La Voz de Asturias

Los adversarios

Opinión

Jorge Matías

17 Aug 2017. Actualizado a las 05:00 h.

Cuenta el escritor Juan Soto Ivars en un post de Facebook escrito a raíz del asesinato a manos de un nazi de Heather Heyer en Virginia, que nunca creyó que viviría para ver un racismo tan desacomplejado por las calles de Estados Unidos, algo que seguramente Martin Luther King no compartiría. Y también señala que hemos visto imágenes de personas apalizando a simpatizantes de Donald Trump, no lo olvidemos, dice. Y también hace un extraño malabarismo entre el entendimiento del adversario y la reducción de la violencia.

Creo que cuando Soto Ivars habla del entendimiento con el adversario, no está diciendo que tengamos que confraternizar con los nazis. Sinceramente lo creo así, como creo que fue su torpeza al expresarse lo que ha generado parte de la polémica. Pero obvia Soto Ivars que Trump no es un adversario cualquiera. Es un adversario que se ha rodeado de la flor y nata del ultraderechismo de su país, como el delirante Stephen Bannon. Y aquí es donde falla estrepitosamente su razonamiento.

En el lugar en el que murió Heather Heyer no había dos extremos. Esto es falso, simple y llanamente. Había un hatajo de fascistas peligrosos portando antorchas que creen que los no blancos son inferiores y frente a ellos, personas normales indignadas con esto. No hay una posición extremista en no ser racista. El racismo es antidemocrático y no hay absolutamente nada que hablar con quien lo ejerce. No es el adversario, es el enemigo, y al enemigo se le combate. Entre los manifestantes nazis que fueron a Charlottesville, había seguidores de Trump que exhibían su lema de campaña, el famoso Make America Great Again. Y quizá resulta que han interpretado correctamente la campaña del hoy presidente, pero no seré yo quien insinúe tal cosa.

Esta equiparación más bien desafortunada es la misma que me llevó a las páginas de un periódico complutense hace más de quince años por haber participado en una reyerta. En realidad no participé en reyerta alguna, pero unos señores parecidos a los racistas de las antorchas del otro día en Virginia decidieron que por estar donde estaba y con las pintas que tenía merecía, en el mejor de los casos, una paliza. La paliza me la llevé, una corta paliza que acabó con un cuchillo de monte rajándome la camisa mientras me cubría la cabeza como podía tirado en el asfalto. No le deseo a nadie que pase por algo así, ni tan siquiera al mentiroso redactor que informó de la inexistente reyerta entre facciones rivales.

No duelen tanto las heridas o los golpes como lo que vino después. Volver a casa paranoico un sábado por la noche, mirando a tu espalda, esperando a que en cualquier momento alguien te plante una patada en los riñones y, lo peor de todo, sentirte culpable por no haberte defendido como dios manda, a pesar de que ellos iban armados y yo estaba allí en medio disfrutando del sábado. Después de tanto tiempo, de vez en cuando sigo soñando con aquella noche espantosa. Hace tres o cuatro años encontré en un armario la camisa que me habían rajado. Allí estaba, con el recorrido que hizo el cuchillo en busca de mi barriga, y allí estaba toda la dignidad que perdí aquel sábado sobre el asfalto. La tiré a la basura como quitándome un lastre que me pesaba sobre los hombros, pero el lastre sigue parcialmente ahí. Llevo años sin ponerme una camisa. Es el efecto que provoca el Terror. Es lo que busca la extrema derecha.

Creer, como parece creer Soto Ivars, que el diálogo entre adversarios, sin matizar qué tipo de adversario ni entrar en si ese adversario es en realidad un enemigo, e intentar comprender al otro, sea quien sea ese otro, puede evitar asesinatos como el de Heather Heyer, es pensamiento mágico, simplemente. Creo, como cree el alcalde de Charlottesville Mike Signer, que hay una línea entre el discurso agresivo de Donald Trump y el asesinato cometido por el joven supremacista blanco, como creo que el rodearse de personajes como Stephen Bannon o ser fan de diversas páginas de desinformación conspiranoica de extrema derecha como lo es Trump, ha llevado a las ratas a salir a la superficie, y el resultado es el asesinato de una mujer.

La equidistancia y el diálogo con nazis ha convertido a la jefa del Hogar Social Madrid en una miniestrella mediática en España. Se intenta normalizar una postura política que persigue como último fin el exterminio de los no blancos  y el sometimiento de quienes no apoyan esta idea. No hay nada que hablar con ellos, no hay nada que debatir. Son el enemigo. Son todo lo que cualquier demócrata decente debe odiar y combatir, y en esta postura no hay extremismo alguno.

 


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