El sur de Europa pide su cabeza, pero Dijsselbloem se niega a dimitir

Cristina Porteiro
Cristina Porteiro BRUSELAS / CORRESPONSAL

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OLIVIER HOSLET | Efe

Su futuro como jefe del Eurogrupo se tambalea tras ser acusado de xenófobo y sexista

23 mar 2017 . Actualizado a las 01:37 h.

¿Cuánto tiempo le queda a Jeroen Dijsselbloem al frente del Eurogrupo? Es la pregunta que se hace todo el mundo después de la tormenta de críticas que le han caído al holandés por haber sugerido en una entrevista a un diario alemán que los países del sur se gastaban el dinero del norte en «copas y mujeres». La reacción de quienes se dieron por aludidos no se hizo esperar. Líderes y altos cargos políticos cargaron este miércoles en bloque por los comentarios insultantes y la actitud prepotente del presidente del Eurogrupo.

El primer ministro portugués, António Costa, reprochó al holandés su tono «sexista, xenófobo y racista». «Nos has ofendido (...) El señor Dijsselbloem tiene que desaparecer», exigió el luso, mucho más combativo que el ministro español de Economía, Luis de Guindos, quien prefiere mantenerse a la sombra de sus vecinos sureños para no levantar sospechas sobre su especial interés en promover la polémica como arma para desbancar al holandés, con el que compite por el puesto. «Esperaba que se hubiera arrepentido», dejó caer.

Pero no, no se arrepiente. Dijsselbloem se aferra al cargo como clavo ardiendo: «No tengo intención de dimitir», aseguró ayer en un comunicado en el que lamenta «si alguien se sintió ofendido por las declaraciones». Responsabilizó de este «malentendido» a su manera «directa» de hablar, herencia de la «estricta cultura calvinista holandesa».

No es la primera vez que el socialdemócrata desencadena una tempestad en la UE por su incontinencia verbal y sus malos modales. Desató el terror durante el rescate chipriota, hostigó hasta la extenuación a los griegos y azuzó con brío a los países meridionales en las citas de ministros del euro. Esta última controversia ha avergonzado a su propia familia política que además de tener que soportar el chaparrón por la dolorosa derrota que encajó su partido en Holanda (ahora la séptima fuerza en el Parlamento),  rechaza su permanencia en el cargo. El presidente de los socialistas europeos, Sergei Stanishev, se desmarcó este miércoles de los «insultos y desacreditaciones» del holandés, que se negó a retractarse y pedir disculpas: «Es simplemente inaceptable», aseguró el búlgaro. El jefe de los socialdemócratas en la Eurocámara, Gianni Pittella, sigue preguntándose si una persona que manifiesta semejantes prejuicios puede todavía considerarse adecuado para el cargo. El mismo mensaje que lanzó el ex primer ministro italiano Matteo Renzi, quien, escandalizado por las «bromas estúpidas» de Dijsselbloem, pidió también su cabeza para evitar poner en entredicho a la UE. «Cuanto antes dimita, mejor», indicó. En Atenas, donde han sufrido más que nadie los desprecios del holandés, llovieron las críticas por esa frase «fuera de lugar». 

Alemania le apoya 

A pesar del revuelo generado, Berlín le apoya sin fisuras. La portavoz del Ministerio de Finanzas, Friederike von Tiesenhausen, trató de defender a sugiriendo que se le había malinterpretado e insistió en que el ministro e Finanzas, Wolfgang Schäuble, «le aprecia mucho». Algo que nadie discute. Bajo su tutela en la sombra, Dijsselbloem ha sido el socio más fiel para los intereses germanos.