«Salió del coche para escapar pero apenas pudo avanzar, el fuego lo devoró»

Juan Capeáns / Carlos Ponce LA VOZ EN PEDRÓGÃO GRANDE

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Marcos Míguez

Mantuvieron la cabeza fría y tomaron decisiones improvisadas que salvaron a familias enteras. Son los hérores anónimos de la tragedia

20 jun 2017 . Actualizado a las 07:31 h.

En Pedrógão Grande conviven héroes anónimos que vivieron en sus propias carnes el infierno y que salvaron a familias enteras. Mantuvieron la cabeza fría en los peores momentos y tomaron decisiones improvisadas que evitaron un desenlace fatal. Los que se quedaron inmovilizados por el miedo fueron los mejor parados.

Tânia Ferreira

«Sumergidos en el agua no había ningún problema». Tânia Ferreira tiene 37 años y es técnica forestal. Cuando la tormenta de fuego llegó a Pobrais, ella estaba en casa con sus padres y su hermana. Como la mayoría, lo primero que pensaron fue en coger el coche y escapar. Muchos de sus vecinos fue lo que hicieron, y acabaron calcinados en el interior de sus vehículos atrapados por las llamas. Pero entonces Tânia lo vio claro: tenían que meterse en el pozo si querían salir con vida. «Sabía que si nos sumergíamos en el agua no habría ningún problema. Cuando vimos las llamas por encima de nosotros, agarré a mi hermana y entró dentro del tanque. Mi padre no quería meterse, así que lo tuve que empujar. Mi madre saltó para dentro». Cuando vieron el fuego por encima de sus cabezas, se sumergieron completamente y aguantaron bajo el agua hasta que el fuego pasó. «Cuando sacamos la cabeza, les dije a todos que respiraran lo menos posible porque había mucho monóxido de carbono y que estuvieran tranquilos. Pero de repente empezaron a reventar tuberías de gas de otras viviendas». Cuando pudieron salir del agua y reunirse con sus vecinos, vieron toda su aldea envuelta en llamas. Empezaron a baldear con cubos de agua para tratar de reducir la intensidad del fuego. «Fue el infierno. Perdí la noción del tiempo», sostiene. Sus hijos pequeños se salvaron porque huyeron en el coche con su abuela antes de que Pobrais pereciese bajo las llamas.

La de Tânia Ferreira es una de las pocas familias que no perdió a ninguno de sus miembros en una aldea de solo 30 habitantes en la que se contabilizaron 12 muertos. Tuvo sangre fría, como lo demuestra el hecho de que reaccionó al ver varias bombonas de gas en las inmediaciones del pozo en el que se refugiaron. Las echó también al agua.

Albano Graça

«Las llamas me quemaron el pelo». Albano Graça regenta una estación de servicio en Oitão. Sus hijos, sus nietos y su mujer estaban en el entorno de la gasolinera el sábado por la tarde. Cuando comprobó que el fuego se estaba acercando, encerró a toda su familia en una casa contigua. Él se quedó fuera intentando salvar su negocio. Y lo consiguió. El taller, la zona de lavado y la cafetería apenas sufrieron los devastadores efectos del torrente de llamas. Se subió a su camioneta, llena de paja, y la colocó frente a su negocio, para protegerlo. «Las llamas me quemaron el pelo», recuerda. Otros habitantes de Oitão no corrieron la misma suerte. Albano fue testigo de una escena espeluznante. «Un vecino estacionó aquí enfrente un coche y salió de él para intentar escapar. Apenas pudo avanzar unos metros. El fuego lo devoró», recuerda. Una vecina, que vivía a escasos metros de su negocio, «salió de su casa para pedir ayuda, y fue atropellada por un coche que intentaba huir», relata Albano, que perdió media docena de coches de su negocio. Cerca de la estación de servicio de Albano, Marcus Boche tenía un negocio de alquiler de casas prefabricadas. Desde que llegó a Pedrógão Grande, hace más de 20 años, este suizo luchó por salir adelante. Levantó cerca de una decena de esas viviendas para que los turistas las pudiesen disfrutar. Todas fueron arrasadas por las llamas. La única que quedó en pie es precisamente en la que Marcus vive con su familia.

Luis Felipe Carvalho

«Aguantaron en casa esperando una ambulancia». Cuando Luis Filipe Carvalho fue a visitar a sus padres a Oitão el sábado por la tarde, se encontró con la casa rodeada por las llamas. No lo dudó, atravesó el fuego para salvarlos. Su padre, enfermo de alzhéimer, estaba en la cama. Y su madre, al lado, cuidándolo. «Corrió por dentro del fuego para salvar a nuestros padres. Aguantaron en casa sin que llegase ninguna ambulancia», relata Nelson, su hermano, que trata de tomar las riendas de la familia tras el pánico vivido. Luis Filipe está ahora en el hospital de Coímbra siendo tratado de las heridas graves que le provocaron las llamas en brazos, piernas y cara. Su vida no corre peligro, pero tendrá que someterse a cirugía plástica para reparar los daños sufridos en su cuerpo.

Luisilda Malheiro

«Mi esposo estaba fuera y consiguió llegar a casa». En Barraca de Boavista, donde familias enteras fueron calcinadas mientras intentaban huir, Luisilda Malheiro estaba en su casa esperando a su marido, que se encontraba trabajando unas tierras cercanas que ya no valen para nada. Al ver que las llamas se acercaban y que su esposo todavía no había regresado, se empezó a poner muy nerviosa. «Él estaba fuera con el tractor, pero finalmente consiguió llegar a casa», narra con aflicción a los periodistas. Cuando un vecino se acerca para preguntarle por su estado, rompe a llorar. A pocos metros de ella, tres enormes sacos acumulan a todos los animales pequeños de su granja. Otros, los de mayor tamaño, seguían entre las cenizas.

Jose Riveiro

«Se perdió el negocio de muchos vecinos para años». José Riveiro vive en una de las casas que resistieron milagrosamente al fuego, quizás porque alrededor de ella hay parcelas de cultivo sin demasiados árboles que impidieron la propagación. Sabe que aquello no tiene ningún futuro a corto y medio plazo. El fuego ha destrozado las instalaciones y la maquinaria de las principales empresas madereras de la zona, y los vecinos que tenían plantaciones de árboles han perdido todo. Venderán barata la madera quemada, «pero se perdió el negocio de muchos vecinos para años».