La Voz de Asturias

Wenceslao Fernández Flórez atrapado en el infierno del Madrid revolucionario

Cultura

Héctor J. Porto Redacción / La Voz
Wenceslao Fernández Flórez (A Coruña, 1885-Madrid, 1964).

El sello madrileño Ediciones 98 rescata «El terror rojo», un libro autobiográfico inédito en castellano

12 Oct 2021. Actualizado a las 10:17 h.

Dicen que a Wenceslao Fernández Flórez no le gustaba hablar de sí mismo. Y sin embargo escribió un libro de carácter netamente autobiográfico, El terror rojo, que ha permanecido hasta hoy inédito en castellano y que se publicó única y originalmente en Lisboa bajo el título O terror vermelho (Empresa Nacional de Publicidade, 1938). Ni siquiera halló un lugar en las obras completas ordenadas por Aguilar en la década de 1940. Ahora, más de ochenta años después de su aparición, Jesús Blázquez, fundador de Ediciones 98, traduce este texto que narra la peripecia vivida por el escritor en el Madrid revolucionario: cómo se escondió y logró huir de una ciudad cercada en la que las fuerzas milicianas lo buscaban con la más que probable intención de matarlo. Este relato -que da cuenta de esas horas llenas de miedo, azares y angustia- reelaboraba el material que el propio Fernández Flórez había dispuesto con gran éxito en conferencias y artículos periodísticos -en el Diário da Manhã y el Diário de Notícias- durante una breve estancia en Portugal. Entonces, afirmaba, no lo movía un ansia estética y literaria, sino «un deber moral»: servir a los jóvenes, tratar de que entendiesen y evitasen lo que ocurría en España, aún inmersa en una cruenta Guerra Civil. En el prólogo hace un encendido elogio de las capacidades de liderazgo del dictador Oliveira Salazar, «un hombre que tiene el don de conducir pueblos».

No hay aquí ficción, tercia Blázquez, sino que recoge lo que pasó, cómo lo había visto y vivido. «No está a las órdenes de ningún bando, era una especie de terapia, un intento de segar de su alma todos los padecimientos sufridos con la intención de que no retoñaran en ella», explica el editor haciendo alusión a las motivaciones que el propio autor gallego expone en el prólogo de Una isla en el mar rojo, la novela que escribió en Cecebre en 1939 y que se inspira claramente en esta aventura de supervivencia al límite y que también ha rescatado Ediciones 98.

Tampoco, advierte, hay carga hiperbólica alguna en los riesgos que corría: «Tanto un libro como otro tienen un notable valor como testimonio histórico, que yo creo que es imparcial». Parte de su propia vivencia. No es exagerado pensar que lo van a matar, le quitan la llave del coche, varias patrullas preguntan por él en el barrio, lo acusan de ser un paco [término que viene de la onomatopeya pac, del disparo, y que designaba a los francotiradores que se apostan en los edificios y abatían milicianos] por una venganza ridícula, la de una vecina disgustada por una crónica que no dejaba en buen lugar a su marido, asesor de Azaña. «Lo van a llevar a una checa y van a matarlo igual que mataron a 15 que trabajaban en el ABC, el jefe de redacción, el subdirector, el jefe del consejo de administración, el redactor jefe, cinco redactores, colaboradores como Ramiro de Maeztu y Manolo Bueno, el que pegó el bastonazo a Valle-Inclán que lo dejó manco... E iban a por Fernández Flórez, claro, que en ese momento era el más famoso de todos ellos, como cronista parlamentario y escritor. Los porteros son informantes al servicio de las checas, comunistas y anarquistas, tienen la obligación de reportar quiénes son los residentes fascistas o de derechas que viven en la casa. Y el suyo le tiene echado el ojo. Iban a matarlo y ha de esconderse, como él mismo dice, como un animal. Las pasa canutas y eso es lo que refleja en sus reflexiones», subraya Blázquez. Daba igual que hubiese sido elegido miembro de la Academia de la Lengua en el año 35, durante la República, que hubiese sido nombrado -«como Unamuno, amigo suyo»- ciudadano de honor de la Segunda República, anota el editor, que también recuerda que criticó acremente al Gobierno republicano por la evolución radical que registró en determinados momentos y por determinadas políticas.

 

Una odisea

Ante tal panorama, el periodista y escritor emprende su odisea, que se prolonga durante un año. Deja la casa y, detalla Blázquez, comienza su peripecia ocultándose en distintos lugares de la ciudad, en casas de amigos y demás, en embajadas... Consigue salir de Madrid gracias a las mediaciones de los gobiernos de Argentina y Holanda. Viaja a Valencia, e inicialmente el Ejecutivo de la República consiente en que embarque rumbo a Marsella, pero al final no le dejan subir al buque. Con el relevo del gabinete de Largo Caballero por los socialistas moderados de Negrín e Indalecio Prieto, nombran ministro de Gobernación a Julián Zugazagoitia, quien había tenido cierta amistad con Fernández Flórez. Gracias a sus gestiones, logra salir de Valencia en un automóvil de la embajada holandesa y cruza por los Pirineos. Llega a París, y después continúa hacia Holanda. Posteriormente regresa a España vía Irún y, moviéndose por la zona nacional, arriba a Cecebre, donde se instala con su madre y sus hermanos, que también habían huido de Madrid.

 

«Una isla en el mar rojo», una novela vivencial

La odisea que vivió y registra en El terror rojo deviene novela en Una isla en el mar rojo. Una obra vivencial, pegada a los acontecimientos dramáticos que le tocó sortear -está firmada en Cecebre en enero de 1939- y en la que, él mismo confiesa, inventa «hombres y trances, pero no dolores». No cuenta esta narración entre sus admiradores al historiador y crítico José-Carlos Mainer, que dijo que estaba «escrita con odio», como recuerda el editor abulense Jesús Blázquez, quien rechaza tajantemente tal juicio: «Es totalmente incierto. Yo creo que es una obra ecuánime, ni es un panfleto ni está escrita con odio. Al contrario, está hecha con sosiego. Se nota que fue redactada en la tranquilidad de Cecebre, que trata de purgar su alma después de todos esos padecimientos y que late en su prosa, de altísima calidad literaria, un gran drama interior».

Es verdad que retrata duramente a los milicianos, brutales, arbitrarios y analfabetos, que lo paran amenazantes por la calle. Pero es como ve las cosas el protagonista, su alter ego, un abogado de éxito y situación desahogada, un personaje creíble, que existe legítimamente en aquella España, reseña Blázquez. «Un tipo de ciudadano que prescindió enseguida de corbatas y sombreros, porque ‘‘los rojos no usan sombrero’’. De hecho, había una sombrerería que hizo famosa esa propaganda ya en la posguerra... y vendió lo suyo. En el Madrid revolucionario cualquier aspecto de burgués podía conducirte a una checa y a la muerte. La represión que hubo entre julio y noviembre del 36 fue horrorosa, con miles de asesinatos», subraya.

 

«Wenceslao era un espíritu libre, una persona independiente y muy culta que no se casaba con nadie»

A Jesús Blázquez Wenceslao Fernández Flórez le recuerda un poco a Stefan Zweig (1881-1942), de quien está editando sus diarios y en el que ve un alma gemela. Es más, dice, el autor de El mundo de ayer tiene una juventud beligerante, le hubiera gustado ser alemán, mientras que «Fernández Flórez de ninguna manera era violento, jamás. Era un espíritu libre, una persona bien formada, independiente y muy culta que no se casaba con nadie». Había criticado las instituciones, la Iglesia, el capitalismo, los abusos que se cometían con la gente humilde... Una isla en el mar rojo -incide- es la novela de un hombre que expresa sus tribulaciones, su dolor, que muestra su decepción ante el ser humano, ante la maldad que este es capaz de producir. Esa constatación lo deja arrasado. «Quedó muy tocado por la experiencia de la guerra, por los asesinatos de gente inocente, en las casas, de un tiro en la nuca, en la escalera... Y, atenazados todos los vecinos por un miedo cerval, nadie salía a defender a la víctima. Como Josep Pla -quien se situó mucho más al servicio del poder-, que se encierra en su masía de Llofriu, él terminó recluido en Cecebre y en su piso de Madrid. Nunca volvió a ser el mismo. Cuando en 1943 escribe El bosque animado, su última grandísima obra literaria, la novela semeja casi un intento de huida de la realidad».

Una isla en el mar rojo, insiste Blázquez, no es un texto de propaganda del bando golpista. «El protagonista está deseando que entren en Madrid los nacionales, pero solo para que acabe esa pesadilla, no está pensando ni buscando lo que va a venir después... Ni se lo plantea, lo único que quiere es que alguien ponga fin a aquel infierno», alega.

De su imparcialidad e independencia habla una escena, agrega Blázquez, cuando ya acabada la guerra la Gestapo detuvo en Francia, entre otros dirigentes republicanos, a Julián Zugazagoitia. Lo trajeron a Madrid, donde fue sometido a un consejo de guerra. «En el juicio el único personaje -de los cientos que el reo había salvado antes, en su tiempo en el poder- que fue a declarar presencialmente a su favor y dio la cara por él no fue Rafael Sánchez Mazas, entonces ministro sin cartera en el Gobierno, fue Fernández Flórez. Y aun así lo condenaron a muerte. Se cuenta que eso puso fin a las buenas relaciones que el periodista mantenía con Franco y que, se dice, venían de sus familias y quizá del tiempo que Fernández Flórez, con solo 18 años, dirigió el Diario Ferrolano», concluye.


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