La Voz de Asturias

Uno y por herencia (continuación)

Opinión

Ángel Aznárez
Foto de archivo del rey Juan Carlos I

19 Feb 2023. Actualizado a las 05:00 h.

Ignacio Peyró, escritor y periodista de talentos desbordados y difíciles de embridar, antes de publicar en 2021 su libro Un aire inglés, publicó en 2014 otro magnífico titulado Pompa y circunstancia, diccionario sentimental de cultura inglesa. Es natural que haya unidad de pensamiento entre lo principal de ambos libros, que es el tradicional pensamiento liberal y conservador en torno a la Monarquía inglesa, formulado con detalle por el inglés Bagehot y, más a trompicones, por el irlandés Burke. Al libro Un aire inglés dediqué, en parte, el artículo dominical anterior, del 12 de febrero último. A mi juicio y muy novedosa sobre la Monarquía inglesa, es la voz «Windsor, duque de», que está en el libro Pompa y circunstancia, en la página 1010 de la sexta edición, de febrero de 2022.

Fue reflexionando sobre las peripecias o avatares del Duque de Windsor, que reinó, llamándose Eduardo VIII, tan solo 326 días, en el año 1936, después de su padre, Jorge V, y antes de su hermano, Jorge VI (padre de Isabel II y Reina a partir de 1952), cuando caí en la cuenta de la fortaleza del régimen monárquico, que «aguanta» a pesar de acontecimientos terribles. Peyró escribe: «Su elegancia tan famosa (Eduardo VIII), adquiere un ribete siniestro al ahondar en la hiperactividad de su colaboracionismo nazi mientras su pueblo sucumbía bajo los bombazos del Blitz».

Y añade Peyró: «De sus amistades inconvenientes, le vendría un amor como una 'posesión diabólica': el de Wallis Simpson, americana de sangre corriente, doblemente divorciada, de la que luego se sabría que había participado en raras orgías prostibularias en China y compartido pasiones con el ministro fascista Galeazzo Ciano. Wallis terminaría por gozar de la intimidad de Von Ribbentrop, ministro de Exteriores y embajador nazi en Londres». O sea, coqueteos con los nazis primero y más tarde Churchill sería el gran luchador contra el totalitarismo nazi, el de los bombardeos de Londres.

Acabó resultando, ¡oh magia monárquica! que lo más insoportable de Eduardo VIII fue haber sustituido los botones de su bragueta por una cremallera novedosa y mecánica. Y reflexionando, ahora, sobre la Monarquía española, mucho menos arraigada que la británica, resulta que aguantó también los escándalos protagonizados por su Monarca, que obligaron a una precipitada Abdicación en 2014, comenzando el Reinado Felipe VI. El sabio socialista, que fue Rubalcaba, supo de las dificultades venideras para la Monarquía, de ahí las prisas, por el acceso al Poder de los populismos ya próximos, en 2015, y muy incómodos entre unos (los del PP) y los otros (los del PSOE), ambos monárquicos declarados. El socialista Rubalcaba hubiese merecido, por los servicios prestados a la Corona, un Toisón de Oro, como antes un Fernández Miranda, un Suárez o un Víctor García de la Concha.

Mucho aún se deberá escribir, por su gravedad, sobre los hechos que precipitaron la Abdicación real en 2014, y hechos que no se pueden entender sin el incumplimiento grave por muchos, cómplices a niveles altos, de la legislación española, en un proceso que se puede llamar de «desconstrucción legislativa», patológicamente antidemocrático. Pongo un ejemplo: en el BOE de 29 de abril de 2010 se publica la importante Ley 10/2010, de 28 de abril, de prevención del blanqueo de capitales y de la financiación del terrorismo. Dicha ley, que entró en vigor el 30 de abril, llevó las firmas de Juan Carlos R y del Presidente de Gobierno, entonces José Luis R. Zapatero.  A los fines de dicha Ley, el artículo 14 determina que, entre las personas con responsabilidad política, respecto de las cuales “los sujetos obligados” por la Ley han de adoptar medidas reforzadas de diligencia debida, están los «Jefes de Estado…» ¡Tararí y tararí!

Muchas cuestiones y graves plantean aquella «desconstrucción legal», colocando en la picota a personalidades importantes del régimen político de la llamada «Transición» y a principios jurídicos-políticos, incluidos en la Constitución de 1978, que parecen grandes mentiras como el llamado de la igualdad. Y volvamos al libro de Pascal Dayez-Burgeon, titulado Chasseurs de Trône, editado por Tallandier en 2023. En la lista de Cazadores de Tronos, en la página 305, aparece: «Juan Carlos 1º, Rey de España, nacido el 5 de enero de 1938, nuevo Rey de España del 22 de noviembre de 1975 al 18 de junio de 2014».

En el epílogo, el escritor francés escribe: «Dos cazadores de primer orden, es verdad, consiguieron restaurar la monarquía en su provecho: Juan Carlos de España y Sihanouk de Camboya. Su éxito ha asombrado». Y en el artículo del domingo último, aquí mismo, escribimos: «A Juan Carlos se dedican varias líneas muy discutibles a mi juicio, en el epílogo del libro de Pascal Dayez, que exigirían precisiones».  Y a ellas vamos a continuación:

El llamado Estado franquista, nacido el 18 de julio de 1936, se constituyó en Reino (Leyes de Sucesión y Orgánica del Estado); un Reino de fantasía, pues no tenía Rey, designándose el 22 de julio de 1969 al entonces Príncipe de España, don Juan Carlos, sucesor de Francisco Franco a título de Rey, violentándose así las leyes seculares de las Monarquías, y siendo proclamado Rey el 22 de noviembre de 1975 por las Cortes franquistas. Y ocurrió el 14 de mayo de 1977 un acontecimiento esencial, pues en esa fecha, en el Palacio de La Zarzuela, don Juan de Borbón hizo cesión a su hijo, el Rey Juan Carlos, de los derechos que le correspondían como jefe de la Casa Real española, excepto el título de Conde de Barcelona que se reservó para él.

La fecha es importante (14 de mayo de 1977), pues hasta ella, según el libro de Oscar Alzaga y otros (Derecho político español, T. II, 3ª edición de 2002) la monarquía era adjetivada «del Movimiento», todo un esperpento, la cual, «por romper con el curso de la tradición monárquica, contenía elementos antimonárquicos». Pronto, pues, la institución monárquica se vinculó a la herencia dinástica (de noviembre de 1975 a mayo de 1977), elemento esencial para la ortodoxia monárquica, aunque en septiembre de 1976, tiempo aún de la Monarquía del Movimiento, se firmara el primer Acuerdo Iglesia-Estado, siendo los cuatro restantes ya de 1979. Posteriormente, con la entrada en vigor de la Constitución de 1978, el 29 de diciembre de 1978, de una Monarquía configurada en las Leyes Fundamentales del Régimen franquista bajo el principio monárquico, prusiano y autoritario, pasó a ser una Monarquía parlamentaria bajo el principio monárquico, así llamada en el artículo 1º la «forma política del Estado español».

Desde mayo de 1977, a mi juicio, ya no procede considerar a don Juan Carlos, de manera directa o indirecta, como uno más de los «cazadores de tronos», y esto lo escribo sabiendo que antimonárquicos radicales no lo compartirán, siendo asunto diferente que los españoles no hayan sido consultados, de manera expresa, directa y única, sobre la Monarquía como forma de Gobierno del Estado español. Acaso por lo indicado al principio de este párrafo, Pascal Dayez, en la parte final de su libro, escribe sobre el «antiguo rey» español, considerándole más como un cazador de primas o de comisiones que de tronos. El libro de Dayez escribe de masculinos «cazadores de tronos», y ahora pregunto a mis lectores y lectoras si consideran que puede haber y que hay «cazadoras de tronos».

Asunto interesante el del llamado principio hereditario, el cual tiene diferentes contemplaciones. Por una parte, están los que hablan de la Monarquía como un asunto sexuado, de cromosomas, de óvulos y de espermatozoides, luego muy arcaica para la sucesión en cargos públicos, no dejando de repetir que la herencia, en el mejor de los casos, puede valer para transmitir muebles o inmuebles y no cargos. Por otro lado, están los que como Burke, tal como recoge Peyró en Pompa y circunstancia, ven en el principio hereditario la garantía de la «continuidad» de la nación, una fuerza determinante para la estabilidad, en tanto que sitúa el largo plazo en el centro de la vida política. Y añade Burke: «El ceremonial de la monarquía no sólo contribuye al mantenimiento de su magia: da más prestigio a la institución que a la persona, a quien la misma pompa le exige estar a la altura».

Ignacio Peyró, que además de haber escrito Un aire inglés y Pompa y circunstancia, también escribió Comimos y bebimos en 2018. Estoy de acuerdo con la afirmación siguiente: «Nací en un momento (tiempo de la Transición) en que los niños aún no soñaban en ser cocineros y los cocineros no eran maestros de moral». También estoy de acuerdo con lo siguiente: «Una de las cosas que hemos de agradecer a la cocina es que el afán por intelectualizarla suele caer en el ridículo». Al final, Peyró declara: «Detestar la cocina trampantojo y huir del cocinillas cargante».

Y concluyo recordando que Peyró fue Director del Instituto Cervantes en Londres, y eso es importante teniendo en cuenta la gran pasión cervantina de los ingleses, que desde muy pronto, desde el mismo siglo XVII, apreciaron la ironía y comicidad en la obra de Cervantes, siendo El Quijote, «la gran sonrisa», antecedente de obras inmortales inglesas (novelas). Por eso es interesante la entrada sobre Don Quijote en el Diccionario sentimental de cultura inglesa, escribiéndose: «Es la perpetua sugestión de que el gran poeta inglés (Shakespeare) viajara con un Quijote en sus alforjas. Al cabo, si para los españoles es un dato de importancia, para los ingleses ha suido aún más el hecho de que Shakespeare y Cervantes murieran el mismo día». Y esto último, de que Cervantes y Shakespeare fallecieron el mismo día, el 22 de abril de 1616, no es verdad por imposible, teniendo en cuenta la diferencia en el calendario español, que era el gregoriano, frente al calendario inglés, que era el juliano. La diferencia entre la muerte de uno y otro fue de diez días según Jean Canavaggio. 


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