Las bebidas favoritas de los presidentes de EE.UU.

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De su descaro y grosería no puede Trump echarle la culpa al alcohol: el multimillonario es abstemio. Dejó de consumirlo después de morir su hermano mayor, Fred, en 1981, vícima del alcoholismo

16 nov 2016 . Actualizado a las 07:48 h.

En Estados Unidos los abstemios se presentan como teetotalers, seguidores de un movimiento que de nuevo tiene poco, pero que hoy vive una sorprendente eclosión. El brote responde a dos factores: uno absurdo -está de moda, porque lo dice Blake Lively, porque lo dice Jared Leto- y otro coherente -consecuente evolución del tan extendido estilo de vida saludable; primero el running, después el veganismo y ahora la abstinencia-. Entre sus adeptos hay tipologías varias: los que abrazan esta filosofía por principios, porque han decidido darle un respiro al hígado y a las neuronas; los que atraviesan uno varios episodios fatales que les quitan para siempre las ganas de darle a la botella (Ben Affleck o Colin Farrel, por ejemplo); y los que por una experiencia cercana quedan escaldados de los efectos del exceso de copas. Pertenece a este último grupo el nuevo presidente de EE.UU. Su hermano mayor, Fred Trump, falleció a los 42 años. Era alcohólico. 

El republicano no es el único inquilino de la Casa Blanca que repudia el alcohol. George Bush, que lleva 30 años sin probarlo, abrazó la abstinencia recién cumplidos los 40, después de convertirse al cristianismo y de que su esposa Laura le diese a elegir: o la botella o ella. Llegó al Despacho Oval limpio y así se mantuvo durante su mandato, del 2001 al 2009, un paréntesis en la historia del bebercio presidencial que se repite ahora, con la elección de Trump. Antes y entre ambos respiros, el minibar de la mansión ejecutiva se ha mantenido siempre bien equipado, preparado para satisfacer los dispares gustos de cada uno de los mandatarios norteamericanos, del bloody mary que le chiflaba a John F.Kennedy al vino peleón del que tiraba el tacaño Nixon para ofrecerle a sus invitados.

Ya el primero de la lista, George Washington, era un amante del licor. Cuando, durante la Guerra de la Independencia, lideró a las tropas del Ejército Continental, recurrió al whisky para ayudar a infundir valor entre sus tropas y, años más tarde, acabaría convertido en uno de sus mayores fabricantes en territorio estadounidense. El segundo presidente, John Adams, bebía todos los días un sorbo de sidra en el desayuno y Thomas Jefferson se entregó al vino con tanta devoción que su pasión casi le lleva a la ruina. 

Repasa todas estas inclinaciones etílicas el escritor Mark Will-Weber en el libro Julepes de menta con Teddy Roosevelt, donde se relata cómo James Madison solía advertir a sus huéspedes del peligro de la resaca que desencadenaban varias copas de champán, cómo Andrew Johnson llegó borracho a su toma de posesión como vicepresidente en 1865 -se excusó diciendo que había bebido whisky para curar un resfriado- y cómo Richard Nixon aleccionó a sus responsables de protocolo para que sirviesen el vino envuelto en paños. Nada tenía que ver esta orden con la buena educación, sino con el miedo de que descubriesen que en realidad el líquido que descendía por su garganta era un peleón y no uno de los exclusivos Chateau Lafite que el mandatario reservaba para su particular colección.

El ilustrador tomo lleva por título el nombre de la bebida favorita Roosevelt, los julepes de menta, que el republicano utilizaba para convencer a los miembros de su equipo para que jugaran al tenis con él -se dice también que el trigésimo segundo presidente se hinchó a Martinis con un twist de limón durante la Cumbre de Malta para relajarse-. En las páginas del tratado de Will-Weber se detalla que Harry Truman bebía cada mañana al menos un bourbon, que Eisenhower le daba al whisky escocés a espaldas de sus médicos, que se lo tenían completamente prohibido, y que Kennedy, además de por el vodka combinado con zumo de tomate, sentía debilidad también por los daiquiris y la cerveza Heineken. 

El zumo de cebada tuvo otro fan en la presidencia. Bajo la administración de Obama, la Casa Blanca elaboró su propia cerveza de miel con las colmenas de su jardín, pero si de un licor puede considerarse amante el afroamericano es del vino. Renovó la bodega de la residencia oficial y hace unos años reconoció que su favorito es el Pinot Noir, una variedad producida en el estado de Oregon. Para brindar en la Cena de la Hispanidad del 2014, Obama escogió un Peza do Rei 2012, un tinto ourensano con denominación de origen Ribeira Sacra.