El socialismo cumple 125 años en Gijón

Pablo Batalla Cueto GIJÓN

GIJÓN

Reunión de los socialistas asturianos en el Valle del Porna (León, 1976) con Felipe González. Se puede ver a Marcelo García, Faustino García Zapico y Leonardo Velasco
Reunión de los socialistas asturianos en el Valle del Porna (León, 1976) con Felipe González. Se puede ver a Marcelo García, Faustino García Zapico y Leonardo Velasco fsa-psoe

Un repaso por la historia de la agrupación socialista gijonesa, que celebra un siglo y cuarto de vida

03 dic 2016 . Actualizado a las 08:40 h.

Tocaba a su fin el año 1891 cuando nacía en Gijón la primera agrupación asturiana de un partido de inspiración marxista, el Partido Socialista Obrero Español, que había sido fundado en Madrid trece años antes por un tipógrafo ferrolano que respondía al nombre de Pablo Iglesias. Fue el 4 de diciembre, efeméride de la que ahora se cumplen 125 años y que los socialistas gijoneses van a celebrar con un ágape en que se contará con la asistencia de Alfonso Guerra.  

Gijón, ciudad fabril y portuaria, era ciertamente el lugar idóneo para que el socialismo español plantara su primera pica en Asturias. Eran años de fuerte movilización obrera, y si bien la ciudad seguiría siendo fundamentalmente anarquista hasta los años treinta, el nuevo partido prendió en su suelo con fuerza notable: tanta, que el PSOE nacional celebraría en ella su VI Congreso Federal, en 1902. La asamblea tuvo lugar en el Teatro Jovellanos y a ella asistió Iglesias, una de cuyas intervenciones en el Jovellanos da prueba de la radicalidad revolucionaria que por entonces caracterizaba al partido: «Queremos la muerte de la Iglesia, cooperadora de la explotación de la burguesía […] Pretendemos confiscarle los bienes. No combatimos a los frailes para ensalzar a los curas. Nada de medias tintas. Queremos que desaparezcan los unos y los otros». Seis años antes, en 1896, la agrupación socialista gijonesa había comenzado a publicar un periódico titulado La Aurora Social; y en 1901 había sido una de las fundadoras de la Federación Socialista Asturiana (FSA), conformada por otras trece agrupaciones creadas más tarde que la gijonesa y cuyo primer presidente sería justamente un gijonés: Manuel Vigil Montoto.

Años agitados

Los de las tres primeras décadas del siglo XX son años agitados marcados especialmente por cuatro grandes momentos, cuatro highlights de la lucha de la clase obrera española por conquistar la utopía de un mundo igualitario y sin explotación: la huelga general revolucionaria de 1917, la proclamación pacífica de la Segunda República en 1931, la revolución proletaria asturiana de 1934 y la guerra civil de 1936-1939. El PSOE, y particularmente el PSOE asturiano, jugaría en todo ello un papel relevantísimo, pero no así el gijonés, eclipsado como estaba por la mucha mayor pujanza del anarquismo en la ciudad. Pese a todo, cabe destacar que el Consejo Soberano de Asturias y León, creado para hacerse cargo del gobierno de la Asturias desgajada del resto de la zona republicana durante la guerra una vez caídos en manos de los golpistas el País Vasco y Santander, y presidido y conformado por varios socialistas, instaló en Gijón su capital al hallarse Oviedo en manos de los facciosos.

La guerra, como es bien sabido, termina con la victoria de los sublevados acaudillados por el general Franco e inicia una larga noche de los tiempos que duraría cuarenta años. Tampoco serán ésos años gloriosos para el socialismo gijonés, como no lo serán para el español. Desangrado por sus propios enfrentamientos internos y por la frustración de la derrota de 1939, con sendas facciones acusándose mutuamente de haberla propiciado, el PSOE colapsa y prácticamente desaparece, cediendo el liderazgo y la hegemonía casi absoluta de la resistencia antifranquista al Partido Comunista de España. La llama del socialismo en Gijón, con todo, no se apaga totalmente durante los cuatro decenios de tiranía francofascista. La mantiene encendida un minero de La Camocha llamado Marcelo García Suárez. Oriundo de Sotrondio,

García había asistido siendo niño al encarcelamiento y condena a muerte de su padre debido a su participación en la revolución de 1934 y había visto a su madre morirse de un infarto provocado por el disgusto, aunque el progenitor había sido finalmente indultado. Éste había permanecido, sin embargo, en la cárcel hasta 1943, y había salido de ella con una gravísima tuberculosis que, esta vez sí, lo había llevado a la tumba. Marcado por esa terrible biografía, Marcelo García se convirtió en un destacado luchador antifranquista sin, sin embargo, sentir nunca la necesidad de abandonar el catatónico PSOE. Participó en cuantas huelgas y manifestaciones llevó a cabo la oposición democrática y llegó a ser detenido y torturado por la Guardia Civil, y tras la recuperación de la democracia se convertiría en una especie de padre espiritual y de voz de la conciencia de la agrupación gijonesa en su condición de memoria viva de los años heroicos de la clandestinidad.

La muerte de Franco encontró al PSOE con apenas ocho militantes activos en Gijón, según recordaba años más tarde el propio Marcelo García. Sin embargo, entonces se hizo realidad algo que Rodolfo Llopis, secretario general del partido durante la dictadura, había teorizado desde su exilio en Toulouse: la llamada teoría del balcón. El PSOE, decía Llopis, no necesitaba comprometer la seguridad física de sus militantes haciéndoles emprender acciones arriesgadas contra el régimen: una vez España comenzase a abordar una transición democrática, algo que Llopis daba sagazmente por seguro que sucedería a la muerte del sátrapa, al PSOE le bastaría colgar su bandera roja de algún balcón para que la gente hiciera cola para afiliarse.

Descabellada como podía parecer, la teoría se demostró enormemente certera. En las primeras elecciones generales de la democracia, y a partir de ahí en todas las subsiguientes, la memoria histórica republicana funcionó y al PSOE le bastó el prestigio de sus siglas -sumado a una cuantiosa ayuda económica y logística de la socialdemocracia alemana; a cierta permisividad de la dictadura, preocupada por arrinconar al PCE, hacia sus actividades y a algunos errores graves de los comunistas- para sorpassar al PCE.

Los treinta gloriosos

En Gijón, esto fue especialmente cierto. Las primeras elecciones municipales democráticas, celebradas el 3 de abril de 1979, arrojaron un triunfo holgado de la lista socialista, liderada por José Manuel Palacio. «Gijón hoy recupera su Ayuntamiento», proclamaba Palacio el 19 de abril en su discurso de investidura, en el que se rendía tributo al último Ayuntamiento democrático que, presidido por el anarquista Avelino González Mallada, había tenido la ciudad y se prometía «una continuidad con sus esfuerzos de generosidad». Comenzaba así la verdadera edad de oro del socialismo gijonés: más de tres decenios ininterrumpidos de alcaldes socialistas que, liderando gobiernos a veces monocolor y a veces de coalición con los comunistas, fueron el vértice político de la asombrosa transformación que la ciudad viviría en democracia.

Palacio gobernó la ciudad entre 1979 y 1987, y se lo recuerda como un hombre gris, desconfiado y políticamente poco brillante, pero de una ética a prueba de bomba. De su obsesión al respecto se cuentan numerosas anécdotas. Es especialmente citada la de que jamás comía en restaurantes con cargo al Ayuntamiento cuando salía de viaje oficial para Madrid: prefería llevarse un bocadillo de casa o comprarlo en alguno de los bares de carretera de la Meseta. Por lo demás, esa discreción política no impidió que la corporación que presidía, formada en gran parte por concejales jovencísimos -Francisco Villaverde, el primer edil de Cultura de la ciudad, tenía sólo 22 años en 1979-, sentara las bases de la revolución urbana de la ciudad durante el período democrático.

Fue con Palacio como alcalde cuando Gijón recuperó el cerro de Santa Catalina, vallado hasta entonces en tanto propiedad del Ejército; se construyeron los primeros ambulatorios -el de Pumarín y el de Puerta de la Villa-; se fundó la Universidad Popular; se inició la urbanización del degradado barrio de Cimadevilla; se erradicó el chabolismo en Tremañes; se peatonalizó la calle Corrida y se inauguró el parque del Lauredal, en La Calzada, entre otras iniciativas. También se pusieron en marcha los colectores de Puerta de la Villa y Río Cutis, fundamentales para adecentar el calamitoso alcantarillado urbano que, durante la dictadura, había padecido la ciudad en forma de inundaciones constantes.

En 1987, una tensa asamblea de la agrupación socialista gijonesa celebrada en la Universidad Laboral apartó a Palacio de la candidatura para las elecciones municipales de aquel año -lo cual motivaría una escisión liderada por el propio Palacio y bautizada Unidad Gijonesa- y aupó a la cabeza de lista, por apenas una veintena de votos de diferencia, a un antiguo secretario general del Partido Comunista de Asturias: Vicente Álvarez Areces. Fue una decisión que causó polémica pero que con el tiempo se revelaría muy acertada: Areces era el reverso exacto de Palacio y su enorme carisma e hiperactividad otorgaron al partido los que seguramente sean sus años más esplendentes. Durante sus doce años de alcaldía la transformación urbana de Gijón adquirió velocidad de crucero. Sus tres gobiernos inauguraron el Museo Piñole y el del Ferrocarril, el Elogio del Horizonte, la playa de Poniente y el parque de La Providencia; crearon la Semana Negra y Abierto hasta el Amanecer; municipalizaron el Teatro Jovellanos; estrenaron el Pabellón de los Deportes de La Guía y sanearon y reurbanizaron los últimos reductos chabolistas que quedaba en la ciudad, El Llano o Tremañes.

En 1999, Areces dio el salto a la política regional y fue sucedido al frente de la alcaldía por Paz Fernández Felgueroso, que se mantendría otros doce años como regidora, ocho de ellos en coalición con Izquierda Unida. Durante esas tres legislaturas, Gijón abordaría sus últimas grandes transformaciones: entre otras, la urbanización de Montevil Oeste; la creación del Parque Fluvial del Piles; la inauguración del Jardín Botánico, la del Acuario, la del balneario de Talasoponiente y la del Parque Científico y Tecnológico de Gijón, primero que se construyó en España por iniciativa municipal, o la musealización de la Ciudadela de Capua, entre otros proyectos de relumbrón.

Los trente glorieuses del socialismo gijonés tocaron a su fin en 2011, año en que Gijón ya era la segunda ciudad más grande de España ininterrumpidamente gobernada por el PSOE, tras Barcelona. El PSOE ganó una vez más las elecciones municipales de aquel año, pero fue desalojado de la alcaldía merced a un pacto entre el Partido Popular y Foro Asturias que convirtió en regidora a Carmen Moriyón. Desde entonces, los tiempos no son halagüeños para un partido que ya ni siquiera ganó los siguientes comicios, celebrados en 2015 con victoria de Foro y en los que el partido obtuvo sólo 7 ediles. Hoy, los 17 de 1983, los 16 de 1999 y aun los 13 de 2007 parecen estratosféricos y no parece que el PSOE esté en disposición de recuperarlos a corto y medio plazo, fragmentado como se halla un campo político en el que los socialistas ya no sólo compiten con Izquierda Unida, sino también con el vigoroso Podemos. En la Casa del Pueblo, sita en la calle Argandona, tienen, eso sí, el consuelo de que en peores plazas ha toreado el PSOE en éste su siglo y cuarto de historia, aunque ya no tienen a Marcelo García, fallecido el año pasado, para recordárselo.