La pareja de hermanos Moya Peña, 40 años sin poder legalizar su amor

Dolores Vázquez MIÑO / LA VOZ

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Daniel R. Portela

Su caso sigue siendo singular y han batallado desde el inicio porque se reconozca a su familia

13 jun 2017 . Actualizado a las 19:15 h.

Daniel Moya Peña comparte su vida con su hermana Rosa María desde hace 40 años, los mismos que han batallado porque se reconozca su familia legalmente. Su caso es más singular que la de los dos hermanastros catalanes que esperan un hijo y que han vuelto a poner el foco de atención en relaciones que prohíbe el Código Penal. Ellos comparten ambos padres, que se separaron cuando Daniel tenía cinco años y Rosa María, seis meses. En 1977 coincidieron en Madrid en una discoteca y estuvieron viéndose durante cinco meses hasta descubrir que compartían apellidos y sangre. Los reparos sociales al incesto y el tabú cultural los mantuvo separados unos meses, hasta que decidieron que era más fuertes los lazos que los unían que las convenciones sociales. Desde aquel momento solo se han separado por motivos de trabajo y llevan 40 años buscando legalizar una situación que no tiene cabida en los corsés de la normativa.

«Aún no nos reconocen como familia», lamenta Daniel, que dice que al principio optaron por ocultar su relación de parentesco trasladándose a Alicante. «Teníamos dos vidas, una vida fuera, de hermanos, y una dentro, de pareja», explica. Pero decidieron exponer su caso en televisión para visibilizar una solución no resuelta. Tienen dos hijos, Rosa, de 31 años, e Iván, de 24. Inicialmente fueron registrados como hijos de soltera y Daniel quedó como tío, pero pleitearon por su reconocimiento y ahora ya llevan los apellidos Moya Moya, que les facilitará cuestiones tan básicas como heredar o poder contar con el consentimiento paterno cuando eran necesarias autorizaciones.

«Por el Código Penal está penado por 6 meses y 1 día a 6 años el casarnos», comentan como una retahíla a lo que se exponen en caso de un matrimonio. Ante ese impedimento lograron que el Concello de Cambre, donde vivían antes de trasladarse al de Miño hace cuatro años, aprobase un registro de pareja de hecho que les permitía registrarse. Entre risas, aseguran que ellos llevan juntos cuatro décadas cuando hay matrimonios que no superan ni la ceremonia. «El no tener obligación nos hace tener un noviazgo prolongado», se consuela Daniel, que puntualiza que seguirá batallando por poderse casar, un impedimento que considera un prejuicio cultural que invade la esfera privada. «Yo tenía, una ilusión muy grande, muchas ganas, de vestirme de blanco, pero mi vida cambió totalmente», reconoce Rosa María.

«Yo digo que no, pero sí tuvimos discriminación», relata Daniel, pero dice que la han superado a base de afrontarla de frente, evitando recelos y enfrentamientos. «No se atreven», sentencia Rosa María, explicando que no dejan margen para que nadie cuestione su relación. Únicamente tuvieron un tropiezo con un cura que tildó a los niños de «hijos de Satanás» y al que llegaron a denunciar. Han viajado internacionalmente defendiendo en distintos foros su vida de pareja, que ven socialmente aceptada y para la que reclaman un cambio normativo.