La Voz de Asturias

Ruralita en el asfalto. Voy volando

Opinión

Loreto Castaedo

08 Feb 2017. Actualizado a las 05:00 h.

Sirva como aclaración previa explicar que, tras meses de remoloneo y postergaciones varias, hace apenas una semana encontré, al fin, la manera de dar por cumplido un compromiso adquirido hace tiempo y jamás cumplido: escribir sobre temas de actualidad, desde el punto de vista de una persona (mujer, sola, activista ecologista, a más señas) que ha nacido y vivido la mayor parte de su vida en el entorno rural asturiano, especialmente sobre aquellos que afecten a dicho entorno. A colación de mi reciente mudanza a la capital del Principado, más por necesidad económica que por un auténtico deseo de abandonar aquellas tierras occidentales que tanto amo y me preocupan, las palabras que estoy a punto de escribir, estarían encaminadas, inicialmente, a hablar sobre la migración de la población rural a las ciudades, las dificultades para establecerse en el campo, las trabas burocráticas, administrativas y económicas para sacar adelante proyectos que permitan el asentamiento de nueva población y el mantenimiento de la ya existente, y, por qué no, hablar sobre las primeras impresiones que el entorno urbano, su flora y su fauna variada, tan diferente de aquella que tan bien conozco y tan poco me cuesta comprender, me producen en estos primeros tiempos de estancia en el asfalto.

Precisamente, en cambio, y por la algarabía y revuelo que parece haberse producido en la comunidad humana que me acoge a colación de un asunto de actualidad, voy a encontrarme en unos momentos regresando a esos bosques que, por momentos, tanto añoro. Ni por asomo esperaba ésta que escribe descubrir que Muniellos casase bien con vermout y aceituna, café de sobremesa y bizcocho o debate acalorado entre seres más bien noctámbulos que frecuentan garitos donde se sirven cervezas artesanales asturianas mientras se escucha música a todo volumen (excelentes ambas, por otra parte, las cervezas y las piezas musicales). Pero sí, se ha armado tal revuelo con la condena pública de un grupo ambientalista hacia la participación del director de la Reserva Natural Integral en un programa de televisión, que, una que anda a uvas y bastante tiene con asimilar los diferentes trazados y horarios del autobús urbano, se ha visto obligada a ir volando a buscar la información publicada al respecto estos días, en el afán de dilucidar si el mundo se ha vuelto un poquito más loco en las últimas semanas o si el «díxome que lle dixeron» está funcionando como suele hacer: con inexactitud, frivolidad y bastante mala baba.

He de decir que, a priori, me resultaba bastante descabellado creer que un grupo como Geotrupes, formado por rigurosos profesionales del ámbito científico, hubiesen solicitado la dimisión del director de la Reserva Natural Integral de Muniellos por bailar y cantar en un programa de televisión rodado en el espacio natural. Parece un asunto bastante frívolo viniendo de una asociación cuyos fines, definidos públicamente, sin ir más lejos, en su página  en redes sociales, son la divulgación del papel fundamental de la biología en la gestión de los espacios naturales y la creación de un fondo documental sobre conservación de la naturaleza en el área cantábrica. ¿Podría ser que, de golpe y porrazo, estos señores, sesudos a buena fe, se hayan convertido en críticos de telebasura? ¿Cansados tal vez, de predicar en el desierto éste que no deja de ser el Paraíso Natural de postal, que no de hechos, se han atiborrado a bebidas de cola y gominolas frente al televisor hasta anestesiarse como el común de la masa? ¿Ya no van a dedicarse a exponer públicamente, desde el conocimiento científico, el desacertado trato y gestión que recibe nuestra generosa Natura por parte, fundamentalmente, de una Administración alejada de cumplir con sus funciones de conservación del medio que a todos y a todo sustenta, en beneficio de ciertas actividades que básicamente, sustentan a unos pocos? Mi gozo en un pozo. Sin personas que, desde la profesionalidad y el rigor, apuesten públicamente, a costa en ocasiones, a buen seguro, de su propio prestigio y carrera, por el buen hacer en este ámbito, mucho me temo que la riqueza natural asturiana a pasos agigantados irá encaminada a ser una mediocre fortunilla, cada vez más venida a menos, como aquellas echadas a perder por herederos malcriados en tantas ocasiones.

Bien mirado, qué bien vendría a esos pocos de los que hablaba antes, que grupos como Geotrupes, auténticos adalides de la conservación por el valor intrínseco de la Naturaleza que no por el valor económico de las actividades humanas que sustenta (incompatibles, por cierto, con actividades futuras), dejasen de existir. Qué fácil sería entonces aumentar esas actividades, y de paso la hacienda de algunos, mientras mengua la común. Cuánto mejor que la reivindicación de un medio natural sano, íntegro, la llevasen otros, con suerte menos fundamentados, con argumentos más discutibles que el científico y, no me cabe la menor duda, con mayor posibilidad de variar en el tiempo en función de circunstancias e intereses diversos.

Por suerte, el mundo no se ha vuelto tan loco, después de todo. Acudiendo a la fuente original, Geotrupes, en vuelo bajo sobre sus comentarios públicos, es fácil apreciar que el motivo de denuncia de lo acontecido se centra más bien en las acciones que se han producido durante la grabación del programa, totalmente prohibidos en el espacio (Reserva Natural Integral, repito nada casualmente). Prohibidos, precisamente, porque ese bosque estuvo un día, anteayer, al borde de su desaparición, a piques de ser totalmente talado. Hubo de otorgársele la figura de protección de la que hoy goza para que generaciones futuras (población asturiana de hoy en día, sin ir más lejos), pudiésemos contar en el haber de nuestra tierra con uno de los espacios naturales con mayor valor ecológico del continente. Un espacio, la Reserva Natural Integral de Muniellos, que puede, y sirve, de hecho, al conocimiento mundial acerca de la conservación del medio natural, precisamente en un momento en que la voraz sociedad occidental está acabando con el planeta. Con ese planeta que sustenta la vida humana y sus actividades, por cierto. Tal parece, a colación de este asunto, que anden a tortas diferentes áreas de aquella Administración que  protegió entonces. En absoluta degeneración del ejercicio público bien entendido, las competencias medioambientales quedan supeditadas a las turísticas, ésas que se pretendían promocionar con el programa de la polémica, para mayor escarnio y desacreditación pública del conocimiento biológico de los ecosistemas. Un «proteger pero menos o según para qué» que abre la puerta a tirar por tierra el esfuerzo y la inversión realizada durante años.

Tal vez, finalmente pueda dormir esta noche, los biólogos defienden la biodiversidad. Todo sea que no me dé por preguntarme qué tipo de opiniones escucharía a la hora del almuerzo si mañana amaneciesen los titulares de la prensa regional más vendida rezando acerca de personal sanitario que reparte cigarrillos a las puertas de los colegios mientras se marcan un tango o sobre agentes de la autoridad que circulan a 200 km/h por calles peatonales mientras entonan quién sabe qué cancioncilla, sólo por poner un ejemplo. Estoy segura de que a cualquiera de mis urbanísimos contertulios nocturnos y diurnos, les parecería asunto bastante escandaloso que personas encargadas de llevar a cabo determinadas funciones públicas, se saltasen a la torera la legalidad que su puesto les obliga a acatar y hacer cumplir. Y no precisamente porque cantar o bailar sean cosa mala, pero ya se sabe, según quién, cuándo y dónde. Entretanto, volando vengo. Mañana toca coger el bus a las ocho.


Comentar