«Cum laude» a su doble escritura

miguel anxo fernández

CULTURA

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Lonergan logra en «Manchester frente al mar» contener,  ajustar y cocinar los modestos mimbres de la cinta como una exquisitez

13 feb 2017 . Actualizado a las 08:05 h.

Doble escritura, la del guion y la audiovisual, ambas del neoyorquino Kenneth Lonergan (1962), que se prodiga poco como director -tres largos desde el año 2000-, pero responde a los trazos de autor honesto, comedido y muy respetuoso con las reglas del drama, incluido su adecuado ritmo. La duración de los planos, escenas y secuencias, junto a lo ajustado de sus diálogos y el aporte discontinuo que supone el recurso del flashback, convierten a Manchester frente al mar en película singular, capaz de marcar distancias con otros filmes del género y, naturalmente, con la nadería audiovisual imperante en centenares de horas y más horas para el mercado televisivo con tramas por el estilo. Puede que los mimbres de esta historia no sean la octava maravilla, pero Lonergan logra contenerlos, ajustarlos y cocinarlos como una exquisitez. Súmese al festín una foto apagada de Jody Lee Lipes y una música nada enfática de Lesley Barber -curiosamente, ambas al margen de sus seis nominaciones al Óscar-, que contribuyen al resultado.

Otro tanto el registro de Casey Affleck -ya se llevó el Globo, el Bafta y es serio candidato al Óscar-, impecable como un tipo solitario y lacónico, corroído por su sentimiento de culpa y peleado con el mundo, al que la muerte de su hermano lo convierte en tutor de su único sobrino, en plena adolescencia, con la complejidad psicológica que eso conlleva. Se niega a asumir tal responsabilidad e intenta zafarse. Además, hace frío en Boston y en la pequeña localidad costera en la que transcurre el drama. Ese mismo frío traslada sus incomodidades a los personajes y en favor de Lonergan hay que anotar también su progresiva -y sutil- evolución, aun manteniendo un tono alejado del cine que le gustaría a un Frank Capra. Es una propuesta rabiosamente realista, sin despreciar apuntes naturalistas, que no renuncia por momentos a una cierta sensación de bucle, de reiteración de situaciones ya vividas, pero es como la vida misma. Y esa impecable escena de cierre, que invita al espectador a una cierta esperanza no exenta de melancolía. Lo dicho, cum laude.