La Voz de Asturias

Lo del tribunal y lo del juez faltón (I)

Opinión

Ángel Aznárez
Sede del Tribunal Constitucional

01 Aug 2021. Actualizado a las 05:00 h.

No son buscados de propósito, pero los aquelarres y las brujerías políticas a base de instrumentos incendiarios van a más en la política española, imparables. Políticas y políticos, tanto de la Derecha como de la Izquierda, acaso por su ignorancia tenida por muy acreditada al haber estudiado poco y leído menos, han colocado, con sus dichos y actos, en el centro del debate político español, ideas y/o teorías propias de Carl Schmitt (1888-1985), experto en Política y en Derecho, y muy peligroso. Lo dicen hasta los obispos, expertos en escatologías y en otras ciencias fúnebres: «Parece que asistimos a un resurgir artificial de las dos Españas».

El alemán y católico sobre el que Miguel Saralegui escribió un importante libro, titulado Carl Schmitt pensador español (Trotta 2016), fue gran aportante al pensamiento político y jurídico del siglo XX, y participante en episodios tan nucleares como la disolución por etapas de la República de Weimar (1930) y la instauración del régimen de Hitler, Canciller en 1933; asuntos los últimos que tanto interesaron a Juan Pablo II en Memoria e identidad. Es sorprendente que damas políticas nuestras, al frente de ministerios, que unos llaman de Estado y otros de «establo», aunque dispongan, o acaso por ello, de bandas de música, manifiesten ideas tan próximas al alemán, precisamente escritor de La Dictadura, su obra histórico-dogmática mas importante publicada en 1921, y dictadura que Carl consideró la institución política por excelencia (no sólo en Cuba, naturalmente).

Dos ideas, A y B, de Carl Schmitt que ahora están muy presentes en la política española:

A).-En El concepto de lo político (1932), señaló la relación antagónica, de oposición, de combate y polémica entre unos, amigos, frente a otros, extraños, enemigos, públicos (hostis) y que no privados (inimicus). De esa enemistad, según Schmitt, se pasa a la guerra, que es la «realización extrema de la enemistad», y «la guerra es el hecho límite, pero real, en cuanto define la relación distintivas amigo-enemigo». De ese peculiar concepto agónico de lo político, trae causa el resto del pensamiento del prusiano: la soberanía y el soberano, la decisión, el estado de excepción como normalidad política, la dictadura y el dictador, defensor de la Constitución.

De la dureza de la Política dan prueba palabras tan bélicas como «lucha» y «combate», más en tiempos tan complejos como los actuales. Si la democracia hace posible que los cambios en el ejercicio del Poder se efectúen sin derramamiento de sangre, tal como con acierto se dijo, se comprende la dificultad de tal proceso, que ha de ser facilitado y no impedido. Así, mientras unos dijeron que Rajoy hizo bien, dejándose ganar en la moción de censura para facilitar así el tránsito de los enemigos (Pedro Sánchez y sus aliados), otros, por lo mismo, le llamaron bobo, y sin que el hecho de ser Registrador de la Propiedad fuere argumento a contrario, sino ex abundantia, o sea, a más. ¿Cómo es posible que Sánchez serene y haga razonable lo de la Política si sus pactos de Gobierno son con los más rabiosos partidarios de la Revolución, incluso haciendo añicos el marco constitucional y rompiendo las reglas del juego? Unos, pues, son los amigos y otros son los hostis, y a «hostias» contra ellos.

Eso explica el alboroto y el odio, que ni siquiera el ser delitos (artículo 510 del Código Penal) ni agravar las penas (artículo 22.4 del mismo texto legal) disuade su comisión. Y se llega hasta el grado más elevado de cabreo (el llamado paroxismo) con la posición gubernamental sobre Cataluña, que los más inteligentes ríen para no cabrearse. Unos, pues, son los amigos y otros son los hostis, y a «hostias» contra ellos.

B).- Sabido es que Kelsen propicio que la Constitución la defendiese un Tribunal Constitucional independiente y neutral. Frente a él, Schmitt argumentó que la defensa de la Constitución no se debería encomendar a jueces, que, en el mejor de los casos, sólo aplican la Ley. Se tendría que encomendar su defensa al decisor, al dictador, al Presidente de la República con facultades de mando, como se dispuso en el artículo 48 de la Constitución de Weimar.

Lo que se ha dicho por ministros y subordinados adláteres sobre la Sentencia del Tribunal Constitucional, que declaró no ajustado a la Constitución el confinamiento decretado para luchar contra el Covid-19, es dar la razón a Schmitt y quitársela a Kelsen. ¿Cómo se hizo posible, preguntaron desde el Ejecutivo, que lo mandado por su Excelencia, el Presidente del Gobierno, el del Poder Ejecutivo, fuere rechazado por unos jueces, que sólo «lucubran»? ¿Quién manda aquí, quién decide, quién es el soberano en situaciones de excepcionalidad, o es el Presidente (Schmitt) o es el Tribunal (Kelsen)? Los del principio, ministros y subordinados adláteres dijeron que, sin duda, el primero.

Menos mal que esos mismos, para no cargarse definitivamente al kelseniano Tribunal Constitucional, no hicieron, en público, la siguiente e inquietante pregunta: ¿Dónde estuvo el Tribunal Constitucional el día del Golpe, mal llamado de Tejero, el célebre 23 F?

También en esto, como en todo, unos son los amigos y otros son los hostis, y a «hostias» contra ellos; en todo y también en la radio, en la tele, en los periódicos. Así, por ejemplo, mientras los periódicos de la Izquierda escupían a la Sentencia, los de la Derecha la piropeaban, incluso uno tituló: «Una sentencia que nos hace más libres». ¡Manda huevos! que eso parece ser la Política hoy.

Continuará, 2ª Parte, con lo del «juez faltón»

Por cierto que busqué y no encontré la obra de teatro que acaba de escribir el Ponente de la célebre Sentencia, Pedro González Trevijano, titulada Adonay y Belial. Una verdadera familia, titulo que no parece ser de un lego. Me dicen los que leyeron el drama que es muy interesante, pues trata de la lucha entre el Bien contra el Mal, de Dios contra el Diablo...


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