Diez razones (más una) para premiar a Mastropiero

J. C. Gea OVIE

CULTURA

Argumentos para los que se extrañan de que a Les Luthiers se les haya premiado en Comunicación y Humanidades. Y para proponerlos a algunas otras categorías más

11 may 2017 . Actualizado a las 18:27 h.

Finalmente, la historia ha hecho justicia con Johann Sebastian Mastropiero. Es verdad que no directamente con su nombre, proscrito sin remedio en la historia oficial de la música, sino a través de un pequeño culto mastropierista de tenaces argentinos que llevan cincuenta años predicando por todo el planeta (aunque sea a base de denigrarlo) la buena nueva del maestro. O, al menos, por la parte del planeta que es aún es capaz de buscarle las vueltas más sabrosas a la lengua castellana y a esas derivaciones americanas que la han hecho aún más sabrosa. Y de agradecer que para ello se utilice como vehículo la palabra mejor articulada, la música mejor interpretada... y el más extravagante repertorio de instrumentos musicales. «Informales», dicen ellos, aunque puede que el adjetivo se quede corto.

Mastropiero es el tipo de músico que cambia la vida de la gente. Así como se recuerda lo que uno estaba haciendo la tarde del tejerazo, qué había de comer el 11 de septiembre de 2001 o con quién se abrazó uno para cantar el gol de Iniesta, hay cientos de miles de personas -hispanohablantes en su inmensa mayoría, pero no exclusivamente- que guardan registro preciso del día en que escucharon por primera el nombre del maestro; el día en que se recibió por primera vez el Estado de Gracia donde habitan ininterrumpidamente desde hace medio siglo sus embajadores en la tierra: Marcos Mundstock, Carlos López Puccio, Carlos Núñez Cortés, Jorge Maronna, Ernesto Acher, los nuevos Luthiers -Tato Turano y Martín O'Connor- y los dos que se echan en falta: el fundador Gerardo Masana y el inolvidable Daniel Rabinovich, fallecido en 2015. Mastropiero y sus Luthiers son de esos artífices que entran en la vida de las personas para forman parte de su biografía sentimental. Como ciertas canciones, ciertas películas o libros, ciertos paisajes y contados espíritus de la risa: los Marx, Woody Allen, Monty Phyton...

Esto debería ser justificación por sí solo para cualquier premio. Pero, aun así, no habrá de faltar quien se extrañe de que un grupo de cómicos -hay formas muy nobles y otras no tanto de pronunciar esta palabra- ascienda al empíreo de los Premios Princesa de Asturias. Y más aún, en la categoría de Comunicación y Humanidades, no en la de Artes. ¿Qué pinta en este Olimpo el bueno de Mastropiero (y sus Luthiers)? Será cuestión de repasar unas bases hablan de galardonar «labor que contribuya de manera extraordinaria y a nivel internacional, al progreso y bienestar social a través del cultivo y perfeccionamiento de las ciencias y disciplinas del conjunto de actividades humanísticas y en lo relacionado con los medios de comunicación social».

Por partes:

1. «Labor»

Son cincuenta años los que han transcurrido desde que todo empezó como debe empezar lo que llega a ser grande: como una ocurrencia, una complicidad, un juego. Y el juego se convirtió en profesión, y no precisamente relajada. A los integrantes de Les Luthiers el premio les sorprendió, de hecho, a punto de embarcarse rumbo a un bolo en Rosario. No son críos precisamente: los fundadores del grupo nacieron todos en la década de los años 40 del siglo pasado. La edad de jubilación en Argentina está en los 65. Y ahí siguen. Laborar, laboran. 

2. «Extraordinaria».

Es decir: nada ordinaria. Y no lo es la dedicación de Les Luthiers. Nada hay de habitual o común en tomar como base la música, tanto la clásica como la popular, desde un motete o un madrigal hasta una cumbia o una balada romántica; inventarse un autor inexistente; componerle a él (y a otros cuantos) un cancionero apócrifo de más de 170 títulos y exprimir todas las posibilidades del lenguaje con la finalidad exclusiva de «hacer reír cada 20 segundos», pues esa es la cadencia a la que siempre se refiere el grupo. Han creado escuela, naturalmente. Pero los epígonos -como todos ellos estarían dispuestos a admitir sin duda y sin desdoro- están muy lejos del Estado de Gracia, el País Luthier.

(Cabe añadir que la obra de Les Luthiers tampoco ha sido jamás ordinaria en el sentido en el que hubieran utilizado esta palabra nuestras estrictas tías abuelas. Si de algo se ufanan ellos es de su guante blanco. Ordinarios, jamás).

3. «Progreso y bienestar social»

Casi todo el mundo en casi todas las civilizaciones -salvo quizá Aristóteles leído por fray Jorge de Burgos y cualquiera de las versiones pasadas, presentes y futuras del fanático dominico de Umberto Eco- sabe que muy pocas experiencias generan mayor bienestar que la risa. Abunda la bibliografía médica al respecto. La especialidad de Les Luthiers es conseguir que ese goce, en principio privado o compartido en pequeñas células cómplices, se convierta en un hecho social: una especie de liturgia sin solemnidades, religión laica, masonería de la risa o secta sin sectarios (salvo Warren Sánchez) en la que uno siempre puede reconocerse con un luthierista, un cholulo, de cualquier lugar del planeta mediante un santo y seña: «Mastropiero», el principio de cierta canción, cierto chispazo del lenguaje.

Respecto al progreso, es posible que no exista; pero es seguro que no lo hay sin la capacidad de someter una civilización a la prueba de fuego de la risa. Si hay una sociedad que no se ría con Les Luthiers, seguramente tenga que revisar sus índices de posibilidad de mejora.

5. «Actividades humanísticas»

Es probable que Les Luthiers no estén demasiado en desacuerdo con la idea del ya desaparecido dramaturgo y actor Darío Fo acerca de la superioridad del Homo Ridens -el Hombre que Ríe- como la forma más evolucionada del Homo Sapiens. Desde ese punto de vista, lo que hacen sería incluso más que humanismo, una pedagogía en la que la carcajada inteligente es el superpoder al que se llega mediante la sabia manipulación del lenguaje. Estos incansables maestros del humanismo de la risa han enseñado a varias generaciones a reírse de otro modo, de otras cosas, con otro idioma y sobre todo a sentirse inteligentes, respetados, engrandecidos, mientras se desternillaban. 

Por otra parte, está su labor involuntaria seguramente pero también muy evidente de divulgación de ciertos contenidos y ciertas músicas bajo la piel del humor. Cuántos no habrían oído ni un madrigal si no fuese por ellos. 

6. «Perfeccionamiento de las ciencias y disciplinas»

Poco que discutir. Desde que Carlos Masana se empeñase en construir sus instrumentos musicales a partir de objetos encontrados, el grupo ha encabezado una especie de departamento de  I+D de la luthería  que es también el DIY (Do It Yourself) de la fabricación de instrumentos. Por no hablar de la innovación en su síntesis de géneros: concierto, recital, conferencia, teatro, varietés, parodia... hasta inventar algo propio.

7. «Medios de comunicación social»

Lo dijo ayer la filósofa Adela Cortina, que de diálogo y comunicación sabe un rato: es difícil concebir mayor excelencia en una competencia comunicativa a gran escala que la de Les Luthiers. Tienen un mensaje que transmitir, manejan unos recursos propios, llegan con éxito a sus públicos y consiguen, además, que sus públicos se conviertan a su vez en transmisores en un boca-a-oreja que no se ha detenido en medio siglo. Casi como una forma de la vieja literatura oral y del folclore en pleno XX-XXI.

Por otra parte, pocos humoristas han conseguido poner, como si nada y sin alharacas, el «espejo crítico» que les elogiaba el jurado ante la sociedad y los medios de comunicación. La jerga, los tópicos, la ramplonería o las manipulaciones de los media son una mina de diamantes que Les Luthiers han aprovechado con singular finura.

Pero la cosa va más allá. ¿Podrían haber sido premiados Les Luthiers en otras categorías? La de las Artes, sí, claramente. ¿Algo más?

8. Premio de las Artes

La competencia de todos y cada uno de los miembros de Les Luthiers como compositores y como intérpretes, con instrumentos propios o a capella, solos o en compañía de otros, no admite dudas. Sus merecimientos para entrar en la categoría de músicos premiados con el Príncipe/Princesa incluirían además un valor añadido y casi paradójico: convertir en creatividad la práctica del pastiche y la parodia musical. Y, sin duda, desafinan menos que Bob Dylan y tienen más registros que Leonard Cohen. Aunque casi todo el repertorio sea una sarta de plagios de Mastropiero a numerosos otros autores: sobre todo Günther Frager.

Al margen de eso, su eficiencia dramática es máxima. No es ya que sean grandes actores ni unos revolucionarios de la escenografía, pero con muy poco, muy sabio y muy milimetrado consiguen mucho más que muchos sobre el escenario.

9. Premio de las Letras

Tampoco admite mucha discusión. Al margen de la exquisita calidad de su lenguaje y los quilates de su humor -un género que puede ser tan catártico como la tragedia, pero mucho más revolucionario- Les Luthiers han demostrado una sabiduría literaria enorme para absorber y parodiar todo tipo de textos literarios. Y además, si bien se piensa, han creado un artefacto narrativo descomunal con su relato de la vida apócrifa de un compositor inexistente que deja más obra y más amada que muchos de los que sí existen. Y encima, en su mayor parte, plagiada. Al pobre Günther Frager, entre muchos otros.

10. Premio de Investigación Científica y Técnica

Véase el punto 6. O recuérdese la aportación a la divulgación de las matemáticas básicas realizada por el grupo en sus etapas tempranas.

11.Premios de la Concordia (o Cooperación Internacional)

Pocas agencias institucionales han hecho tanto para sentirse consciente y orgullosos del idioma castellano y de sus potencialidades a sus usuarios, y de una cultura a la vez diversa y enlazada a través de ese hilo de palabras. 

(No se conoce ninguna razón por la cual hubiese que galardonar a Les Luthiers en la categoría de Deportes, salvo quizá por los efectos benéficos de la risa sobre el organismo, en especial sobre los abdominales: ríase de la moda de los hipopresivos).

Sea como fuere, a Johann Sebastian Mastropiero, que tantas cosas ha sido, solo le quedaba ser Princesa de Asturias, y ya lo es. Lo indiscutible es que la gloria le ha llegado finalmente a Mastropiero. O a Günther Frager.