La Voz de Asturias

Pablo Batalla: «El objetivo de las élites es la ultraderechización de los partidos tradicionales, la vía ayusista»

Asturias

L. Ordóñez
Pablo Batalla

El autor asturiano analiza en su ensayo «Los nuevos odres del nacionalismo español» la reconstrucción de su relato en productos de la cultura popular

18 Oct 2021. Actualizado a las 05:00 h.

Desde el gol de Iniesta que dio un Mundial a España hasta el relato que se ofrece de su historia en El Ministerio del Tiempo, desde Blas de Lezo a la letra del himno que lanzó Marta Sánchez, Pablo Batalla analiza en Los nuevos odres del nacionalismo español, la reconstrucción y búsqueda de nuevos lenguajes de un movimiento que supone también una mutación del conservadurismo tradicional.

-El gol de Iniesta, serie como El Ministerio del Tiempo o Isabel ¿de dónde parte la idea de iniciar este ensayo desde la cultura popular?

-El germen del ensayo es un artículo que yo publico en El Cuaderno que parte del darme cuenta de que, por así decirlo, todo le sale bien al nacionalismo español últimamente. Hay toda una producción de propagandas muy distintas y de distinta complejidad pero todas tienen el mismo éxito. Desde Imperiofobia de Roca Barea, que es un libro erudito, complejo que no es para todos los públicos y que, sin embargo, llega a treintaypico ediciones; hasta los cuadro de Augusto Ferrer Dalmau, las novelas de Arturo Pérez-Reverte, o de otros autores dentro de un boom de la novela histórica; o la letra que le pone Marta Sánchez al himno. Es con lo que yo empiezo el libro, es una letra mala, literariamente mala, pero tiene un éxito tremendo, circula por whatsapp, por las redes sociales, y hay un verso en concreto que es el que más entusiasma a la gente que es el «y no pido perdón». Llegué a valorarlo como título del libro porque resumía muy bien todo esto, hay una producción de propagandas de distinta complejidad pero que todas se resumen en ese verso de «y no pido perdón», una idea conspiranoica de la españolidad, de que el mundo nos odia, y que hay una quinta columna dentro que nos odia también; eso se expresa desde el libro más complejo a un anuncio de Campofrío en un momento dado.

-¿Cómo se explica esta respuesta de reacción, de sentirse arrinconados? 

-Se juntan muchas cosas, el nacionalismo catalán, siempre que hay un nacionalismo rival hay un proceso de simbiosis, de crecimiento paralelo y lo que aumenta en uno aumenta en el otro. También los años de la crisis, el rescate, la prima de riesgo, ese sentimiento de que Europa nos odia, nos tortura, nos desprecia. La victoria del Mundial juega un papel importante en el sentido de que, no es que invente nada porque esa explosión de patriotismo tiene raíces muy anteriores, pero de alguna manera saca cosas del armario. Me fijaba en cómo cosas que se gritan en el Mundial de una manera festiva, después se hacen con el procés catalán de forma agresiva, el «¡a por ellos!», que pasa del fútbol a los antidisturbios. Me recordaba al famoso inicio del 18 de Brumario de Carlos Marx, que es donde se acuña aquello tan famoso de que «la historia de repite dos veces, primero como tragedia y después como farsa» y luego hace una reflexión sobre cómo los grandes momentos revolucionarios de la historia, las grandes insurrecciones, son momentos que, contra lo que pueda parecer, no son tanto momentos de anhelo de futuro como de pasado. Hay una fascinación por una pasado mitificado, idealizado, Marx dice «convocamos espectros del pasado para librar las guerras del presente», y se acuerdo, por ejemplo, de cómo la Revolución Francesa es un momento de fascinación con el pasado grecorromano, los revolucionarios se sienten recuperadores de ese pasado frente a un presente que desprecian y contra el que se alzan. Yo en el libro me hago la reflexión de que hay una insurrección reaccionaria, conservadora, en marcha incluso fascista en un momento dado, no sólo fascista, por supuesto, pero que forma parte de ella también; y está convocando a esos espectros del pasado para librar su propia insurrección, convocando a los Tercios, a Don Pelayo, contra el estado del bienestar, contra los valores ilustrados y todo lo que representa la izquierda.

-Además el nacionalismo español es singular en el sentido de siempre se presenta como no nacionalista, es como el sentimiento estándar.

-Es esto de «yo no soy nacionalista, soy patriota», que son alambiques retóricos y argumentales que se usan para no vincularse a una palabra que tiene una carga negativa como es nacionalismo. Pero académicamente no tiene ningún sentido y no se sostiene, hay un nacionalismo español igual que hay uno vasco o catalán o gallego. Los nacionalistas catalanes hacen lo mismo cuando dicen «no somos nacionalistas, somos independentistas», una cosa va con la otra. Es un intento de desmarcarse de una palabra que tiene una caga negativa pero el nacionalismo español es un nacionalismo como los demás, por supuesto.  

-Otra cosa que siempre se dice es que la izquierda vive peleada con el nacionalismo español, pero ¿tiene que amigarse, no es el nacionalismo reaccionario siempre?

-Es una idea de unidad frente a la división de la lucha de clases. Es una interpretación muy tradicional y tampoco hay que simplificar tanto las cosas pero en gran parte es verdad, es la interpretación tradicional del marxismo, las cosas son más complejas pero es un poco así. Es proyectar las energías y los odios, los rencores que dividen a la sociedad pero hacia fuera, odia a un enemigo, metafísico a veces, que está fuera y únete a mí, unámonos interclasistamente para luchar ese enemigo que está lejos, abandonemos las luchas interiores por la emancipación o el reparto de la riqueza.

-¿Entre las nuevas estrellas del nacionalismo podemos contar a Ana Iris Simón?

-En el libro la menciono muy brevemente, en el capitulo final del libro, y me preguntan mucho por eso pero es una parte pequeña. Sí, hablo de ella, porque hay esta parte de la izquierda que ella representa, igual que la representan otros, que creen que el presente, ellos mismos lo dicen así, pasa por combinar elementos de izquierda y de derecha. Sus enemigos los llamamos rojipardos, pero a mí hay una cosa que me resulta curiosa en todos ellos y es que siempre son muy concretos en lo pardo y muy vagos en lo roji. Si uno atiende bien a su discurso, toda su producción, todas las cosas que escriben, todas las cosas que tuitean, son muy insistentes y concretos en lo pardo y lo roji es meramente una vaga retórica que hay por ahí detrás. Si se llega a concretar en algo son cosas grandilocuentes, dicen ¡socializar los medios de producción! Vale, sí, pero ¿seso cómo se hace? Es una combinación de elementos que recuerda mucho al falangismo histórico, adaptado a la postmodernidad, al tiempo presente pero concretos para una parte y vagos con la otra.

-¿Cómo aterriza todo esto en el terreno político, es preludio de un auge, de más auge de la extrema derecha?

-Ahora percibo que, entre ciertas élites, que apoyaron a la extrema derecha, financiaron a Vox, etcétera, un deseo de ir apartándose de Vox y que lo que privilegien, y creo que es el objetivo final, una cierta ultraderechización de los partidos de derecha tradicionales. La vía ayusista, por así decirlo. Hemos hablado mucho de la crisis de la socialdemocracia en los últimos años, y se nos ha ido pasando por debajo del radar la crisis de la derecha tradicional, de la conservadora y democristiana, y que estamos viendo ahora claramente por toda Europa. El intento de estas élites es transformar los partidos de derecha tradicional, que son partidos que al fin y al cabo controlan mejor, porque un partido de ultraderecha que un momento determinado te sirve frente a un auge izquierdista no deja de ser una cosa un poco impredecible, incontrolable en algún margen. Es el abandono de elementos que representaba la derecha tradicional, como puede representar Ángela Merkel, con un estado del bienestar y una cierta economía social, y la idea es ir abandonando eso.

-El Ayusismo.

-Sí, es algo que se detecta en todas estas manifestaciones nuevas del nacionalismo español, aunque también es algo que pasa en todas partes. Hace poco veíamos en Francia a Macron diciendo poco menos que los argelinos tenían que agradecer el colonialismo francés, cuando en campaña hace unos años él había llegado a pedir perdón por el colonialismo francés en Argelia. Es un deslizamiento que sucede en toda Europa. Ayuso es un personaje muy interesante, refleja bien eso, esa lógica reactiva porque esta derecha nacionalista se configura a sí misma en oposición a una izquierda que toma como plantilla para convertirse en su negativa. Aquello que le gusta a la izquierda a mí no me va a gustar, si la izquierda dice que hay que consumir menos carne roja pues yo me voy a comer tres chuletones. Ayuso encarna esto muy bien y ella, o Miguel Ángel Rodríguez que es un poco su gurú, está muy claramente inspirada en el modelo Trump y también en el procés catalán en un momento dado. Hay una lógica ahí de imitación, de un regionalismo o nacionalismo madrileño, que se identifica con España pero que se identifica falsamente. Por ejemplo ahora hay una reacción un poco histérica frente a los planes que se anuncian de descentralizar un poco las instituciones, que e Tribunal Constitucional pueda estar en Cádiz, el Senado en Barcelona, el Ministerio de Industria en Bilbao, el de Turismo en Valencia, etcétera. Y salta una lógica histérica de agravio, de España nos roba, España roba a Madrid, que llega a ser ridícula. ¿Tiene algún sentido que la sede de Salvamento Marítimo esté en Madrid? Hay ese discurso de que Madrid es un resumen de todas las Españas, que es generosa con España, que no se corresponde con la realidad, al revés, Madrid está absorbiendo energías de toda España, eso lo sabemos bien en Asturias, con gente empadronada en Madrid para pagar menos impuestos; hay un vaciado, un saqueo por parte de cierto Madrid al resto de España.

-En Asturias hay dos episodios singulares recientes sobre ese fenómeno con el nacionalismo español, las reacciones a la oficialidad del asturiano y que pudieran terminarse las corridas de toros en Gijón.

-En general, en toda esta producción nueva del nacionalismo español se aprecia una imagen siempre de fortaleza asediada, le pasa un poco también a Occidente en general, que está asediado por los musulmanes, por los inmigrantes, por el «marxismo cultural» y también por una quinta columna que está dentro. Todo forma parte de esa conspiración, esa idea del nacionalismo español sobre la leyenda negra que, como ya en su momento decía Unamuno, y no es sospechoso de ser un enemigo de España, también hay una leyenda de la leyenda negra. Un cultivar interesadamente una conspiración internacional contra España porque si tú convences a una sociedad de que es una fortaleza asediada la vas a convencer de aceptar medidas que no aceptaría si la fortaleza no estuviera asediada. En general hay una fascinación curiosa con cosas que remiten a eso, por ejemplo el mito de Blas de Lezo, del que también hablo en el libro, un marino vasco del siglo XVIII, que defiende Cartagena de Indias de un asedio inglés y que, sin embargo, durante siglos es un personaje completamente olvidado, que no forma parte del panteón nacionalista español y, de repente, es el gran héroe del nacionalismo español. Se le hacen estatuas y cuadros, libros, y remite a que no fue un héroe del ataque sino de la defensa, de la defensa de un imperio que se desmoronaba. Resurgen también Los últimos de Filipinas, que es un poco lo mismo, el regimiento Alcántara; toda una serie de mitos que no son nuevos pero que resurgen por remitir a la idea de fortaleza asediada. Y dentro de esa idea conspiranoica de la leyenda de la leyenda negra, todo es un enemigo de España, todo puede romper España, todo es una amenaza contra España, lo es el asturiano, lo es la abolición de las corridas de toros, y en un sitio en el que nunca hubo una tradición fuerte. En Asturias las corridas de toros son algo muy postizo, eso se ve bien mirando las estadísticas de cuántos toreros asturianos ha habido. Yo lo miré el otro día y hubo dos en toda la historia, ambos de Gijón. Pero no hay una tradición aquí, es algo muy postizo, y además las corridas es algo sobre lo que ha ido creciendo en la sociedad un debate, muy lógico y muy comprensible, sobre que, incluso aunque la tauromaquia tenga una dimensión artística y cultural que yo no le niego, es un arte que implica sufrimiento y crueldad hacia seres sintientes como los toros y eso debe ser abolido porque el arte no lo justifica; el arte no vuelve las cosas excelsas ni las dignifica, puede haber un arte perverso, siniestro. Pero hay una lógica conspiranoica, y pasa también con el asturiano, de que la oficialidad va a llevar a una batasunización de Asturias, estos espantaviejas que se acuñan y que no tienen sentido porque uno ve que hay partidarios de oficialidad del asturiano en literalmente todo el espectro político, en todos los partidos, yo conozco un militante de Vox que está a favor de la oficialidad del asturiano. En unos sitios más que en otros pero en todas partes los hay, hay liberales de derechas partidarios del asturiano, socialdemócratas, es una cosa transversal que remite a una idea inclusiva, diversa y plural de España que yo no sé qué problema hay con ella. Hay países como Suiza que tienen varias lenguas oficiales y no se vienen abajo, mirar al mundo le demuestra a cualquiera que ese asustaviejas es absurdo, hay sociedades que se dividen y se vienen abajo con una sola lengua oficial y sociedades que son muy prósperas y están muy unidas tienen varias lenguas. Una cosa no lleva a la otra.


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