Lelio refleja un Chile transfóbico en la estimable «Una mujer fantástica»

josé luis losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

IAN LANGSDON | EFE

Guédiguian y Peck momifican «El joven Marx», proyectada en el Festival de Berlín

13 feb 2017 . Actualizado a las 08:04 h.

Cuando hablamos de cine chileno actual y del reflejo de la espesura reaccionaria del núcleo duro de esa sociedad hay que pensar en el lúcido Pablo Larraín. Una mujer fantástica no está dirigida por él sino por su marca blanca, Sebastián Lelio. Pero Larraín y su hermano producen -y se percibe mucho- esta denuncia de la transfobia que se proyecta sobre su protagonista femenina cuando un señor maduro y de buena familia muere en los brazos de su novia, que nació varón.

Digo que Lelio es la franquicia light de Larraín. No posee la ferocidad acerada ni el genio para profundizar en las llagas o en los espectros del cine del autor de Tony Manero o de Jackie. Lelio es como el hombre bueno que filma para los Larraín igual películas complacientes y tramposas, caso de Gloria, que aseadas en su mensaje reivindicativo de la sexualidad transgénero, como Una mujer fantástica, que me parece mucho más viva y leal con el espectador que su filme anterior. Hay una decencia estimable en el tratamiento de esta figura transexual bajo el ataque de una jauría biempensante que la percibe como «una quimera» o, cuando se expresan sin ambages, como un «marico». Es un acierto más la elección de actriz, Daniela Vega, nada exuberante. Ya digo que no es Una mujer fantástica obra de especial talento ni de shocks dramáticos. Por algo los Larraín han decidido que lo que tocaba en Berlín era el perfil bajo, pero aquí digno, de Sebastián Lelio, quien le pone corrección política con sensato resultado a esta lucha de emancipación en el Chile de tanta caverna moral e ideológica aún poderosa. El hecho de que en su producción, junto a los Larraín, figure la alemana Maren Ade, tan on fire con su Toni Erdmann, casi asegura que habrá para Una mujer fantástica premio grande en el reparto de los Osos.

Concursaba también Pokot, de la polaca Agnieszka Holland, una de esas figuras cuyo cine me genera una antipatía infinita y me preanuncia que me sentiré como un idiota en su butaca. Pokot es un thriller animalista con cadáveres muy humanos en el bosque, cazadores tenebristas y una protagonista que abandera la defensa de las especies, el vegetarianismo y que combina la fe en el zodíaco con un anarquismo cool y mariguanero. Todo amalgamado, la convierten en un ser insoportable, justo lo opuesto a lo que busca su directora, quien inyecta al personaje un humor tontiloco que ella creerá un Fargo polaco. En realidad, no sé qué causa más estragos con Holland: que te venda una Hannah Arendt para estudiantes de parvulario o que vaya de animalista bárbara.

Dos viejos luchadores

No me arregló la jornada El joven Marx, que idean dos viejos luchadores de la causa, el haitiano Raoul Peck y el marsellés Robert Guédiguian. Su dueto Marx & Engels, con Proudhon a los bajos, tiene más de Los tres mosqueteros que de la serie Holmes. Como en todos los amores ciegos, Peck y Guédiguian dañan a su personaje querido: momifican a Marx y a su tiempo. Creen que unas citas a palo seco del Manifiesto Comunista serán el clímax emocional de una sala anestesiada. Cuánto echo de menos al Morricone de Novecento.