Kaurismäki y Gray traen el gran cine a la Berlinale

josé luis losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

ODD ANDERSEN | AFP

«The Other Side of Hope» y «The Lost City of Z» nos han venido a sacar del río revuelto de mediocridades o, directamente, de amarguras

15 feb 2017 . Actualizado a las 08:08 h.

Era la de ayer jornada marcada en rojo en la Berlinale y dos incontestables del cine de este tiempo, el finlandés Aki Kaurismäki y el norteamericano James Gray, nos han venido a sacar del río revuelto de mediocridades o, directamente, de amarguras.

En The Other Side of Hope, Kaurismäki retoma, seis años después, el leit-motiv de su anterior Le Havre: el callejón sin salida de los refugiados, con tono exento de intensidades y el curso del ADN del humor del absurdo que tan bien le viene a la causa. Un restaurante, asilo de perdedores, es el cálido nido que acoge a un sirio de Alepo. Como digo, a Kaurismäki la idea de cine engagé, el compromiso con la tragedia de nuestra era, no le agrieta la capacidad para generar una comicidad natural, la combustión espontánea de esos seres de reacciones lunáticas como defensa frente a un estado de las cosas con el pie en tierra tan temible. No ha perdido Kaurismäki el touch, la magia del componedor de un mundo alternativo, un paraíso de la hilaridad donde la obscena realidad de un mundo crudelísimo se filtra sin que crujan las cuadernas de esta nave de los locos optimista que hacía tiempo que el finlandés no botaba. Tendrá premio importante el domingo porque, de otra forma, a Paul Verhoeven y a su jurado habrán de venir a rescatarlos las fuerzas especiales de Starship Troopers.

Me produce fascinación hondísima The Lost City of Z, el giro temático de 180 grados en la obra de ese último mohicano del cine estadounidense llamado James Gray. Su aventura equinoccial, con ese gentleman británico obsesionado con descubrir el eslabón de una civilización perdida en el Amazonas, es cine mayestático, de belleza y fuerza enloquecedoras, como lo es la propia pasión autodestructiva de su protagonista, que busca lo inencontrable en la jungla. Hay en el estilo de esta película soberbia una contención que trata de marcar territorio con respecto al Werner Herzog furioso de Aguirre, la cólera de Dios y de Fitzcarraldo. Pero el poder hipnótico y a ratos aterrador de esta ópera magna te atrapa y te acompaña mucho después de que el sueño o pesadilla de su protagonista lo haya fagocitado. Y sabes que la atmósfera que sale de la alquimia de cineasta febril de James Gray, con el trabajo cromático de la fotografía de Darius Khondi, permanecerá en tu memoria, aunque seguramente esta obra vaya a provocarle a Gray un destino fatal -como al de su colonizador de espectros- cuando se la pegue en la taquilla, de nuevo a las puertas del cielo.