El poema del arroz

Yolanda Vázquez OVIEDO

CULTURA

El debut en el Campoamor de la compañía Cloud Gate Dance Theatre de Taiwán sorprende por la sinceridad de su propuesta y por su ánimo vitalista y marcial

22 may 2017 . Actualizado a las 17:22 h.

El ciclo del cultivo del arroz es el ciclo vital del hombre. Siembra, agua, más agua, sol, fecundación, floración, recolecta y muerte. Volver a empezar. Así se podrían resumir los 70 minutos de la sencilla pero enorme pieza Rice (2013) de la Compañía Cloud Gate Dance Theatre de Taiwán, que se ofreció como cuarta de abono, el pasado miércoles, en la programación anual de danza del Teatro Campoamor de Oviedo. La agrupación actuaba por primera vez en el foro asturiano, pero lo llenó de una quietud oriental tan revigorizante que acabar, salir del teatro, que lloviera y mojarse fue la sensación más placentera e idílica con la que una podría prolongar, fuera, lo visto dentro.

El Rice del reconocido coreógrafo Lin Hwai-Min, seguidor y admirador de Cunningham, Graham o Bausch, nos hace fijar la mirada en unos acentos dancísticos poco habituales para el ojo europeo, aunque todo lo del Naciente nos sea cada vez más familiar. La sublimación natural de todas las partes del cuerpo, la adusta pero dulce y, en ocasiones, recta y agresiva sensualidad alteran por completo nuestra percepción de espectador, y nos piden fraguar una lectura que no contenga ningún estereotipo de nada orientalizante previamente establecido. Hay que intentar ver la danza como elemento que transcurre siempre vital, siempre en desarrollo y siempre único y limpio: como una cosecha: lo que es. Trasladado a nuestro modus vivendi, podríamos ver Rice como una suerte de auto sacramental; un sincretismo corporal que para ser comprendido y querido no pide otra cosa que ser creído. Es lenguaje básico. Y su explicitud es completamente inteligible.

Frescos de danza tradicional

Podríamos dividir la pieza en cuatro cuadros o momentos narrativos, coincidentes más o menos con el ciclo del cultivo del arroz. Un primer momento, dedicado a la bendición de la tierra y su fangueo a través de la siembra y plantación del cereal. Agua y más agua unifican la exposición de la presentación de los bailarines, que saludan a la agricultura, armonizándose con ella, como si se tratara de un fresco de danza tradicional: golpes, inspirar, respirar; reanudar. El lecho grave y sonoro con pies de arte marcial, la benevolencia siempre presente del saludo (como hábito, no como reverencia) y la perfecta concordancia de los hombres con las mujeres (y viceversa) amplían el escueto margen que a veces deja esa estricta marcialidad y nos dejan intuir el rango de lo que será una pauta expositiva menos austera en el resto de la coreografía.

El segundo momento llega cuando el verde puñeta llena el espacio de cierto aroma clorofilado y nos introduce en la fase de fecundación. Tiempo del apareamiento entre dos, nudo de carne sin apenas aire, cuadrantes homólogos de luz de planta verde proyectados en el telón de fondo del escenario y en el suelo a modo de habitación. Muy lindo fue el bien del bien follar, delicado y exquisito, por momentos en el borde de la elocuencia, aunque los movimientos no lo parecieran y la pareja a veces quedara algo fuera de foco; eso, una pena. Buen empleo de la climatología escenográfica para ponderar los sentidos como crisol de lengua amorosa, porque ante todo su función era copulativa. Se podría explicar así este paso a dos en el suelo para hacer arroz. Nunca mejor dicho: polvo de arroz.

Y acto seguido las bailarinas, ataviadas con vestidos a la europea, nos sumergen en círculo en el trabajo de parto para decirnos que el cereal ha llegado a su punto. El hálito sanguinolento de una imaginaria placenta se emancipa porque solo puede alimentarlo la tierra. No se rehúye el dolor, nos recuerdan las agricultoras; la gestión de la economía del sufrimiento también dispone de aprendizaje; o al menos eso dicen ellas que dice la naturaleza. Explican que no está mal esa dureza, es la fuerza de la parturienta. Otro saber en femenino.

Hombre_cosecha

El tercer y cuarto momento se funden un tanto en el correlato danzado. En el primero esa fusión se hace a través de cierto minimalismo constructivista para hablar de la culminación de la cosecha; el verde que era muy verde ya no es súper-verde, es verde-marrón. El cuarto cuadro es una vuelta a la tradición mediante catarsis que nos llega con los bailarines y con su violencia: la ingente recogida del cereal, la quema del campo para su limpieza, la impunidad de los rastrojos. Las buenas combinaciones bailadas entre hombres y mujeres no alteran roles y, sin embargo, su igualdad es manifiesta.

Se disfrutó de una buena evolución de la tensión dramática que culmina en muerte y devastación. El gran nivel técnico exhibido por todo el elenco deja entrever la singularidad de un coreógrafo que en su juventud escribió libros, que armó palabras, y que al llevarlas a la danza se fortalecieron con la sencillez de un fraseo llano y claro. Las manos, planas; dedos y pies parecidos a los del Kathak; tobillo roto, cuerpo para el salto y media rotación en el aire; en definitiva, la rutina de la lucha y la perseverancia en el trabajo. Por eso se ve la danza y a los bailarines como utensilios de la naturaleza, como si se tratara de notas en un pentagrama musical, un sonido alterno (y bípedo) que no puede faltar. Pies, saltos y manos son caminos de preparación que remiten a las extensiones de terreno de Taiwán, a las villas agrícolas, a los patios porticados donde se guardan los enseres, a madera, a sombrero de campo.

Comprender la totalidad de ese ciclo es lo que verifica el molde del ora et labora y su uso, la producción humana que hace posible la vida y la muerte, siendo el contorno de ese molde el desarrollo del trabajo y su sabiduría; es decir, saber cuándo se hace falta y cuándo se está de más. Tan importante es aprender lo uno como lo otro en todos ámbitos de la vida. Imprescindible, se diría. El hombre (hombre y mujer) es un elemento más dentro de un todo, tan especial como cualquier otro ingrediente productivo; y no es discutible en ningún momento su disgregación de ese todo. Y sí, Rice habla de un mundo completamente analógico, lo que (ya) nos es raro. No somos solo de un mundo, somos híbridos de dos lados: analógicos y digitales, o lo que es lo mismo: sólidos y líquidos. Podríamos decir que a semejanza de lo necesario para el cultivo del arroz, alimento principal, dicen las estadísticas, para más de la mitad de la población del planeta.

Solo cabe dar la enhorabuena a los responsables del festival de danza por el acierto de programar esta pieza y a esta compañía. Muy de agradecer la propuesta, y muy acertada la elección por su dimensión humana. Para repetir con otra cosa, con otra receta. No tiene por qué ser a base de cereal.

Rice

Cloud Gate Dance Theatre de Taiwán

Concepto y coreografía: Lin Hwai-Min

Música: canciones tradicionales Hakka de China, música de tambor de Liang Chun-mei, “Monochrome II” de ISHII Maki interpretado por Ondekoza, “Casta Diva de la ópera Norma de V. Bellini, “Le rossignol det la rose” de C. Saint-Saëns, movimiento IV de la Sinfonía nº 3 en re menor de G. Mahler.

Escenografía: Lin Keh-hua

Diseño de luces: Lulu W. L. Lee

Vídeos: Chang Hao-jan (Howell)

Vestuario: NN Yu-chien y Li-Ting Huang

Teatro Campoamor, 17 de abril de 2017. Oviedo