La Voz de Asturias

González Moreno: «La literatura no cambia el mundo; como mucho, a nosotros mismos»

Cultura

J. C. Gea Gijón
Pedro A. González Moreno

El escritor presenta «La mujer de la escalera», Premio de Novela Café Gijón, en la jornada inaugural de la Feria del Libro de Gijón, que también incluye un encuentro con Luis Sepúlveda

14 Jun 2018. Actualizado a las 07:02 h.

Un grupo de estudiantes universitarios en los primeros años de la Transición, un montaje de La Celestina y una pesquisa literaria que acaba convirtiéndose en un caso criminal y en una apretada y conflictiva trama de relaciones entre un puñado de personajes. Con esos mimbres, el escritor manchego Pedro A. González Moreno (Calzada de Calatrava, Ciudad Real, 1960) consiguió seducir el pasado año con La mujer de la escalera al jurado del Premio de Novela Café Gijón, que alabó la obra como «una apasionante novela» basada en «un cruce de intrigas que el autor desarrolla hábilmente y con un excelente despliegue de recursos narrativos». La presentación de la obra, editada por Siruela, será una de las actividades inaugurales de la Feria del Libro de Gijón, FeLiX 2018, que hoy echa a andar en el Paseo de Begoña de la ciudad. El acto, previsto para las 21,00 horas, forma parte de un programa que también incluye hoy, una hora antes, un encuentro con el escritor chileno afincado en Gijón Luis Sepúlveda, a propósito de su libro Historia de un caracol que descubrió la importancia de la lentitud (Tusquets). Además del Café Gijón, González Moreno ha recibido premios como el Tiflos, el Alfonso el Magnánimo o el José Hierro por su obra en verso, y es autor de Los puentes rotos (Premio Río Manzanares de Novela), el libro de viajes Más allá de la llanura, la novela juvenil La estatua de lava y el ensayo La musa a la deriva (Premio Fray Luis de León). Su dedicación literaria se plasma también en su labor docente como profesor de Lengua y Literatura.

-Pura pasión por la literatura que está también en el centro de La mujer de la escalera. ¿Cómo y por qué se le ocurrió poner La Celestina y el teatro del Renacimiento en el motor de una novela contemporánea?

-El núcleo que desata toda la madeja argumental es un hecho relacionado con la bibliografía: la hipótesis de que existiese un teatro medieval anterior a La Celestina. Es algo que no han podido confirmar todavía los estudiosos, la existencia de un teatro en ese hueco entre el Auto de los Reyes Magos y la propia Celestina. Un hueco que no se ha llenado todavía.

-Y que la pesquisa de los protagonistas pretende llenar.

-Ese es el inicio. A partir de ahí, la trama se va enredando con otras: la policíaca, la sentimental, los amores, rencores, desamores y todo tipo de sentimientos conflictivos que se desarrollan entre los personajes… Y La Celestina, en el centro de todo; algo que viene de mi devoción por el teatro, que he desarrollado no como actor, pero sí como director en grupo teatrales. No hice teatro universitario como los protagonistas, pero sí he participado con alumnos de Secundaria y Bachillerato poniendo en escena obras clásicas, aunque no La Celestina ni Luces de bohemia que aparecen en el libro.

-Es un libro de tramas, pero ¿hasta qué punto lo es también de personajes? En términos teatrales, la novela tiene un reparto muy variado y rico.

-Es una de las consecuencias derivadas precisamente de la construcción un poco dramática o teatral de la novela. Aparte de ese coro de personajes, surge un trío de protagonistas -no sé si llamarlo «triángulo diabólico» como algún lector perverso lo ha llamado ya- que son los tres personajes centrales. La narradora, siempre puesto entre comillas; un amigo que es el que participa en la búsqueda de los libros, y otro que había participado como protagonista en su puesta en escena de La Celestina, un personaje que va adquiriendo cada vez un protagonismo mayor. Es un personaje que tiene su punto de misterio y de sorpresa. Además, y no es casualidad, es un personaje que tiene intención de dedicarse a la literatura.

-El trasfondo es el del final del franquismo y el principio de la Transición, con personajes de su misma edad en la ficción. ¿Una novela generacional?

-Es el ambiente de época, y tengo que decir que estos jóvenes universitarios recién licenciados a principios de los 80 representan, en efecto, a mi generación. Es una novela que puede aceptarse como generacional aunque no sea una novela en clave política. Ahora mismo esos protagonistas tendrían mi edad. Van con el carro generacional de mi edad, representan también mi punto de vista, y vivieron en esos años los grandes cambios de la sociedad española de aquel momento, los años turbulentos de la Transición, aunque haya también que aclarar que no es una novela sobre la Transición. No he intentado eso, aunque sea un tema muy atractivo. En la época de la que hablo ya no había grandes movilizaciones ni revueltas, algunas batallas estaban por ganar pero algunas ya se habían ganado. Esos personajes participan en esos cambios a través del teatro, no a través de las grandes movilizaciones ni al pie de los caballos de los antidisturbios, todas esas situaciones que son ya casi también un mito literario. Se refugiaban en la escena, y a través de la escena, hacían oír su voz, esa era su forma de reivindicación y de lucha.

 -Algo difícilmente concebible hoy: la cultura en las universidades como un medio prioritario de integración, de relación, de participación política y social...

-No, ahora cada uno va por su cuenta. No sé si existe una lucha o un enemigo común, pero no se moviliza la gente en torno a determinadas causas a través de esos canales. No sé si, como veníamos de otra cultura, de otra ingenuidad los que éramos todavía demasiado jóvenes cuando entramos en la Transición, teníamos otras expectativas, otros sueños y objetivos, y nos embarcábamos fácilmente en causas culturales, de tipo literario, musical, ideológica... Ahora no nos implicamos con la misma facilidad en esas causas. Seguramente hemos perdido el espíritu de lucha por el camino. Es verdad que hemos conquistado, o algunos antes que nosotros han conquistado lo que nos faltaba. Puede que sea una de las razones.

-En todo caso, la novela evidencia una doble confianza en lo literario: como motor narrativo y también como gancho en una intriga que atrape al lector. Como docente o como escritor, ¿mantiene la fe en que la literatura apasione hasta ese punto a otros?

-Sí. Y la verdad es que es una fe que está casi a niveles religiosos. Eso lo sabemos los que venimos de la poesía. Por mucho que el marxismo y ciertas ideologías intentaron hacernos creer, o intentaron creer ellas mismas, que la poesía, que la literatura en general podía cambiar el mundo, transformar la realidad como una herramienta social, aquello fue un sueño, un mito en el que creímos o algunos creyeron durante un cierto tiempo. Pero se ha demostrado que la literatura no es una herramienta que sirva para cambiar las estructuras sociales, ni muchísimo menos. Para eso no están los escritores sino, supuestamente, los políticos. Que lo consigan o no es otra cosa. La literatura, como mucho, llega a ilusionarnos y a cambiarnos a nosotros mismos. Y menos ahora en un mundo regido por las redes sociales. Lo que sí sucede, aunque sea una cosa extraña, es que seguimos creyendo en la literatura, en la poesía y en este extraño sueño que es el de la escritura.

-Y si no se consigue ver cumplida esa fe, ¿sucede algo?

-Nada importante. No somos tan vanidosos. Si hay uno de los personajes de la novela con el que no puedo identificarme es precisamente el que tiene aspiraciones de ser escritor; un personaje vanidosillo y muy propicio al egocentrismo tan propio de este mundo de los literatos y demás. La literatura para lo único que vale es para tenernos un poco distraídos, para ilusionarnos, pero no vamos a conseguir ningún clase de trono en las hornacinas de la posteridad. Como mucho para ir viviendo, disfrutando o a veces también penar un poco porque la literatura da sus disgustillos. Y así vamos tirando.


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