Nuria Espert, un ejemplo

Etelvino Vázquez OVIEDO

CULTURA

Mariscal

El director teatral cuenta en este artículo glosa la figura de la Princesa de las Artes

20 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando mueren los actores y las actrices, mueren con ellos sus personajes?

No, claro que no. Los personajes viven en nosotros, los espectadores, en nuestra memoria. Nosotros somos ya esos personajes.

Y eso fue lo que sentí yo cuando vi. Las criadas de Nuria Espert.

Creo que era el año 70 y habíamos hecho un viaje desde Asturias para ver el espectáculo. Éramos muy jóvenes, pero el teatro corría por nuestras venas a toda velocidad e ir a Madrid, entonces, era toda una aventura.

Pero, ¿cómo olvidar a Nuria subida en unos enormes coturnos, con aquella capa inmensa, y casi a punto de caer en aquel escenario en cuesta? Aquel espectáculo nos mostraba que otro teatro era posible, otro teatro que nada tenía que ver con el teatro al uso, incluso aunque el teatro al uso fuese un texto de Antonio Gala o la versión de Neruda de Romeo y Julieta. Lo de la Espert era otra cosa ante los ojos de aquellos pueblerinos, que éramos nosotros: fascinados, sorprendidos, envidiosos. Nosotros que, a lo más que habíamos llegado era a actuar en un colegio mayor de Madrid.

En Paris (solo podía ser en Paris) veo Viva la Muerte, la película de Arrabal con una Espert en plenitud. Y nuevo viaje a Madrid para ver Yerma. Viaje en un mini con tres atrás y dos alante. Fascinación por Lorca, por Nuria, por la lona, por Víctor García. Gracias a Yerma, el teatro de Lorca llegaba a nuestras vidas. Igual que con Las Criadas; la lectura de la obra de Genet fue obligatoria. Y todo eso se lo debo a Nuria Espert. Ni entonces soñaba yo que Lorca, veinte años más tarde, iba a ser un gran compañero de viaje, que con Lorca íbamos a ir dos veces a América, este mismo verano a Rosario (Argentina), y con unas críticas fabulosas. Nuria Espert nos indicó el camino, nos animó a no tener miedo al riesgo, al teatro menos trillado, más difícil.

Y Yerma nuevamente, en el viejo teatro Jovellanos. Y nuevamente el mismo temblor, la misma emoción. Lo mismo que cuando, años después, volví a ver Las criadas en la reposición y sentí lo mismo que antes.

Y nuevos viajes a Madrid para ver el Tartufo o Albee o Tábano en el Pequeño Teatro Magallanes, e incluso vuelta a Asturias en autostop. Supongo que por la falta de dinero o tal vez por la exultante juventud.

Y nuevo viaje a Madrid para ver Divinas palabras. Y volver a verla en el Campoamor. Y Doña Rosita y verla de nuevo en el Campoamor.

Curiosamente, muchos años después, viendo en el Teatro Filarmónica de Oviedo a Nuria Espert en La violación de Lucrecia volví a sentir el mismo temblor, la misma emoción, la misma admiración, la misma envidia. Y una voz interior que te dice: Yo de mayor quiero ser como Nuria Espert. Y, claro, uno ya es mayor y no es como Nuria.

Pero uno sabe que Nuria Espert es uno de los puntos de referencia fundamentales del teatro español (teatro que, por lo general, carece de puntos de orientación y que a veces tenemos que buscar fuera de España), una de las referencias más importantes de mi vida teatral. Sin la Yerma de Nuria, yo no hubiese encandilado a los argentinos con nuestra Yerma.

Hace años, con motivo del año santo, los gallegos hicieron el Festival Milenium. Actuaba la compañía de Peter Brook en un viejo cine de Santiago con el espectáculo Je suis un fenomene. A mi lado, en las primeras filas, estaba sentada Nuria Espert viendo el espectáculo, comulgando con el teatro de Brook como una espectadora más. En el escenario, el personaje de María Knébel, la gran discípula de Stanislavsky. Y en la puerta, con su cara de ángel, Peter Brook saludando a los espectadores. ¿Qué más podía pedir? ¿No era ese el paraíso teatral?

Ahora ya casi no hay teatro que me anime a hacer un viaje a Madrid, o tal vez me he vuelto demasiado cómodo, demasiado viejo. Pero recuerdo aquellos años en que, con todo el fervor del mundo, íbamos a Madrid a ver a Nuria Espert, íbamos a ver el verdadero teatro que en Asturias, ni en casi toda España, no podía verse.

Por eso, ahora que ya soy viejo, sé que mi historia teatral no sería la misma sin Nuria Espert, sin sus espectáculos, sin su ejemplo.

Por eso estoy muy feliz de que, desde Asturias, se haya reconocido el monumental trabajo teatral de Nuria Espert, su entrega y su compromiso con eso, hoy tan desprestigiado, que llamamos TEATRO.

Por eso me alegro de que, finalmente, la Fundación Princesa de Asturias haya dado el Premio de las Artes a Nuria Espert, a una cómica, pues ese premio me devuelve al comienzo de mi vida teatral, a mi juventud, y a aquel viaje en que íbamos todos a Madrid, apretados y felices, en un Mini.