinamente maravillada (¡gorgeous, gorgeous!, repetía sin cesar, con el rostro extasiado de quien contemplara por primera vez el Coliseo o el Foro) se detenía aquí y allá para volverse hacia el público e imbuir con sus explicaciones de vida las ruinas, inevitablemente mudas e insulsas para los legos en materia de arqueología e historia. Rellenaba huecos y ausencias, como la del segundo y hasta el tercer piso que tanto nos cuesta imaginar cuando, en yacimientos como el de Veranes, serpenteamos entre muretes que no nos llegan más allá de las rodillas. «Los romanos no vivían en bungalós, sino en edificios de varias plantas, y un gran misterio para nosotros los historiadores es deducir qué pasaba escaleras arriba, en esos otros pisos que no se han conservado», explicaba, y seguidamente pintaba y recubría las piedras de tapices, lámparas y cortinas y señalaba el nasty dog, el perro desagradable, que seguramente estuvo atado al lado del portón de la villa, ladrando a los intrusos al lado de un cartel que, como muchos encontrados en Pompeya, dijera «Cave canem», cuidado con el perro.

Especial atención de Beard concitó el bien conservado triclínium, esto es, el comedor, donde el señor de la villa celebraba hace dos milenios multitudinarios banquetes y bacanales a fin de demostrar y consolidar su poder. Esta parte de la villa sorprendió a la historiadora por su tamaño inusualmente grande. «En toda Gran Bretaña no hay nada comparable a lo que tenéis aquí»,afirmó, recordando que las villas no eran casas humildes, sino lugares posh, o sea, pijos: palacetes de potentados rurales que huían de los núcleos urbanos en los últimos siglos del ya decadente Imperio romano. También ese triclínium (que fue convertido en la nave de una iglesia durante la Edad Media, lo cual explica en parte su conservación) fue llenándolo Beard de manjares, de ánforas de vino, de hombres togados, de diferentes tipos de invitados que eran obsequiados con diferentes tipos de alimentos en aquella sociedad rígidamente jerarquizada, de esclavos callados y afanosos. «Para los romanos, los esclavos eran seres invisibles, prácticamente máquinas: uno de los primeros capítulos de la serie Roma lo refleja muy bien cuando muestra a una pareja haciendo el amor delante de ellos mientras hacen sus tareas, tal como hoy lo haríamos delante de una televisión encendida», explicó.

«Ciertamente es un locus amoenus», dijo Beard al concluir su visita, como dialogando con el fantasma del dóminus de la casa: así, locus amoenus, lugar ameno/delicioso/encantador, llamaban los romanos a los sitios bonitos y tranquilos. Beard inclusó alabó como hermoso el paisaje visible desde Veranes, seguramente bello hace siglos pero hoy algo deslucido por la autovía AS-II, que corre colina abajo de la villa y que tal vez Beard fuera capaz de no ver mirando el valle con ojos de romano del siglo IV. «A los romanos les gustaban los paisajes bonitos tanto como a nosotros», expuso para explicar por qué aquellos gijoneses de la Edad Antigua escogieron ese lugar y no otro para edificar Veranes.

Hubo tiempo, en la visita de Beard, para preguntarse qué diantres nos importan a nosotros los romanos. Beard lo tiene claro: «¿Por qué deben interesarnos los romanos? Porque siguen estando entre nosotros».