La Voz de Asturias

Una etapa por el puerto del Palo

Camino de Santiago

Miguel Barrero Oviedo
Una peregrina asciende las primeras rampas de la subida al puerto del Palo

La quinta etapa, una ruta de 18,2 km, es para muchos la fase reina del Camino Primitivo. La subida cuenta con una serie de trechos que destacan por su dureza.

20 Aug 2016. Actualizado a las 12:45 h.

Lo que hay que hacer

Para muchos ésta es sin duda la etapa reina del Camino Primitivo, y aunque afirmaciones de ese calibre terminen siempre generando controversia no puede negarse que, al menos, la subida al puerto del Palo inaugura una serie de varios trechos a los que caracteriza su dureza. Iniciamos la andadura en el mismo lugar en el que la concluimos ayer, es decir, en el corazón de Pola de Allande. La avenida de Galicia, de oportuno nombre, es la prolongación natural de la avenida de América, y por ella avanzamos bajo las torres del palacio de Cienfuegos para avanzar por la carretera a lo largo de una distancia aproximada de un kilómetro. Pasamos junto a una gasolinera y al lado del cartel que anuncia el poblado de El Mazo antes de introducirnos en un sendero que nace a la izquierda y nos desciende hasta la vega del río Nisón. La subida que emprendemos a partir de este momento va desarrollándose de una manera tan plácida que sin duda correremos el riesgo de pensar que el ascenso hasta la cumbre no puede ser tan duro como nos lo habían pintado: craso error. Pasaremos a la vera de El Teixu, El Colobreu y el desvío que conduciría nuestros pasos hasta el albergue de Peñaseita y algo más adelante pasamos por el puente  del Xestu Molín sobre el reguero de Fonfaraón para llegar hasta el caserío de La Reigada.

Un peregrino avanza hacia la cima del puerto del Palo

Es a partir de este punto cuando de verdad empezamos a percibir toda la crudeza de la etapa. Tanto el valle como el propio Camino se hacen mucho más angostos y lo que hasta ahora era una leve pendiente se va trocando poco a poco en subida y pertinaz. Tanto, que cuando nos demos cuenta nos veremos encajonados en una cuesta interminable que en algún momento puede dar la impresión de carecer tanto de principio como de final. En realidad no estamos demasiado lejos de la carretera, pero lo tupido de la vegetación y el hecho de que aquélla no esté demasiado transitada provoca que lleguemos a sentirnos en el mismísimo epicentro del vacío. Hay regueros y hay puentes que ayudan a salvarlos y hay, en definitiva, un paisaje embriagador que nos envuelve y exige ser contemplado con cierta morosidad, pero nada de eso evita que las fuerzas flaqueen, la respiración nos salga entrecortada y nuestros pasos se hagan cada vez más y más lentos. El que las árboles y las hojas apenas nos permitan ver más que lo que queda bajo nuestros pies no hace más que acentuar esa sensación de eternidad que uno tiene mientras avanza desconociendo cuánto queda por delante. Por eso sorprende tanto como alegra la repentina desembocadura en la carretera general que asciende en espiral por la loma del puerto. Pensamos, al tropezarnos con el asfalto, que ya hemos dejado lo peor atrás, pero volvemos a equivocarnos. Hay, eso sí, una mínima tregua que discurre sobre el arcén para llevarnos hasta la ladera acariciada por el sol, pero en seguida se inicia otro ascenso, éste más breve pero también mucho más pronunciado y, por lo tanto, más abrasador, por un camino de piedra que maltratará nuestros pies y nos dejará al pie de una senda ya recubierta por hierbas reparadoras. Vemos a lo lejos una torre de alta tensión bajo la cual acabaremos pasado antes de encontrar una fuente que, para nuestra desgracia, suele hallarse seca o en trance de agotarse. Se levanta este manantial en una pequeña explanada que, al menos, permite un pequeño descanso antes de proseguir la subida. Lo que queda no deben de ser más de doscientos o trescientos metros, pero el peso literal y metafórico que llevamos a la espalda, y la certeza de que aún queda bastante por andar en este día, hacen que parezca una eternidad. Lo mejor de todo es que, a causa de lo que hemos sufrido, la cima al puerto del Palo depara una de las mayores alegrías de todo el Camino Primitivo. Las vistas son espléndidas. La sensación de triunfo, colosal. Hemos superado un desnivel de más de 500 metros en apenas 8 kilómetros, y sólo una vez aquí podemos cerciorarnos de que el esfuerzo vale la pena. Ante nuestros ojos se despliega un paisaje espectacular que invita en primer lugar a tomarse un pequeño descanso, pero que luego incita a seguir caminando con el fin de profundizar en sus misterios. Cabe señalar que el Puerto del Palo constituyó desde siempre una pequeña frontera dentro de los límites del concejo de Allande. Los que vivían «del Palo p'acá» (es decir, desde la cima hasta la capital del municipio) recibían el sobrenombre de curitos (se dice que por la relación de dependencia que sus tierras mantenían con la diócesis de Oviedo), mientras que quienes poblaban las tierras que se extendían «del Palo p'allá», hacia Salime, eran considerados gatchegos.  Desde la cumbre, presidida por una pequeña central eléctrica y un refugio de montaña casi anecdótico por sus reducidísimas dimensiones, se divisa ya las casas de Montefurado, hacia donde nos dirigimos por una senda que recibe también a los peregrinos que hayan decidido venir directamente desde Campiello a través de la variante de Hospitales. Es un camino de montaña en el que acaso tengamos que aguardar a que nos abra el paso alguna vaca, pero cualquier trance resultará nimio en comparación con lo que ya hemos pasado. Una vez en Montefurado, el camino empieza a parecerse a una yinkana. Hay que saltar un pequeño muro que parece cerrar el Camino al final del pueblo, emprender luego una subida por un sendero que lleva a una cancela que también hay que sortear y dejar que una nueva portilla nos deje ante el tramo que nos deja de nuevo en la carretera general. Como en este tramo no abundan las señalizaciones, cabe la seria posibilidad de que nos atormentemos temiendo que estamos caminando en un sentido incorrecto. La aparición de un mojón al pie del asfalto, y la certeza de que cada vez estamos más cerca del pueblo de Lago, nos dan fundados ánimos para seguir adelante.

Cumbre del puerto del Palo

Lo peor de Lago es que el lugar entero está levantado a lo largo de una empinada cuesta que cuesta un poco superar a estas alturas de la etapa. Lo mejor, que a partir de su caserío sólo quedan ya unos cinco kilómetros en llano -algunos de ellos por el centro de un pinar espléndido- hasta desembocar en Berducedo, una parroquia que, si bien no dispone de todos los servicios, sí está lo suficientemente dotada como para proporcionarnos un final de etapa con todas las garantías de comodidad. Los peregrinos que quieran avanzar un poco más siempre pueden dirigirse hacia La Mesa, pero no hay en esa población ni servicios, ni bares, ni restaurantes, lo que hace que aventurarse a pasar la noche allí entrañe un riesgo que, a veces, termina teniendo consecuencias engorrosas.

Vista desde la cumbre del puerto del Palo

 Lo que hay que ver

Aunque la subida al Puerto del Palo constituya un verdadero festín para los sentidos -principalmente vista, olfato y oído, los más agraciados por el contacto con la naturaleza-, conviene prestar cierta atención en cuanto nos hallemos en la cima. Según se emprende la bajada, a la derecha del Camino, podemos ver en una vaguada lo que parece un pequeño lago y que son en realidad los restos del embalse que aquí prepararon los romanos para garantizar el abastecimiento en sus explotaciones auríferas. La cuestión no es baladí, porque fue esta pequeña infraestructura la que dio nombre al puerto (en latín, palus significa «pantano», «ciénaga», «charca» o «embalsadero») y porque en torno a su perímetro se celebró, en el siglo XIX, el último aquelarre del que queda constancia documental en Asturias.

Vista panorámica desde la cumbre del puerto del Palo

Una de esas explotaciones abastecidas por el embalse era la de Montefurado, un pueblo que hoy se encuentra prácticamente abandonado y se presenta ante los peregrinos como una fantasía de piedra y sombra proveniente de otro tiempo. A la entrada del pequeño y evocador caserío se encuentra la capilla, que es el único vestigio que queda del antiguo hospital de peregrinos y cobija en su interior una imagen de Santiago que goza de gran predicamento entre los romeros. Ni la pequeña iglesia ni la escultura tienen un gran valor artístico, pero es cierto que la sencillez de ambas les confiere un encanto que cuesta encontrar, en muchas ocasiones, en ciertas obras en las que la excesiva elaboración termina dando al traste con la magia. Montefurado recibe ese nombre, precisamente, por los socavones y galerías que en estas montañas excavaron los romanos para buscar el precioso metal que les trajo hasta estas latitudes. Algunas de esas galerías aún se conservan total o parcialmente. Una de ellas, la llamada Cueva de Xuan Rata, incluso ha engendrado su propia leyenda: cuenta la tradición que vivía allí un cuélebre y que un habitante del pueblo, el susodicho Xuan Rata, se atrevió a ofrecerle una piedra al rojo vivo que el bicho engulló pensando que le brindaban una hogaza de pan, lo que le hizo desaparecer cueva adentro para no dejarse ver más entre los humanos ni despertar las iras de tan bárbaros convecinos.

Vista parcial de Montefurado

 La iglesia de Santa María de Lago, datada en el siglo XVIII, se erigió al lado de un imponente tejo milenario, de la especie taxus bacatta y unos 16 metros de altura, en lo que es un nuevo ejemplo ofrecido por el Camino de que los ritos sagrados no se crean ni se destruyen, sino que simplemente se transforman. Parece que aquí celebraban antiguamente los vecinos del pueblo sus reuniones, cosa que probablemente tuviera un equivalente unos kilómetros más hacia el oeste porque también la iglesia de Berducedo, que está puesta bajo idéntica advocación mariana y remonta sus orígenes hasta el siglo XIV, está construida junto a un tejo. Queda poco o nada de su inicial fábrica románica, y lamentablemente se perdieron por completo las pinturas que adornaban sus muros y a las que se llevó por delante una desafortunada reforma que se llevó a cabo alrededor de 1910. Hubo por aquí un hospital de peregrinos, y aunque no queda nada de él sí hay cerca del templo una casa en cuya fachada se conserva un escudo que, según algunos, presidió en tiempos la entrada a aquel albergue que hoy sólo pervive en el recuerdo.

Iglesia de Santa María de Lago

 Comer y dormir

No hay muchas opciones en esta etapa. El trecho que separa Pola de Allande de Berducedo es uno de los que mejor ejemplifica esa aventura que supone recorrer el Camino Primitivo, y desde los ya mencionados Albergue de Peñaseita (Peñaseita, s/n; tfnos: 985 807 116 / 637 190 192) y Bar Viñas hasta la llegada a destino encontraremos pocas opciones para reponer cuerpo y alma. Los más impacientes pueden aprovechar la aparición casi milagrosa en Lago de un establecimiento, el Bar-Casa Serafín, donde se sellan credenciales y se puede tomar un refrigerio con el que hacer más llevadero lo poco que a esas alturas nos quedará ya de caminata.

Iglesia de Santa María de Berducedo

En la llegada las opciones ya son más variadas. El Albergue de peregrinos de Berducedo (tfno: 985 929 325) se alza justo a la entrada del pueblo, en el edificio de las antiguas escuelas, y su único problema radica en las dimensiones: sólo ofrece doce plazas. Junto a la iglesia, el Albergue Camín Antiguo (tfnos: 696 929 164 / 696 929 165); correo electrónico: caminantiguo@gmail.com) ofrece plazas en literas y camas, y también habitaciones dobles, con todas las comunidades. En el pueblo, el bar El Cafetín, donde se guardan las llaves del albergue público, y el bar-restaurante Casa Marqués (tfno: 985 909 820; e-mail: junugar@hotmail.com) constituyen los dos refugios principales de los peregrinos, que encuentran en ellos bebida, bocadillos y platos calientes con los que saciar el apetito y reponer las fuerzas que harán falta al día siguiente. En este último hay además una pensión en la que se puede reservar si no se ha tenido suerte con los albergues.


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