Inquietantes artículos de tocador

Á. M. Castiñeira REDACCIÓN / LA VOZ

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Un «nuevo afeite» ayuda a levantar los párpados. También aclara la garganta cual caramelo de eucalipto. La frivolidad se acaba en las consecuencias de su consumo

01 abr 2017 . Actualizado a las 11:15 h.

Hemeroteca, Miércoles, 11 de febrero de 1885. Hubo un tiempo en el que si a usted le dolía al tragar no tenía que ir al médico a decirle a ni treinta y tres. Bastaba con que se diese un paseo hasta la farmacia del barrio y que le despacharan, sin receta ni nada, una cajita de pastillas de cocaína mentolada. Tampoco hacía falta esperar a que las amígdalas se le pusiesen como botijos, porque las píldoras estaban indicadas para el picor leve. Ya puestos, aunque no le pasase nada a su garganta. El alcaloide se ventilaba como los caramelos de eucalipto. Y prometía, desde la primera toma, dejarle la laringe como la de Caruso, sin pasar por el trago de dos docenas de claras de huevo. Así lo explicaba el anuncio de una de las marcas que fabricaban la panacea: «La tos, ronquera, cosquilleo, resecación y padecimientos de garganta se curan con las pastillas Crespo de Mentol y Cocaína. A la primera pastilla se calma la tos y se nota la mejoría. En todas las farmacias. Pesetas, 1’50».

En tiempo tan temprano como 1885, La Voz recogía los consejos de un ilustre oftalmólogo acerca de las propiedades de la droga: «Este efecto original de la cocaína de ensanchar la abertura palpebral hará, sin duda alguna, que dicha sustancia llegue a ser un artículo de tocador [...]. Siendo natural en la mujer el deseo de aparecer más hermosas, no será extraño que la emplee para este objeto. Para entonces bueno es que sepa que la cocaína es inofensiva a pequeñas dosis, mas produce en las primeras horas de su empleo alguna perturbación en la vista, si bien pasajera. De todos modos, aconsejaría a las señoras, llegado el caso, que usaran con parsimonia el nuevo afeite». Y tanto.

Hasta la década de los diez se habla de la cocaína y se anuncian sus propiedades con normalidad. Pero las frivolidades desaparecen de un día para otro, al tiempo que la Belle Époque

«Los paraísos artificiales»

En los veinte la percepción ya es otra. En un artículo, Francisco Camba alerta de que el consumo se sale de madre: «A Madrid, por lo visto, ya no le bastan el alcohol de sus antepasados y la morfina y la cocaína que, aún ayer, eran cosa de seres verdaderamente excepcionales [...]. Ya ni siquiera se contenta con el opio fumado en casa [...]. Madrid necesita establecimientos para fumar la droga terrible».

Robándole el título a Baudelaire, en 1922 el periódico empieza a llamar «los paraísos artificiales» a lo que se ha convertido en un problema de salud pública. «Una circular que la Dirección General de Seguridad ha dirigido a los inspectores farmacéuticos [...] para que le suministren los datos relativos al comercio del opio y sus derivados, así como el de la cocaína y cuerpos de acción análoga, ha suscitado nuevos comentarios acerca del uso de esas drogas, bastante desarrollado, según se afirma, en algunas capitales españolas, aunque, afortunadamente, no en la crecida proporción que su nocivo empleo ha alcanzado en otros países». Entre ellos, Francia, donde ese año las autoridades decomisan «la enorme cantidad de 44 kilogramos de opio, cocaína y diacetilmorfina [...] embarcados clandestinamente en el Espagne al hacer este buque escala en Santander».

Y Portugal emprende «una vigorosa campaña de persecución del vicio del abuso de la cocaína». Por eso, hay quien se busca la vida más al norte: «La policía detuvo al súbdito portugués vecino de Monção José Fernández [...]. Se le ocuparon 1.320 gramos de cocaína, que tenía destinados para vender en Vigo, al precio de cinco pesetas el gramo». 

Gato por liebre

Pese a la prohibición, la demanda no parece menguar. En la siguiente década se intenta hacer negocio hasta sin mercancía: «Una pareja de la Guardia Civil procedió a la detención [...] del súbdito danés Charles Ivot, quien con otros dos sujetos que se dieron a la fuga vendió en 700 pesetas una cantidad de bicarbonato haciéndola pasar por cocaína». Ni que fuera ayer.