Los trabajadores de las cafeterías Nebraska se vengan desvelando la receta de su famosa mostaza

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BENITO ORDOÑEZ

La cadena, hasta este enero propiedad de la gallega Easa, echó el cierre la semana pasada después de haber sido adquirida por el fondo de inversión Corpfin. Dejó a 92 empleados en la calle

17 ene 2017 . Actualizado a las 18:51 h.

La emblemática cadena de cafeterías madrileñas Nebraska echó el pasado martes el cierre a sus establecimientos, dejando sin empleo a 92 trabajadores. Las persianas de sus cuatro últimos locales -ubicados en las calles Alcalá, Goya, Gran Vía y Bravo Murillo- se bajaron dos semanas después de que la sociedad propietaria, Nebraska Blanco Hermanos, empresarios de origen asturiano, y hasta ahora manejada por la gallega Egasa -dueña del 67 % del capital-, fuera adquirida por el fondo Corpfin Capital Real Estate, dedicado a la inversión y gestión inmobiliaria. «El negocio de estas cafeterías es inviable», explicó su nuevo propietario, asegurando que «seguirá analizando la situación del grupo de restauración» y las posibilidades que le ofrecen estos locales, que «podrían cambiar su uso al negocio comercial».

Pero Nebraska no era un café cualquiera. Comenzó a despachar platos combinados y perritos calientes en el año 1955, exigencia de la americanización que por aquel entonces experimentaba el centro de la capital. El cliente español se mudó de su confortable barra al sofá de escay rojo -más cómodo pero todavía forastero-, se sentó de frente a su acompañante y aprendió a intercalar en su dieta la tortilla y el jamón con las hamburguesas gigantes, embadurnadas de salsas sabrosas, anaranjadas y amarillas. Los perritos, las tortitas.

El menú se dilató. Y la cafetería se convirtió en todo un clásico, en un símbolo también del paisaje urbano madrileño. Ahora, 62 años después, los trabajadores que acaban de perder su empleo le regalan a los habituales del otro lado del mostrador su bien más preciado y preservado: la receta secreta de su mítica salsa de mostaza.

La mostaza alemana Kühne Senf, de la que habla la receta, puede adquirirse a través de Internet. El resto dependerá de la destreza en la cocina de aquel que se atreva con ella.